NBA | ANÁLISIS

Tatum y los Celtics 2019-20: hay vida después de Kyrie

Los Celtics pueden sacar conclusiones positivas de un curso que ha acabado con sabor agridulce. Tatum explota, Kyrie es olvidado y el futuro promete.

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Jayson Tatum, antes de un partido de la NBA de Boston Celtics
Adam Glanzman Getty Images

Se acabó para los Celtics una temporada radicalmente distinta a la anterior. Una que tuvo un inicio esperanzador, un desarrollo más que correcto y un final agridulce que no empaña (o no debería) todas las cosas positivas que se pueden sacar. La mejor de todas, que las negativas tienen solución, algo que muchas veces preocupa y que no se da en otros proyectos ya tornados en fallidos como los Rockets. O que necesitan un margen de pensamiento mayor que el de Anteto y sus Bucks. No, lo bueno de los Celtics es que sus errores tienen solución y sus virtudes aún no han alcanzado su techo. Que han regresado a las finales del Este, sus terceras en cuatro años, y se han despedido con sentimientos encontrados, casi malos, todos esos que provienen de esa derrota amarga que muchos experimentan pero no todos asumen. Con la cabeza fría, el equipo que dirige Brad Stevens podrá hacer introspección y diagnóstico y ver qué ha hecho bien y qué mal. Y, seguramente, no se vayan a casa con la sensación del buen trabajo realizado, esa que sí se pueden llevar unos Nuggets que han hecho historia. Al fin y al cabo, los Celtics ya saben lo que es perder en esta ronda, e incluso han llegado a estar más cerca. Pero eso no quita, ojo, que su temporada haya sido enormemente positiva en muchos aspectos y que el futuro esté lleno de promesas de cambio y alguna prisa impaciente, siempre propia de la franquicia más ganadora de la historia, un honor que puede ser compartido si los Lakers consiguen este año el decimoséptimo anillo de su historia.

Los Celtics han tenido de todo este curso, que ha abarcado, coronavirus mediante, casi un año. Un inicio en el que se habló poco de ellos, fruto de ese eterno sainete que significó Kyrie Irving y que desmadejó a una plantilla de jóvenes talentos que nunca se adaptó a un ser era solo líder en la teoría y que nunca cuadró, ni en fondo o en forma, con una franquicia con una historia inmensamente más grande que la suya. El "no estábamos preparados" para tanto circo de Jaylen Brown definió a la perfección un curso nefasto que acabó en fracaso, con un 4-1 ante los Bucks en semifinales del Este y la abrupta salida de Kyrie rumbo a la Gran Manzana, para hacer en los Nets cosas peores de las que hacía en Boston y frenar en seco a un proyecto que iba para arriba, además de cargarse al entrenador (Kenny Atkinson) y borrarse de la burbuja. Todo en cursiva por indemostrable, no porque no sea un secreto a voces que representa completa y netamente la realidad. Una realidad que sufrieron los Celtics, que han superado la malograda huella que ha dejado un hombre cuyo talento es directamente proporcional a su mala cabeza y que ha demostrado ser un jugador que asume demasiado estando solo y es más efectivo como esa segunda espada que nunca debería haber dejado de ser. Ya veremos si consigue asumir ese papel con Durant después hacerlo en su día con LeBron, un carácter que dominaba el suyo por motivos que no son necesarios explicar.

