AS COLOR Nº1

Ocaña tenía razón, el dopaje en España es un cachondeo

En el número 1 de AS Color (25 de mayo de 1971) Simón Rufo entrevistaba a Luis Ocaña, justo después de la Vuelta a España, carrera que el ciclista prometía no volver a correr. Cosa que no pudo cumplir.

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Simón Ruflo ojeando su entrevista a Luis Ocaña.
PEPE ANDRES

Han pasado 45 años. ¡Dios mío, 45 años! Y tengo la impresión de que fue ayer o, como mucho, la semana pasada. Así de frescos se quedan algunos recuerdos, esculturas eternas de la memoria. ¿Quién ha dicho que el periodismo diario –la batalla urgente, apresurada, inaplazable de cada día por la información– es efímero? ¿No será que los que pasamos somos nosotros mientras esa escultura de la memoria sigue ahí, viva, silenciosa, imperturbable, intacta y un día, de pronto –quizá al hilo de la actualidad o de la injusticia sangrante y escandalosa– se estremece, levanta la voz y grita a los cuatro vientos lo importante: la verdad?

Este es el caso. Vuelvo a oír la voz rotunda, directa, acusadora del malogrado Luis Ocaña: “No me someteré nunca más al control antidoping en España”. Y explicaba por qué dicho control no ofrecía garantías. Y uno –que intentó, sobre todo en sus mejores años, llegar lo más lejos posible– quiso comprobar por sí mismo si, en efecto, los controles antidoping en España eran “un cachondeo”, como repitió tiempo después el propio Ocaña. Y lo eran. Para confirmarlo, para hablar con propiedad y para saber hasta dónde llegaba la manipulación, me puse de acuerdo con un corredor importante (no diré ahora, más de 40 años después de quién se trata, pero advierto, eso sí, que no fue el propio Luis Ocaña) y puse a disposición del ciclista en cuestión mi orina para que él la hiciera pasar por propia en la toma de muestras de la jornada en una de las etapas de la Vuelta a España del 74.

Desde aquella peripecia creí un poco más en la honradez de un Ocaña en el que ya creía y confiaba como corredor y como persona (prácticamente desde que empecé a tratarle) y sobre cuyas palabras siempre me atreví a poner la mano en el fuego. Y, paralelamente, desde aquella peripecia mantuve siempre mis reservas sobre la pulcritud integral del planeta en el que habita la lucha antidopaje. Han pasado los años, los laboratorios han perfeccionado sus controles, las tomas de muestras siguen procedimientos más rigurosos que los que describía Ocaña en el número 1 de AS Color, pero las decisiones siguen siendo imperfectas, discriminatorias y, por tanto, injustas. No diré yo que todas y por sistema. En absoluto. Pero algunas decisiones constituyen verdaderos escándalos. ¿Por qué se consintió que el gran Eddy Merckx, expulsado del Giro del 69 cuando era líder, por dopaje, fuera exonerado de culpa y tomase la salida en el Tour unas semanas después? El serio conflicto diplomático entre los gobiernos de Bélgica e Italia, saltándose a la torera todos los estamentos deportivos, en general, y del ciclismo, en particular, lo dice todo. ¿Cómo se explica que algún médico –millonario y famoso– no esté desde hace años entre rejas y de por vida? ¿A quién puede convencer la sentencia de Contador, sobre todo a la vista de otras exculpaciones escandalosas? Más aún: ¿el desenlace habría sido el mismo caso de que Alberto hubiera seguido de la mano de Bruyneel, el cuasi eterno director de Lance Amstrong?

Pero en este reencuentro inesperado con la escultura que grita –el ayer hecho verdad en letra impresa– no quiero olvidarme ni del “no volveré a correr la Vuelta a España”, que Luis no pudo cumplir al ficharle Gabriel Saura y su amigo y patrón Orbaiceta para defender el maillot del equipo Súper Ser, ni, sobre todo, de su más desgarrada confesión: “Puedo fracasar en el Tour de Francia. Y eso sería muy grave para mí”.

Buena parte de la grandeza de Luis Ocaña como campeón, como mito, como leyenda del ciclismo español se levanta sobre esa frase, sobre esa confesión, tan sincera como trascendente en su carrera. Luis había disputado ya dos Tour de Francia y había fallado como una escopeta de feria; más que nada porque desde su aparición en escena, en 1969, era el antagonista natural del belga Eddy Merckx. Una etapa, conseguida a lo grande, eso sí, en Saint Gaudens el año anterior, era demasiado poco para un legítimo aspirante a la coronación en París. Luis lo sabía y quería evitar a toda costa el fracaso.

Luis Ocaña y José Fuente Tarangu

Por eso, en la París-Niza se probó. Arrancó como sólo él y el mismísimo Merckx podían hacerlo, simplemente para ver su puesta punto para esas fechas, lejos de la plenitud del verano. Esa arrancada iba a hacer historia en las relaciones entre Luis y Eddy hasta el final de sus respectivas carreras. Merckx, desafiante y engallado –ya contaba sus dos participaciones en el Tour por sendas victorias y era el rey indiscutible del ciclismo de febrero a octubre– le dio caza en un suspiro. Y quiso humillar al conquense (digámoslo ya: uno de los tipos más orgullosos que uno ha conocido) poniéndose a su altura silbando. El gesto encendió a Ocaña que, tocado en su amor propio, soltó al dueño y señor del pelotón mundial: “Ríe ahora que en julio no podrás hacerlo”. Y llegó el 8 de julio. Estábamos al pie de los Alpes. El sol brillaba radiante y el calor se dejaba sentir sentir, como anuncio inequívoco del bochorno asfixiante que abrasaría una hora más tarde en las cumbres. En la salida, Luis me decía en tono confidencial y rotundo mirando a un Merckx –que ya, para no perder la costumbre, iba vestido de amarillo–: “Hoy se va a enterar éste”. Era una etapa muy corta (134 km) e incluía cinco puertos, con salida en Grenoble y final en Orcieres Merlette.

