-Aseguró el título de su primer Giro de Italia. ¿Cómo se siente?

-Extremadamente feliz, aunque se trata de un sentimiento muy difícil de explicar, sobre todo por todo lo que pasé para conseguir el rosa. Desde la caída de Jerusalén hasta el vuelco de la subida a Finestre, incluido el triunfo del Zoncolan. Se convirtió en una montaña rusa. Antes de la etapa de Bardonecchia marchaba cuarto, ni siquiera sabía si podría resistir hasta la meta con aquella locura. Fue una carrera brutal, sólo hay que observar lo que sucedió con Simon Yates y Thibaut Pinot durante estos días finales.

-No pasó apuros en la última jornada de montaña.

-Siempre me respaldó perfectamente el Sky. Cuando atacó en varias ocasiones Dumoulin no me notaba nada preocupado, sino al mando de la situación. Después lanzamos un sprint para asegurar no sólo la maglia rosa, sino también la azzurra de la montaña.

-¿De qué manera eligió esa estrategia de Finestre?

-En momentos complicados debes probar soluciones importantes. Lo decidimos en la noche anterior, en una reunión. Conozco muy bien la ascensión de 2017, de una concentración. Y qué decir, asumimos un gran riesgo, pero también calculamos esos peligros. Con menos gregarios, los líderes tendrían que responder en persona. Y eso no ocurrió cuando aceleré. Hicimos una salida agresiva y lo demás es historia. Andar en bici se basa en esto: las cosas pueden cambiar, no hay que dar nada por hecho.

-¿En qué se diferencia correr en el Giro de sus diferentes participaciones en el Tour o la Vuelta?

-El Giro me parece más impredecible, más explosivo. En cualquier momento saltan por los aires los pronósticos. Lo definiría como la versión de una clásica dentro de las tres grandes rondas. La veo menos controlada que el Tour, y bastante menos montañosa que la Vuelta.