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Golpes, cáncer, Olajuwon, anillos... Rudy Tomjanovich, el genio que renegaba de serlo

El técnico superó desmanes como jugador y un cáncer diagnosticado en 2003. Entre medias, hizo historia con los Rockets: "Nunca subestimes el corazón de un campeón".

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Rudy Tomjanovich fue entrenador de los Houston Rockets de la NBA, con los que conquistó dos anillos en 1994 y 1995
ROBERT GALBRAITH REUTERS

Entre las frases y frases que ha dejado la NBA a lo largo de su historia, nunca ninguna ha tenido tanto significado como la pronunciada por Rudy Tomjanovich tras la consecución del anillo que los Rockets ganaron en 1995: "Nunca subestimes el corazón de un campeón". La competición norteamericana siempre ha parecido una película de Hollywood en la que las palabras perfectas eran siempre pronunciadas en el momento adecuado, pero esta en concreto se lleva la palma. Su trascendencia es parte de la historia de la Liga y deja traslucir mucho más que el carácter de un equipo mítico que conquistó el campeonato en dos temporadas consecutivas. También se refiere a la forma de ser de un entrenador que no ha acaparado tanto como otros de su generación (Phil Jackson, Pat Riley, Gregg Popovich o Chuck Daly) o de la inmediatamente posterior, pero que tiene una importancia capital en el baloncesto norteamericano.

Tomjanovic consigue en 2020 su eternamente pospuesto ingreso en un Hall of Fame que le debía una. Un hombre ligado durante casi la totalidad de su carrera a unos Houston Rockets cuya historia es imposible entender sin su (a veces) infravalorada figura y que siempre ha sido capaz de superarse a sí mismo. Ya como jugador, pasó toda su carrera deportiva con la franquicia texana, aunque vivió su primer año en San Diego, ciudad en la que residían los Rockets por aquel entonces. Elegido en el puesto 2 del draft de 1970, se desempeñaba como alero, aunque su carrera en la NBA estuvo marcada por un episodio muy curioso y por desgracia no muy halagüeño para él. Fue el 9 de diciembre de 1977 cuando se organizó una pequeña tangana a mitad de pista durante el partido que enfrentaba a Rockets y Lakers. Rudy se aproximó corriendo a ver que sucedía cuando el ala-pívot Kermit Washington le propinó un fuerte puñetazo en la cara que le pilló por sorpresa, fracturando su mandíbula y dejándolo inconsciente.

La acción tuvo sus consecuencias para el angelino, suspendido durante 60 días, perdiéndose 26 partidos y obligado a pagar la multa más cara por aquel entonces, 10.000 dólares. Tomjanovich se llevó la peor parte e incluso se llegó a temer por su vida. Con la cara destrozada, le llevó cinco meses recuperarse por completo, aunque su tenacidad y consistencia le permitieron regresar a las pistas la temporada siguiente, en la que promedió 19 puntos y 7,7 rebotes disputando su quinto y último All Star. Rudy se retiró en 1981 tras 768 partidos en los que promedió 17,4 puntos y 8,1 rebotes.

Haciendo grande a Olajuwon

Tomjanovich no dio el salto inmediatamente a los banquillos. Como estudioso del juego, dedicó un par de años a formarse antes de empezar como asistente de Bill Fitch en la 1983-84. Era un año de transición para los texanos, que habían jugado las Finales en 1981 con el alero todavía en activo pero habían cuajado un 14-68 la siguiente temporada que había propiciado el despido de Del Harris y la llegada de Fitch, que vino acompañado del propio Tomjanovich. Con el nuevo cuerpo técnico vino Ralph Sampson, que junto con Olajuwon el año siguiente (en ese draftd de Jordan...) formaron esas torres gemelas que perdieron las Finales de 1986. El aterrizaje de un nuevo entrenador en 1988, solo unos meses después del traspaso de Sampson a Gonden State, no varió el puesto de Rudy, que esperó una oportunidad que llegó en 1991, cuando Chaney fue destituido tras tres primeras rondas consecutivas y un récord de 26-26 en la cuarta que certificó que el proyecto estaba estancado.

