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“No quieres ser Craig Hodges”: cuando el activismo costaba caro

Dos veces campeón con los Bulls y tres del concurso de triples, Hodges cayó en el ostracismo por su compromiso social. Cuenta su historia en “Tiro de larga distancia”.

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“No quieres ser Craig Hodges”: cuando el activismo costaba caro

Craig Hodges no jugó nunca un All Star Game, no estuvo en unos Juegos Olimpicos con Estados Unidos y no salía en aquellos posters con collages de varias estrellas de la NBA que empezaron de repente a llenar paredes de habitaciones hace ya más de un cuarto de siglo. Recuerdo uno, en casa de un amigo de la infancia, con una errata: en lugar de Akeem (todavía no era Hakeem) Olajuwon, ponía Akeem Olasinwan. Cerca de las Estrellas se empezó a emitir en TVE en 1988, la primera puerta a la NBA para el gran público en España. La gran Liga nos llegó con Magic Johnson, Larry Bird y los Bad Boys, se consolidó como un fenómeno social con el Dream Team de Barcelona 92 y fue lanzada a la estratosfera por la revolución Michael Jordan. Si quieres reconocer a un aficionado de los que consumían toda la NBA que por entonces se podía (casi todo en un diferido informativo hoy impensable), solo tienes que preguntar por Craig Hodges. Seguro que lo conoce. Aunque nunca jugara un All Star Game y todo lo demás.

Fibroso y con el número 14 de los Bulls en la camiseta, Hodges era un especialista en el tiro de tres cuando tal cosa apenas existía como rol claro en muchas rotaciones NBA, eones antes de la actual revolución del triple que ha transformado el baloncesto. Se le recuerda como jugador de fondo de armario en los dos primeros anillos de Michael Jordan, Scottie Pippen y Phil Jackson, los Bulls de 1991 y 1992, pero sobre todo se le recuerda en las noches de All Star Weekend, cuando estas todavía eran un acontecimiento que obligaba a trasnoches muchas veces de familias completas.

Hodges es el único junto a Larry Bird que ha ganado tres veces el concurso de triples. Fue entre 1989 y 1991, después de una victoria de Dale Ellis y las de Bird en las tres primeras ediciones del certamen. Hodges, de hecho, estaba en el vestuario en 1987, en Seattle, cuando Bird irrumpió preguntando a los demás “quién va a quedar segundo”. Y fue Hodges el que, después de ganar por primera vez en 1989, dijo aquello de “ya sabe dónde encontrarme” cuando le preguntaron si tenía menos mérito ganar el concurso sin el mítico Bird entre los participantes. Hodges, un nombre inseparable del concurso (aunque eso no siempre le gustó a la NBA) conserva las dos mejores marcas de más tiros anotados en una ronda (21, la alcanzó dos veces) y la de más tiros consecutivos encestados (19). Y su tope de puntos, 25 sobre 30, solo fue superado cuando se podía llegar hasta 34 (Devin Booker sumó 28 en 2018).

Hodges forma parte de esos recuerdos, de nuestros primeros All Star y del primer gran equipo dominante de Michael Jordan. Pero su nombre, la silueta del 14 fibroso y tirador de los Bulls, se desvaneció de repente. Un rastro perdido y del que muchos se acordaron por su ausencia en The Last Dance, el mastodóntico documental (diez capítulos) de Michael Jordan que fue trending topic durante buena parte del confinamiento y que no solo trajo de vuelta a la figura del intocable 23, con toda su grandeza y todas sus contradicciones, sino todo el baloncesto de los 90, una década que de pronto borró a un dos veces campeón de la NBA y tres del concurso de triples. ¿Qué demonios había sido de Craig Hodges?

La respuesta está en “Tiro de larga distancia”, el libro en el que Hodges cuenta su historia, con ayuda de Rory Fanning, el escritor que dejó la carrera militar espantado por lo que vivió en Irak y Afganistán. En España lo ha editado Capitán Swing, y en realidad podría decirse que gran parte de esa incógnita se resuelve en la introducción del periodista Dave Zirin: “No quieres ser Craig Hogdes”.