No es lo único que perdió Boston el pasado verano. En otro movimiento no tan bueno para ellos pero igual de nefasto para la otra parte, Al Horford se marchaba a cobrar un lucrativo contrato a Philadelphia (109 millones en cuatro años) que parecía mucho y lo ha acabado siendo. El pívot dejó un vació espiritual y deportivo, desapareciendo una referencia en el vestuario y un hombre clave en la defensa de Brad Stevens y poniendo rumbo a la superpoblada zona de unos Sixers en los que no está ni se le espera, en la que ha sido el enésimo movimiento inentendible de una franquicia que empezó su proyecto de la mano de los Celtics, sus rivales, pero que da pasos para atrás mientras que los bostonianos mantienen una línea continua ascendente. Quizá no tan rápido como a muchos les gustaría, pero con pasos claros y rotundos a la dirección correcta, como han demostrado en un año en el que han regresado a la química grupal de 2017 y 2018, se han deshecho de aquellos que reclamaban más (Rozier) y han conseguido mantener unido al colectivo casi sin altercados, con solitarias excepciones acalladas por la totalidad de la plantilla como la que ocurrió tras el segundo partido de las finales del Este entre Brown y Smart.

Los Celtics han sido, sin Kyrie y sin Horford, el tercer mejor ataque de la Conferencia Este y la segunda mejor defensa de la NBA. En una temporada de 82 partidos se habrían dejado 10 sin disputar, consiguiendo un récord de 48-24 que les dejaba a solo una victoria del logrado el año pasado con Kyrie y a siete de las 55 que han supuesto el tope desde que Brad Stevens llegara a la franquicia en 2013, abandonando su buen hacer en la Universidad de Butler y dando el salto a la NBA con tan solo 37 años para iniciar un proyecto ambicioso y ser la persona de confianza de un Danny Ainge que siempre le ha dado paciencia y tiempo para moldearlo todo a su antojo. Excepto en la imposición de Kyrie que se presentó como una oportunidad y acabó siendo un salto en plancha a una piscina sin agua. Además, los Celtics han conseguido el mejor rating ofensivo desde la llegada de Stevens y el tercero mejor de la historia de la franquicia desde las dos temporadas que van de 1986-1988, con K.C Jones de entrenador, Larry Bird de estrella y Red Auerbach en los despachos. Palabras mayores mientras intentan recoger el legado de semejantes leyendas, algo que solo ha conseguido hacer el big three de la 2007-08, que puso fin a una sequía de 22 años. Ahora, en más de 30, ese es el único título que hay en las vitrinas de un equipo que consiguió la mayoría de sus títulos en la prehistoria de la Liga (bendito Bill Russell) y que intenta ahora volver a unos días de gloria que ya pocos recuerdan, pero a los que se acercan. Lenta y, a la vez, inexorablemente.

Eso sí, hasta que no ganen no recuperarán esa reputación que tienen como franquicia. Van por el buen camino, con unos mimbres que nunca tuvieron desde la retirada de Larry Bird hasta el campeonato de 2008, y siempre están entre los mejores equipos de una competición que no espera a nadie y que no lo hará con ellos, por mucho que aún tengan tiempo para recoger los frutos de lo que están sembrando. Más allá de lo mencionado, los Celtics han quedado terceros del Este (cuartos el año pasado) por delante de Pacers, Heat o Sixers, proyectos igual o más prometedores que ellos. También han mostrado una gran solidez reboteadora (octavos mejores de la NBA), además de haber finalizado sextos en robos por partido y quintos en tapones, teniendo el mejor net rating de toda la competición tras Bucks y Clippers. Y, entre enero y febrero, poco antes del parón, tuvieron una racha de siete victorias seguidas, nueve en diez partidos y 11 en 13. Y 15 en 18. Algo que fue cortado de raíz por el parón y que supuso su mejor momento del año.

La explosión de Tatum

Si hay algo por destacar dentro de la temporada celtic, ha sido la explosión de Jayson Tatum. El joven alero empezó dando muestras de su potencial, pero explotó literalmente tras el All Star y en los playoffs se ha postulado como una (¿mega?) estrella, con una regularidad y unos números que han superado a cualquier jugador de los tres equipos (Sixers, Raptors y Heat) a los que se han enfrentado en playoffs. Antes, en la regular season, promedió 23,4 puntos, 7 rebotes y 3 asistencias, máximas de su carrera. Y lo hizo con un 45% en tiros de campo, un 40% en triples y un 81,2% en tiros libres, lo que le valió para disputar el primer All Star de su carrera junto a su compañero Kemba Walker, una selección de la que fue excluido un Jaylen Brown que es tan parecido como complementario a su compañero. El trío, por cierto, ha superado la veintena cabeza por cabeza, siendo los Celtics el único equipo con tres jugadores anotando 20 o más puntos, teniendo además a Hayward y a Smart por encima de la decena y a sus dos hombres interiores, Theis y Kanter, con 8 o más puntos.

