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"No tenía miedo, hasta mi bisabuela estaba en una banda callejera"

Dejounte Murray cuenta, en Sports Illustrated, su historia en el durísimo South End de Seattle: "Lo normal en mi familia era vender droga, tener que hacer lo que fuera necesario".

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"No tenía miedo, hasta mi bisabuela estaba en una banda callejera"
Troy Wayrynen USA TODAY Sports

Dejounte Murray tiene 24 años. Lleva en la NBA desde 2016, cuando llegó por la noble puerta de los Spurs como número 29 del draft. Había jugado una temporada con los Huskies de Washington, universidad de su estado natal: nació en Seattle y se crio en el durísimo South End.

Murray es un base que se sale del molde de los playmakers actuales. No tira de tres si no se ve obligado, juega a toda velocidad en transición y ha ido aprendiendo, poco a poco, a organizar el juego en cinco contra cinco y anotar desde la media distancia. Gregg Popovich cree en él y la franquicia texana lo considera uno de sus pilares para el futuro: ya es el segundo más longevo en la plantilla tras el veteranísimo Patty Mills y en octubre de 2019 firmó una ampliación de contrato por cuatro años y 64 millones de dólares que podían acabar siendo 70.

Lo hizo después de pasarse en blanco la temporada 2018-19, la tercera para él en la Liga, tras romperse en pretemporada el ligamento cruzado. Venía de entrar en el Segundo Quinteto Defensivo en 2018, algo que con 21 años o menos solo habían logrado antes que él Kobe Bryant, Tim Duncan y Anthony Davis. Porque, por encima de todo, Murray es un excepcional defensor, una peste, una pesadilla para los bases rivales. En el presente curso, en el que sus Spurs van a jugar el play in salvo catástrofe, promedia 15,9 puntos, 7 rebotes y 5,4 asistencias.

Dice Michael Pina, en un excelente artículo sobre él en Sports Illustrated, que va a ser el único jugador que en la última década se queda sin ser all star tras unas medias de al menos 15+7+5. El artículo es, más allá de eso, un excelente repaso a la vida, complicadísima, que forjó al Murray que lo da todo cada noche en las pistas con los Spurs. Una infancia y adolescencia marcadas por la supervivencia en un barrio marginal, durísimo. La violencia, las bandas, la droga, las detenciones: “Es una historia que no he contado antes porque estaba en la calle de verdad. En serio. No es nada de lo que presumir. Es mierda real, es una locura cuando me despierto por la mañana y pienso que estoy jugando en la NBA. Es como estar en un videojuego. Hay gente que se compra una camiseta con mi nombre. Es como si no fuera real, llevo cinco años aquí y sigue siendo como un sueño”.

Murray cuenta con toda franqueza cómo su destino parecía escrito… y con muy mal final: “Creo que el camino que me ha traído hasta aquí, todo lo que he tenido que superar… nadie ha tenido que pasar por tanto. Estoy en un momento en el que me planteo cómo contar mi historia para motivar a otros, para que el mundo sepa quién es Dejounte Murray. Hasta ahora he hablado muy poco de mí porque era algo que me traumatizaba. Cuando piensas en las calles, en ser un chaval en la calle… en las bandas, las drogas y en tener que hacer lo que sea para conseguir algo de dinero… eso era lo que había. Así era mi vida. Ni siquiera es algo que tuve que aprender. Era eso o nada, no había otro camino”.

Ese camino cambió por fin después de varias detenciones: “No era ni un delincuente juvenil a los 11 años. No tenía miedo, no estaba nervioso, sabía cómo iban a ser las cosas si iba a la cárcel”. Su madre entraba y salía de prisión y su padre desaparecía durante largas temporadas. “No soy el único de mi familia que tuvo que pasar por lo peor aunque parezca una locura. Fue así para todos, hasta mi abuela… escuché historias de que mi bisabuela formaba parte de una banda callejera, que hacía cosas feas, una locura. Es como un bucle, como si fuera un ciclo, algo que pasa de generación en generación. Lo normal en mi familia era vender droga, tener que hacer lo que fuera necesario en las calles”.

“Iba de piso en piso, estaba todo el día en la calle. Tanto que no tenía ni dibujos animados favoritos. No puedo ni hablar de esas cosas con mi hija, eso me afecta mucho”, asegura un Murray que se aferró al baloncesto para salir adelante y no va a permitir que nada le desvíe de ese camino: “Todavía lidio con mucho a día de hoy. Lo más importante para mí es ir a la cancha de entrenamiento, meditar. No salgo de fiesta, no bebo, no fumo. El gimnasio es como mi club nocturno, mi terapia. Mi vida. Sería una desgracia que dejara que esas cosas afectaran a mi carrera, que me impidieran llegar hasta donde quiero llegar. Me enseñaron que hay que encontrar la forma de lograr lo que quieres. Y en eso estoy”.