No quieres ser Craig Hodges. Esa fue la frase que se usaba en la NBA, hoy una Liga (en gran parte bien ganada) con fama de progresista y activista, para referirse al ostracismo en el se arriesgaba uno a caer casi con toda seguridad si anteponía los principios y la lucha social al pan y circo, el puro espectáculo deportivo. Quizás hoy cueste entenderlo, y más a la vista de los movimientos de los jugadores en los últimos meses, especialmente tras el asesinato de George Floyd en Minnesota. Y por eso, precisamente, esta historia es especialmente necesaria en este momento y en el contexto actual. El peligro sigue ahí: la máquina que sostiene el negocio prefiere a los jugadores callados y las conciencias adormecidas; pero no tiene el control que sí tenía entonces, a principios de los años 90, sobre unos jugadores ahora empoderados, más conscientes de quiénes son y de qué pueden conseguir. Más despiertos. La llegada de Magic Johnson y Larry Bird rescató a una NBA a la que rondaba la ruina. Pero la irrupción de las grandes marcas, las televisiones nacionales y los contratos millonarios también exigió silencio y complicidad con un sistema que era y es injusto con la población afroamericana. Muchos callaron, de forma más o menos cómplice, y el libro señala a unos cuantos: Charles Barkley, Dominique Wilkins, Magic Johnson y, sobre todo, Michael Jordan y su ultra poderoso agente, David Falk, una de las figuras que controlaba cada paso que se daba en aquella NBA.

“Tiro de larga distancia” viaja por los rincones oscuros y las incongruencias de un gran negocio, el deporte estadounidense, que explota a un deportista afroamericano (en torno al 75% en la NBA) primero silenciado, muchas veces comprado y en la práctica transformado en tótem. Contra eso sí pelean ahora en bloque los jugadores, con las grandes estrellas al frente. Pero en una batalla similar (es obvio en las páginas del libro) se vio muy solo Hodges, a caballo entre los años de pelea social de Oscar Robertson, Bill Russell y Kareem Abdul-Jabbar y estos de LeBron James. En período de entreguerras, los tiempos de la gran expansión capitalista, cuando era mejor cerrar el pico y llenarse los bolsillos. “Tiro de larga distancia” es un relato de vida, desde una infancia marcada por las fuertes figuras femeninas de su familia a un magnífico viaje lleno de baloncesto (por sus páginas se asoman Don Nelson, Tex Winter, Phil Jackson, los primeros anillos de los Bulls…) y una trayectoria personal y profesional de luces y sombras, con triunfos y hundimientos, con un divorcio terrible y la depresión que siguió al silencio del teléfono, cuando nadie quiso llamar, a partir de 1992, al tirador del banquillo de los Bulls, los campeones de la NBA.

Hodges cuenta toda la verdad, al menos su verdad. Lo que en su día eran cargas contra molinos de viento, el confuso trayecto del barrio al fin de semana de las estrellas, las contradicciones y la presión bajo la que se ven obligados a vivir muchos deportistas afroamericanos. Hay tiempo para las batallas contra los Pistons, las pistas más míticas del baloncesto universitario o las conversaciones privadas con algunos de los grandes protagonistas de la historia de la NBA. Hay tiempo para sus momentos de mayor felicidad y realización, también para los de más dolor e incluso vergüenza. Hay lugar para un hilo de vivencias con el racismo que comenzaron en la infancia y nunca terminaron del todo. Hay demasiado que suena a lo mismo que vemos ahora, en las calles de Estados Unidos y en el entorno de una NBA (por suerte) muy transformada en muchas otras cosas. Y en la que ya no existe el miedo de entonces a gripar el motor que propulsaba el despegue o, como pasó después de Jordan, a quedarse sin público si enfurruñaba al ciudadano blanco de barrio residencial. Hodges aporta una visión distinta, entre el pasado y el presente, y tremendamente humana de lo que significaba ser activista en un momento en el que los motivos eran tan buenos y tan necesarios como (por desgracia) lo son ahora pero en el que casi todos preferían, sencillamente, callar. Para no acabar siendo como Craig Hodges.