Seguimos con Tatum: el 11 de enero anotó 41 puntos a los Pelicans en una serie de tiro tremenda (16 de 22, con 6 de 9 en triples). A partir de ahí y hasta el parón, promedió casi 28 puntos por encuentro, con un 45,5% en triples, una cifra asombrosa para un jugador que está lanzando más de 8 por partido. En primera ronda ante los Sixers anotó 32 (con 13 rebotes) y 33 (+5+5) puntos en los dos primeros partidos, y promedió 27, con 9,8 rebotes, en toda la eliminatoria. En semifinales se fue a 24,3+10,3+5,3, demostrando su progresión en el pase y dando un salto cualitativo en defensa que ya se había producido a inicio de curso. Y en las finales del Este se ha ido a más de 25 puntos, 10 rebotes y 6 asistencias. Ha anotado más de 20 puntos en 14 de los 17 partidos que ha jugado en playoffs, más de 25 en 10 y más de 30 en cinco. Durante la fase regular, superó 27 veces la veintena, 13 los 30 y dos los 40, consiguiendo dos dobles-dobles, aunque siendo relegado al Tercer Mejor Quinteto de la NBA. Y ha dado un salto adelante en el plano defensivo, ya sea contra o sobre el balón, mejorando su toma de decisiones, su movimiento de pies y su juego al poste, que cada vez utiliza más aprovechando su ventaja en el miss match ante rivales más bajos. En definitiva, Tatum se ha convertido en una estrella de la Liga y ha mejorado sus estadísticas en playoffs. Y, lo que es más sorprendente, es imposible predecir donde está su techo.

La edad da tiempo a paliar defectos

No todo ha sido un camino de rosas para los Celtics. Daniel Theis ha sido un hombre sólido en el interior, pero no de garantías para los playoffs y ha sufrido mucho contra Adebayo. Kanter vale para lo que vale, un microondas que pilla todo lo que está cerca de su área de ataque y se resiente en defensa, siendo molón pero teniendo un uso temporalmente limitado. Por un lado, la pérdida de Horford ha dejado un vacío obvio y rotundo y una pieza que encajaba a la perfección, por lo que Stevens se ha visto obligado a tirar de su quinteto fetiche en muchas ocasiones, el que junta a Kemba, Smart, Tatum, Jaylen y Hayward, su ojito derecho y jugador favorito de la plantilla. Sin embargo, esto supone un problema en la fase final, más allá de que Kemba haya llegado tocado y Hayward sufriera una lesión que no le ha permitido volver hasta las finales de Conferencia: un desgaste adicional que ha sido sinónimo de una plantilla de corta rotación, en la que Brad Wanamaker y los Williams (Grant y Robert) han tenido pocos minutos. La juventud permite exprimir, pero carece de lógica que las piernas lleguen cansadas a los finales apretados, algo que se ha notado de manera obvia en los colapsos, parcialmente inexplicables, del equipo en determinados momentos del partido y la mala gestión del clutch time. De los siete partidos que los Celtics han perdido en playoffs, solo el último lo ha hecho por 10 o más puntos. El resto han sido por siete o menos; en cinco de esos duelos, la diferencia en contra no superó los cinco tantos. Y en cuatro, fueron partidos de una sola posesión.