Si bien Tomjanovich llegó como interino y no consiguió alcanzar los playoffs en los 30 partidos que dirigió esa temporada (16-14), consiguió quedarse con el puesto y llegar a semis del Oeste el año siguiente, con un Olajuwon que explotó hasta los 26 puntos y 13 rebotes, a los que añadió más de 4 tapones y 72 dobles-dobles en 82 partidos y el premio a Mejor Defensor. Los Sonics les eliminaron en siete duros partidos, pero el momento de los Rockets estaba por llegar. En la 1993-94 Olajuwon repitió como Mejor Defensor, pero también ganó el MVP, juntando ambos premios en la misma temporada por segunda y última vez en la historia (el otro fue Michael Jordan en 1988). Fue la quintaesencia del pívot, que promedió 27 puntos y 12 rebotes, con 3,6 asistencias y 3,7 tapones, sentenció a los Blazers en primera ronda con 34++11+4,8+3,8 de promedio, a los Suns en siete partidos de locura en semifinales (28,7+13,6+4,6+4), a Utah en cinco partidos (28+10+4,4+4,6 con casi 3 robos) y a esos Knicks de Riley que se convirtieron en una versión caricaturesca de los Bad Boys, con un juego duro, sucio y casi sinvergüenza que no pudo parar a Olajuwon. Aunque a punto estuvo: 3-2 arriba y match ball que no pudieron concretar en el sexto (cayeron 86-84), ni en el séptimo, que dio a los Rockets el tan ansiado anillo (90-84) con Olajuwon algo más apagado por la asfixiante defensa neoyorquina y su par, Pat Ewing, pero que fue MVP de las Finales con 27 puntos, 9 rebotes, 3,6 asistencias y 4 tapones de promedio. Su consagración.

"Nunca subestimes el corazón de un campeón"

La gran hazaña fue, sin embargo, al año siguiente. Ni con la incorporación de Clyde Drexler los Rockets mejoraron y se quedaron en un 47-35 que les dejó en la quinta posición del Oeste y sin ventaja de campo en playoffs. Los playoffs fueron como una película y Olajuwon, que mantuvo sus números en regular season (28+11+3,5+3,4) fue de nuevo el héroe, esta vez bien acompañado. Houston venció en 5 partidos, el quinto de ellos en Salt Lake City y todo lo que ello supone, a los Jazz de Stockton y Malone, que habían ganado 60 partidos, con 34 puntos del pívot. El semifinales la gesta fue aun mayor, ya que todo parecía complicarse con un 3-1 en contra y match ball en los últimos Suns competitivos de Barkley (59 victorias). En las 227 ocasiones anteriores en las que se había dado un resultado así, solo en ocho se había logrado la remontada, certificada por un triple de Mario Elie (y 29,6+9 con un 51% en tiros de Kakeem) en el séptimo encuentro conocido como el beso de la muerte. Las finales de Conferencia fueron un monólogo de Olajuwon (34,6+11,6+5,4+4), contra el que nada pudo hacer un David Robinson (24,4+12 en esa serie) que declararía luego a Life Magazine eso de, "¿Hakeem? No puedes hacer nada contra Hakeem" ("Hakeem? You don't solve Hakeem").

En las Finales ya todo el mundo daba por hecha una hazaña que se transformó en master class de Hakeem a un joven Shaq (32,8+12+5+5,5 por los nada desdeñables pero insuficientes 28+12,5 de O'Neal). Ese mítico equipo, con Kenny Smith, Robert Horry, Clyde Drexler, Sam Cassell, Vernon Maxwell o Mario Elie, representó aquello en lo que Tomjanovich más creía, la tenacidad, la pasión y el corazón que logró conquistar en una NBA que veía como por primera vez un sexto clasificado ganaba el anillo acabando con los cuatro mejores récords de la temporada y sin ventaja de campo en ninguna de las eliminatorias. Y todo ello, dejando un reguero de víctimas por el camino y sin Jordan, que tal y como recordaba Olajuwon recientemente sí estaba. Pero cayó en semifinales ante los Magic.

Esos playoffs que Rudy resumió en ese nunca subestimes el corazón de un campeón fueron formidables, con Hakeem promediando 33 puntos, 10,3 rebotes, 4,5 asistencias y 2,8 tapones. Drexler 20,5 puntos, 7 rebotes y 5 asistencias, Robert Horry 13,1 puntos, 7 rebotes y 3,5 asistencias y Smith 10,8 puntos y 4,5 asistencias. Algunos creen que, en efecto, aquel equipo de Rudy Tomjanovich y Olajuwon podría haber sido la horma del zapato de los Bulls de Jordan, Pippen y Phil Jackson. Pero nunca lo sabremos, claro. Lo que sí sabemos es que el técnico, como era habitual en él, evitó el calificativo de genio y, desprovisto de egolatría o soberbia, cedió el total protagonismo a un equipo que ha trascendido más que él, su hacedor.

