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El gol fantasma más célebre de la historia

Ni la televisión pudo aclarar si el tanto decisivo de la final de 1966 entró o no. Alemania e Inglaterra aún discuten sobre aquello.

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El gol de Hurst en el Mundial de 1966.

En 1966 no se hablaba de VAR, claro. Sí había televisión, y podemos decir que universal. Aquel Mundial fue el primero que se emitió en directo, por satélite, a todo el planeta. Para el recuerdo dejó un gol polémico en la final, que la televisión no pudo aclarar. Alemania e Inglaterra aún discuten sobre aquello.

Era la final, el 30 de julio. Eran la Inglaterra de Bobby Charlton y la Alemania de Beckenbauer. Inglaterra tenía ganado el partido en el 90. Pero en el último instante Alemania, siempre tan resistente a la derrota, empató. Fue la culminación de 10 minutos de feroz carga alemana, hasta que tras un barullo marcó el líbero Weber.

Y ahí sobrevino la jugada de la que aún se habla. Un ataque rápido de Inglaterra por la derecha, con centro de Peters a Hurst, que atacaba el pico del área pequeña. El centro le viene retrasado, pero él controla, gira y le pega fuerte a la media vuelta. El balón golpea en la base del larguero, baja al suelo y vuelve al campo, donde Weber, que llega a la carrera, lo cabecea a córner. Hunt, pareja de ataque de Hurst, canta gol. Los jugadores miran al linier, el soviético Tofiq Bakhramov. Este parece iniciar la marcha hacia el centro del campo, pero se detiene ante la mirada del árbitro, el suizo Geoff Dienst, que va hacia él. Hablan un momento y Bakhramov hace signos afirmativos, enfáticos, con la cabeza, mientras señala el centro del campo. Ha visto gol. Dienst da gol.

Sólo mucho más tarde, en 1995, los ingleses (y no todos) admitirían, tras estudio de la Universidad de Oxford, que el balón no había entrado. En efecto, no había entrado. Pegó en la raya. Pero con los sistemas de televisión de entonces no era fácil de discernir. A mucha gente le quedó duda. Menos cuando a los pocos días apareció una foto en color, en la que el balón vuela sobre el larguero, recién cabeceado por Weber: luce una clara mancha blanca, señal de que había pegado en la raya. Una mancha de cal, muy visible sobre el balón, color cuero anaranjado.

Ya en los setenta pude ver, y en color, una toma grabada exactamente en línea con la portería. Como desde el banderín de córner, para entendernos. Se veía perfectamente que tras pegar en el larguero el balón no entraba: bajaba justo por la línea del poste, hasta la raya, luego salía rebotado hacia fuera. En su día no circuló. Debió de pasar años en un cajón.

De aquella decisión tuvo más responsabilidad Bakhramov que Dienst. Ambos eran árbitros de prestigio. En la época no había auxiliares específicos para la banda. En los campeonatos nacionales hacían de linier árbitros prometedores de categorías bajas. En la Copa del Mundo, hacían la línea los propios árbitros internaciones, los mismos que antes o después podían haber arbitrado algún partido.

Hoy, cualquier linier tiene a gala que si el árbitro va a preguntarle en una jugada comprometida “¿Tú qué has visto?”, lo que hay que contestarle es: “Lo mismo que tú”. Y allá líos. Pero entonces, no. Entonces todos eran árbitros, no se sacudían las moscas.

Aquel gol decidió en la práctica la final, aunque tal aseveración puede quedar un tanto emborronada porque, ya al límite del término de la segunda parte de la prórroga, Hurst cazó el 4-2 en un contraataque. Para entonces ya había público pisando el campo, ansiando la llegada del final. Para los alemanes, este gol tampoco debió darse por válido. Pero el que les escuece es el anterior, el gol fantasma.

Hurst se convirtió así en el primer y aún único jugador que ha marcado tres goles en una final de la Copa del Mundo, aunque un poco de aquella manera. Él y Tilkowski, el meta alemán, aún están vivos.

¿Por qué estuvo tan seguro Bakhramov? Cualquiera sabe. Era azerbayano. Azerbayán era en la época una de las repúblicas de la URSS. Para el 66 era árbitro de prestigio internacional, el mejor de su país. Alto, bigote, cabello plateado, buena zancada, plantaba firme. Era apreciado. Los españoles le habíamos visto días antes arbitrándonos el España- Suiza, aquel partido del célebre gol del Sanchís, el único que ganamos en el campeonato. Volvió a ir al Mundial de 1970, lo que indica que no se le tuvo en cuenta aquella decisión. Al de 1974 ya no fue, claro. Ese se jugó en Alemania.

Bakhramov sostuvo durante tiempo que el balón no había pegado en el larguero, sino en la red por debajo, cosa difícil de admitir, por lo fortísimo que bajó. Con el tiempo, tuvo varios cargos en la federación de la URSS, y tras la independencia de Azerbayán llegó a ser secretario general de la federación de este país. Fallecería en 1993, a los 67 años. Dos años antes del estudio de la Universidad de Oxford.

Su prestigio fue tal que se le dio su nombre al estadio nacional de Bakú. En 2004, con ocasión de un partido clasificatorio para el Mundial 2006 entre Azerbayán e Inglaterra se descubrió una estatua suya frente al campo. Acudieron Blatter, Platini y Hurst, que depositó un gran ramo de flores a los pies de la estatua. Ese acto tuvo algo de escarnio hacia Alemania, donde aún corre una leyenda, basada en un hecho real. Bakhramov había sido sargento del Ejército Rojo. Combatió contra los alemanes en la guerra. Según esa leyenda, en uno de sus últimos días, cuando un amigo, para darle conversación y distraerle de los pesares, le preguntó cómo pudo estar tan seguro para conceder aquel gol, él habría contestado sencillamente: “Stalingrado”. Lo que equivaldría a decir que habría obrado así por venganza.

Cuando se derruyó el viejo Wembley, se preservó aquel larguero, que se expone en el museo que homenajea a aquel mítico estadio y recuerda los grandes sucesos vividos allí. El larguero aparece suspendido en el centro de un rectángulo metálico. Al llegar ahí, el guía pregunta si hay algún alemán, y supongo que el chistecito es distinto según lo haya o no. La mirada de humor de los ingleses hacia ese recuerdo tiene otro ejemplo: hace algunos años, una marca de chocolatinas, Kit-Kat, hizo un anuncio con el gol como tema. Exponía la jugada y cuando Dienst iba a consultar a Bakhramov éste estaba distraído, comiendo una chocolatina y al verse sorprendido decidió dar gol.

En Alemania, pasado ya medio siglo, aquel gol aún escuece a toda una generación. Sólo ahora se permite alguna broma sobre aquello. Recientemente, con ocasión del referéndum para el Brexit, el popular Bild Zeitung desplegó una serie de ofertas a los ingleses para que no se marcharan: dejar de hablar de las orejas del Príncipe Carlos, dejar de usar protección solar en solidaridad con sus quemaduras solares, buscar un malo para las próximas películas de James Bond y… reconocer el gol de Wembley.

Dudo que el gol-no-gol de Panamá que dejó fuera del próximo Mundial a Estados Unidos tenga tan larga vida como tuvo aquel.