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El hombre que se salvó de morir el 11-S por llegar tarde a trabajar: “Me siento culpable”

Hans Gernot Schenk, de 50 años, se muestra agradecido por estar vivo, pero en ocasiones piensa que es injusto que otros no tuvieran la misma suerte.

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Este sábado se cumplen 20 años de los fatídicos ataques terroristas cometidos por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas, en el que fallecieron 2.296 personas. Otras se salvaron, pero quedaron marcadas para siempre. Este es el caso de Hans Gernot Schenk. El hombre, que actualmente tiene 50 años, trabajaba entonces en el World Trade Center (WTC) de Nueva York y, según rememora en la BBC, el día del 11-S llegó unos minutos tarde porque no había dormido en su casa, lo que evitó que estuviera presente cuando se produjo el terrorífico atentado.

Hans recuerda en el medio británico que su empresa había advertido a los empleados sobre los retrasos que se estaban produciendo y puso como máximo las 09:00 horas para entrar al trabajo. El 11 de septiembre, él llegó a tiempo, pero unos minutos después de lo habitual: “El hecho de no dormir en mi casa la noche anterior cambió mi destino. Tal vez causó que yo llegara al trabajo unos 10 minutos más tarde de lo que hubiera llegado normalmente. Analizo el tiempo, los minutos y los choques y sé que eso tuvo un impacto en el desenlace para cada uno”.

Desde aquel momento, la persona con la que salió en ese momento, le sigue enviando un mensaje cada 11 de septiembre. “Entiende que es precisamente el hecho de que hayamos salido a cenar y hayamos estado juntos esa noche lo que hizo que yo no llegara más temprano a la oficina. Es una conexión que se ha mantenido todos estos años, aunque no nos vimos por muchos años después del 11 de septiembre de 2001”, cuenta.

Así vivió el 11-S

El día del atentado, Hans se levantó muy pronto porque tenía que ir a casa a cambiarse, pensando incluso que arribaría “más temprano de lo regular” al trabajo. Cuando quedaban 25 metros para llegar a las puertas giratorias del edificio de la Torre 1, donde él trabajaba, vio una avalancha de gente corriendo hacia fuera y sospechó que algo no iba bien: “Pensé que algo muy grave tuvo que haber sucedido para que la gente corriera de esa manera”.

Entonces, decidió también ir a la calle. “No puedo recordar exactamente cuánto tiempo pasó. Al salir miro hacia arriba y veo el humo. Es un humo negro. Sin embargo, como es tan alto, no entiendo la dimensión de lo que estoy viendo. No me imaginé mucho. No tuve mucho tiempo para pensar”, asegura. De pronto, una bomba estalló sobre su cabeza: “Hay una nube negra y roja gigantesca. Empieza a volar de todo: muchos papeles y cosas, muchas cosas. Es tanto lo que cae, tanto lo que se ve, el impacto es tan grande, la explosión es tan fuerte y el ruido es tan retumbante que mi única reacción inmediata es de supervivencia, de cubrirme la cabeza y correr”.

Corre hacia el metro para huir de allí. Tras pasar varias estaciones en dirección Canal Street, ve a dos jóvenes llorando porque unos aviones comerciales “de pasajeros” se habían estrellado contra las Torres Gemelas. “Al oír esto, me devuelvo, no salgo a la calle. Me monto en otro metro y me voy a mi casa”, comenta. “Empiezo a marcar en mi celular a la gente que conozco en mi oficina. No los localizo, el teléfono está muerto. No hay manera de hacer ninguna llamada”, añade.

Una vez en el apartamento, su compañero de piso se sorprendió al verlo. “Nos quedamos los dos pegados al televisor, de pie, en shock. Un par de minutos más tarde se desploma la primera torre. Esta fue la segunda torre impactada. No era mi edificio, sino la Torre 2. Es extremadamente chocante e impactante para mí”. Su compañero le dice que salga de casa para no seguir viendo nada, pero él decide quedarse: “A los pocos minutos se desploma la segunda torre. Vi las dos derrumbarse en vivo en televisión. No puedo considerar la idea de irme, ni la idea de la pérdida de todo, de la oficina, del trabajo”.

La vida después del atentado

Al día siguiente, Hans decidió ir a donar sangre, pero no le dejaron por ser gay. Finalmente, fue hasta las torres, donde se encontró con “un ambiente completamente gris”, por lo que se marchó en seguida. Durante los días posteriores, quedó con los compañeros del trabajo, pero faltaban dos compañeros. En primer lugar, la jefa, Inga, una “muy linda persona”, sobrevivió al ataque, pero sufrió quemaduras y permaneció hospitalizada varias semanas hasta que murió. El otro compañero, Eddie Reyes, falleció en los elevadores. Solo llevaba dos semanas en la empresa y encontraron su tarjeta de identificación en los ascensores.

La compañía decidió seguir operando como si nada: “No entendió el shock ni el duelo”. Esto le motivó a dejar el empleo en diciembre de 2001 y regresar a Alemania. Allí, intentó seguir con su vida, aunque muchas cosas habían cambiado, pues aparecieron varias secuelas, como el miedo a la pirotecnia, a montar en avión o a ir de copiloto en un coche. También comenzó a sufrir diversas afecciones, como una grave gripe y soriasis.

Además, le invade en ocasiones un enorme sentimiento de culpa: “Es muy fuerte. Yo me siento afortunado, pero a veces me siento culpable porque, a pesar de haber vivido unas experiencias tan complicadas, tan difíciles, la vida me da regalos y continúa presentándome oportunidades. Tengo momentos de extrema felicidad, de agradecimiento y de optimismo. Y a veces siento que no es justo. ¿Por qué yo sí y por qué otros no?”.