Un final amargo para Tomjanovich

Sería injusto darle una connotación negativa a la palabra final cuando hablamos de Tomjanovich. Aunque el momento fue algo agrio, de eso no cabe duda. El técnico todavía tuvo tiempo de colarse en semifinales el año siguiente en el que fue el último año de superhéroe de Hakeem (27+11 con 33 años) y tampoco se puede decir que naufragara en lso años siguientes, donde tuvo a sus órdenes equipos de más nombres que talentos, juntando leyendas ya de avanzada edad o estrellas que empezaban a perder luz pero que querían, y este deseo se expresó en voz alta por ellos, estar a las órdenes del técnico. Con Barkley llegaron a las finales del Oeste de 1997, la última vez que estuvieron cerca del anillo, pero cayeron 4-2 ante un equipo al que habían batido en años anteriores: los Jazz, que les ganaron tras una pájara tremenda en Texas en el sexto encuentro cuando el séptimo estaba casi asegurado y con un Stockton que anotó un triple ganador que le daba a él y a Malone las primeras Finales de su carrera.

Todavía dio tiempo a juntar a Barkley y Olajuwon con Pippen en el año del lockout (1998-99), pero fue en vano. 31-19 en 50 partidos y quinto puesto del Oeste y derrota contra los jóvenes Lakers de Shaq y Kobe en primera ronda. La serie fue la constatación de que el momento había pasado. Hakeem, que promedio unos nada desdeñables 19 puntos y 9,5 rebotes (2,5 tapones), se quedó en 13,3+7,3 en esa serie por los 29,5+10+4+4 de un O'Neal que certificó el fin de ciclo. El pívot fue traspasado tras la 200-01 a los Raptors, donde acabó una carrera de leyenda sin pena ni gloria, mientras que Tomjanovich, que aún tuvo tiempo de tutelar los primeros pasos de Yao Ming en la NBA, dijo adiós a los banquillos tras 2002-03, una temporada, la cuarta consecutiva para los Rockets sin playoffs, en la que acabaron con un récord de 43-39, a una victoria del octavo puesto de los Suns. Su récord como entrenador de los Rockets fue de 503-397 en temporada regular (56% de triunfos) y un 51-39 (57%) en playoffs. Y, aún con todo ese legado, tuvo tiempo para entrenar a Estados Unidos en un Mundial de Grecia en el que conquistó iun meritorio bronce al no contar con jugadores NBA y en los Juegos Olímpicos de Sydney, donde los norteamericanos conquistaron el oro en ese Dream Team 3.0. Casi nada.

El adiós de Tomjanovich fue forzado, por un diagnóstico de cáncer de vejiga que tuvo un gran impacto por aquel entonces y que superó tras un duro tratamiento que le minó física y moralmente pero al que sobrevivió siguiendo la estela de ese carácter innato en él, de tenacidad, constancia y pasión. Hizo un amago de retorno (no fue un amago, pero como si lo fuera) en 2004, cuando aceptó un contrato de 5 años por 30 millones para llevar a los Lakers post Shaquille O'Neal y Phil Jackson, con Kobe Bryant como estrella. Se retiró tras 39 partidos alegando cansancio, aunque rechazó que fuera por el tratamiento. De una forma u otra los Lakers lloraron su pérdida, pues iban 24-19 con él y acabaron con un récord de 34-48, por detrás incluso del hermano malo que eran los Clippers por aquel entonces de una manera más acentuada que ahora. En total, 10-29 tras la marcha de Rudy, que fue sustituido por un Fank Hamblen, tradicional asistente del Maestro Zen, que poca culpa tuvo del descalabro angelino y su primera ausencia en playoffs desde 1994.

Casi 25 años después de esa famosa frase, Tomjanovich, de 71 años y ya sin problemas de salud, es reconocido con su inclusión en un Hall of Fame, una recompensa más que merecida para una carrera legendaria. Robert Horry, que estuvo a sus órdenes, a las de Phil Jackson y Gregg Popovich, declararía para el Diario As tiempo después que "mi favorito siempre fue Rudy Tomjanovich. Se preocupaba por nosotros, nos preguntaba si queríamos jugar de una determinada manera o no". Y recordaba de manera nostálgica el anillo de 1995, cuyo mérito le atribuye en parte a su técnico, un pionero en determinados aspectos del juego como el small ball muy utilizado hoy en día: "Hicimos cosas increíbles, evolucionamos, arriesgamos con el small ball... fue increíble lo que conseguimos". Su legado, alejado de las cámaras, no queda empequeñecido cuando echamos la vista atrás y nos damos cuenta de todo lo que ha conseguido. Es histórico y haríamos mal en no hablar de todo ello. Al fin y al cabo, nunca hay que subestimar el corazón de un campeón.