Los silbidos de la París-Niza martilleaban sin duda en los oídos del indomable y rebelde campeón de Priego. Se dio la salida y empezó el baile. El portugués Agostinho, secundado por tres o cuatro hombres más, lanzó de manera feroz la carrera desde el banderazo. Ocaña en seguida arrancó como un avión. Los que se percataron del alcance de la maniobra –Zoetemelk y Van Impe– hacían lo imposible por seguir la rueda de Luis. Pero Luis volaba. Nadie podía seguirle. Los que se empeñaban en aguantar terminaron por explotar y, para entonces, Ocaña había doblegado a la avanzadilla de Agostinho y al propio Joaquim, pese a su fortaleza pétrea. Luis, consumado contrarrelojista, se había planteado la etapa de alta montaña como una contrarreloj gigantesca y gloriosa. Sus piernas movían el molino de la gloria puerto tras puerto –“no puedo fracasar en el Tour”–. Merckx buscaba con la mirada aliados. Resoplaba bajo el sol abrasador y, ¡por primera vez en su vida en una gran vuelta!, era incapaz de resistir un ataque, por otra parte sin precedentes. Infinitamente más demoledor que los que hasta entonces, en el Giro y en el propio Tour, le había lanzado Gimondi. Y las diferencias crecían más y más. Ocaña, en plenitud, demostraba por fin quién era. En Orcieres Merlette, Luis llegó con 8:43 sobre Zoetemelk, 9: 20 a Van Impe, 9:26 a Petterson, 9:46 a Merckx. 61 corredores llegaron fuera de control. Los organizadores tuvieron que repescarlos para no quedarse con un pelotón de 28 ciclistas. En la general, más de nueve minutos (9:26) sobre Merckx, coronaban a Ocaña como líder de un Tour que ya era suyo.

Al día siguiente, jornada de descanso, Luis amaneció con el maillot amarillo en el aparador de su dormitorio. Y aquel día yo iba a ser testigo de un encuentro astutamente concertado. Luis salió a entrenarse solo, cosa rara, embutido en el maillot anaranjando y blanco de Bic. Yo era el único periodista que le seguía. Al poco de iniciar el descenso de la estación alpina, un coche con matrícula española se detiene al borde de la calzada. Luis se detiene. Baja del coche Luis Knör, dueño de Kas y presidente del equipo. En ese punto y hora –alrededor de las doce del medio día– Luis Ocaña llega a un acuerdo para correr la temporada siguiente con el equipo Kas. Veinte minutos de conversación –ante unos ojos indiscretos y unos oídos en silencio por culpa de la distancia a la que me veo obligado a permanecer– terminan con un firme apretón de manos entre los dos Luises. Pero, en todo caso, esta es la primicia 45 años después. Mi compromiso con Luis, aquel día, lo he mantenido hasta hoy: Luis Ocaña fichó por Kas en 1971. El acuerdo se formalizó en Orcieres Merlette. (Y no se materializó al no ganar Ocaña aquel Tour).

Sigo. Cuando el 10 de julio se reanuda la carrera, Merckx, con varios de sus compañeros de equipo, Van Springel y cinco o seis amigos más, todos ellos grandes rodadores y especialistas en descensos, lanzan el ataque más furibundo que se recuerda en el ciclismo moderno: cerca de 230 km de ataque hasta Marsella. Los 13 de cabeza vuelan. Se relevan sincronizados y atrás Ocaña está sólo. Su equipo, reventado, no da para más. Mal panorama con 230 km por delante, siempre por terreno favorable. Y, de pronto, se ve el efecto del apretón de manos del día anterior: todo el equipo Kas, a bloque, se pone a trabajar codo con codo con Ocaña. Al final, en Marsella, después de cinco horas y media de persecución, sólo 1 minuto y 50 segundos (escribo de memoria) separan a Merckx de Ocaña. Nunca un ataque tan largo rentó tan poco. Pero Merckx demostraba que no se rendía. Iba a seguir atacando al español día tras día. Hasta que se llegó a los Pirineos, aparecieron las tormentas de verano –estruendosas y con mucha lluvia– en la cadena montañosa franco-española. Y… apareció también la guadaña del ciclismo, del Tour, de la vida. En plena bajada del puerto de Mente –la carretera para entonces era un arroyo– Ocaña cae y, tras él, uno tras otro impactan hasta cuatro corredores contra él. Luis, malherido, no puede continuar. El destino no ha permitido su coronación en París. Para alcanzarla tendrá que esperar hasta el 73. Pero su imagen no es ya –no volverá a serlo jamás– la de un vencido. Ocaña ha demostrado que el Tour le pertenece. Que el Tour es su territorio. Que el Tour es su auténtico reino. Una mala caída le ha robado la victoria, pero no podrá borrar jamás su condición de mito, de leyenda, de campeón valiente. Tan valiente que –en la hora del dolor– le costó, al pobre, la vida.

Simón Ruflo recortando su entrevista a Luis Ocaña en la redacción de Diario AS.