Dicho esto, los Celtics tienen más cosas que mejorar. Les falta un distribuidor, y compartir el balón no es sinónimo de dar un último pase o encontrar a tu compañero solo. Esto pasa solo en parte, y los verdes son el sexto equipo de la NBA que menos asistencias reparte por partido. Lo que en su día fue Rondo no lo han sido ni Isaiah Thomas, ni Kyrie Irving ni Kemba Walker, un base anotador y un jugón que anota mucho pero se aleja del perfil de base clásico. De hecho, su máximo en asistencias en una temporada es de 6,1. Si bien Stevens se encuentra cómodo con este estilo, los problemas de tiro también han sido una constante. Los Celtics se colocan como el 17º equipo en tiros de campo, el 13º en triples, el 18º en tiros de dos, y solo se cuelan en el top ten en tiros libres (quintos, con más de un 80% de acierto). Esto es un claro síntoma de la irregularidad en el acierto que se ha visto en el duelo ante los Heat, en el que han lanzado una mansalva de triples en el último cuarto en jugadas nada trabajadas. ¿Resultado? Iban ganando de seis a falta de seis minutos para el final,y han recibido un parcial de 24-6 en el resto del partido. Además, la ausencia de rotación y las lesiones han obligado a Smart a asumir demasiados tiros: el base, que ha repetido en el Mejor Quinteto Defensivo, ha mejorado en ataque y se ha ido a 12,9 puntos por partido este año, pero falla muchos triples abiertos y es irregular. En el sexto ante los Heat ha empezado con 4 de 4 en triples... y ha fallado los nueve siguientes. Naufragio absoluto.

¿Lo bueno? Que hay tiempo de sobra para paliar estos defectos. Puede que alguno no se acuerde, pero Tatum, Brown y Smart son las bases del proyecto, y tienen 21, 23 y 25 años por barba. Kemba y Hayward llegan a los 29, Theis y Kanter a los 27, y Grant Williams, un novato prometedor, solo tiene 21 (como Carsen Edwards) mientras que Robert, en su segundo año, llega a 22. Y tienen asegurada la plantilla: Tatum sigue en su contrato rookie, del que sale en 2021, cuando pedirá a buen seguro el máximo. Jaylen ya fue renovado y tiene vinculación con el equipo hasta 2024 y Kemba hasta 2022 con una opción de jugador para un curso más. Una opción que puede ejercer Hayward para quedarse y cobrar 34 millones la próxima temporada. Mientras que Smart está atado hasta 2022, mientras que Theis y Kanter no están saliendo especialmente caros y cobrarán 5 millones por cabeza el curso que viene, siempre que el turco ejerza su particular player option. Todo atado y bien atado por la fina mano y la privilegiada mente de Danny Ainge, que pensó con la cabeza antes que con el corazón para mandar a Garnett y Pierce a los Nets, aprovecharse de la avaricia de Prójorov e iniciar una reconstrucción postergada levemente pero que ha dado réditos infinitos a unos Celtics con mucho futuro por delante.

Por lo tanto, los Celtics tienen tiempo. En la NBA todo cambia en cuestión de meses y hay que ser cautos, pero si consiguen un interior de garantías y Tatum, Smart y Brown (20,3+6,4 este año) siguen atados, el futuro está en sus manos. El propio Stevens sigue progresando dentro de su juventud y puede ser aleccionador para él haber cedido ante un genio como Erik Spoelstra, mientras que Ainge, en su consabida sabiduría, ha visto qué es lo que le falta al equipo. Puede que en cualquier otro proyecto llegar a tres finales del Este en cuatro años y no pisar las Finales sea un fracaso, pero con la proyección y la precocidad de sus jugadores, toca ser paciente en Boston. La sensación es agridulce, pero hay tiempo de sobra para recuperar la gloria perdida. Y, al final, estos años sirven a Tatum y compañía a aprender que ganar no es sencillo, por algo que antes o después todo el mundo acaba asumiendo en la NBA: nunca lo es.