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Ben Gordon: "Así acabé con una soga alrededor del cuello..."

El ex NBA relata su terrible historia: "Estaba en una habitación blanca y había médicos y enfermeras atándome a una cama y poniéndome inyecciones".

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Ben Gordon: "Así acabé con una soga alrededor del cuello..."

Ben Gordon tiene 36 años y lleva más de tres totalmente fuera de una NBA en la que jugó desde 2004, cuando fue elegido como número 3 por los Bulls en el draft de 2004. Mejor Sexto Hombre de la Liga en 2005, firmó contratos como el de casi 60 millones por cinco años que le dieron los Pistons en 2009 y jugó temporadas como la 2008-09, en la que metió más de 20 puntos por noche. Fue campeón universitario con la UConn en la que coincidió con Emeka Okafor.

Pero cuando su carrera languideció, se le perdió rápido la pista y lo siguiente que se supo de él fue que había sido detenido (en junio de 2017) por hacer saltar las alarmas antincendios de un edificio de apartamentos de Los Ángeles. Después, en octubre, fue ingresado en un centro psiquiátrico de Nueva York. Tras varias detenciones más, se dejó de saber de él... hasta ahora. El británico acaba de publicar un estremecedor y valiente artículo en The Player’s Tribune, el medio que deja espacio a que los deportistas se expresen con su propia voz. En él, reconoce que estuvo al borde del suicidio por unos problemas mentales de los que ahora se está tratando. Una narración muy cruda con la que pretende ayudar a otros jugadores que tiene claro que pasan por lo mismo. Esto es lo más destacado del artículo de Ben Gordon:

“Llegué a un punto en el que pasé seis semanas en las que no hubo día en el que no pensara en suicidarme. Estaba en el tejado de mi apartamento a las cuatro de la mañana, mirado hacia abajo y balanceándome hacia adelante y hacia atrás pensando ‘estoy a punto de hacerlo. Voy a escapar de toda esta mierda’. Fue justo después de mi última temporada en la NBA. Me había quedado sin carrera, sin identidad y sin familia todo casi al mismo tiempo. Era maníaco depresivo. No comía. No dormía. Y cuando hablo de no dormir me refiero a llevar el insomnio a un nuevo nivel. Cada noche me despertaba en el mimo momento exacto, como con un despertador. Y ahí es cuando los demonios aparecían de verdad. Cuando estabas despierto por la mañana, todo a tu alrededor está en silencio y estás solo, es cuando la oscuridad realmente empieza a apoderarse de tu psique. Ahí es cuando la paranoia y la ansiedad te hacen suyos.

Ahí es cuando comenzaron unos ataques de pánico tan fuertes que pesaban, literalmente, como si me hubieran echado encima un manto negro que me asfixiaba. Lo único que podía hacer era tirarme al suelo y gritar con todas mis fuerzas. Como un animal. Dejé de sentirme vivo. Era como si estuviera en el inframundo. Sentía que estaba muerto, en algún tipo de purgatorio. Era un hombre muerto que caminaba. No sabía qué me pasaba, no había ido a terapia en mi vida. Lo único que se me ocurría tenía que ver con la biblia: había muerto y estaba atrapado en algún lugar entre el cielo y el infierno. No creía que hubiera forma de que algo así se pudiera solucionar hablando con una persona. Solo quería dejar ese purgatorio, así que estaba obsesionado con suicidarme. Es instintivo, te conviertes en un animal. Escapar, escapar, escapar, escapar. Me anudé una soga al cuello, me subí en una silla y me colgué, literalmente. Y entonces, cuando ya sentía las venas de mi cabeza a punto de estallar, tuvo un pensamiento que no había tenido nunca: ‘vas a morir y no quieres morir. No quieres suicidarte. Lo único que quieres es acabar con la ansiedad. Quieres vivir, estúpido hijo de puta. Así que más te vale salvarte. Resistir'.

Todo había empezado mucho antes. Recuerdo un curso dominical, cuando el pastor nos estaba explicando que Dios había creado todo en el universo y yo empecé a pensar ‘si Dios ha creado todo, ¿quién ha creado a Dios?’. Y ahí empezó el bucle. Me quedé atrapado. Mi mente empezó a ir a toda velocidad con esas ideas, y era como arenas movedizas. Intentas escapar pero lo único que haces es hundirte más. De pronto no hay espacio, ni tiempo ni realidad. Estás atrapado en esos pensamientos imposibles de asumir. Así es mi mente por defecto. No estoy presente. Si estamos en una habitación, puedo oír el zumbido de los fluorescentes, pero ver qué hace todo el mundo con sus manos. Mi percepción está al máximo. Cuando era un crío, podía canalizarlo todo en el baloncesto. Porque en el baloncesto ser obsesivo no es un problema. El baloncesto recompensa a quienes son obsesivos. En la pista tenía mentalidad de asesino en serie. Procesaba todas las tendencias y debilidades del rival y pensaba en aniquilarlo. Era algo violento. Pero es que medía 1,85. Traté toda mi carrera de que figurara como un 1,92, pero medía 1,85. Y ahí estaba, defendido por Tony Allen y Kobe Bryant. ¿Sabes lo que supone tirar contra esos tíos si mides 1,85? Tienes que tener concentración de láser. Metódico, calculador, obsesivo.

Las mañanas de día de partido me encerraba en una habitación, cerraba los ojos y visualizaba los 48 minutos del encuentro. Todo, el salto inicial, los tiempos muertos, todo. Parecía que estaba tranquilo pero en mi mente había un incendio, un bucle. Estaba pensando en cada tiro, en cada canasta que metía. Asesinándote. El bueno de Ben, Ben el tranquilo. Asesinándote. Así que cuando vives con esa mentalidad más de 30 años y de pronto dejas de tener minutos en el final de tu carrera, y tienes toda esa ira y ese miedo y esa angustia, ¿qué vas a hacer? ¿Terapia? ¿Para qué cojones? Era el típico macho negro. Mis problemas son míos y de nadie más. Yo me encargo de mis mierdas. Durante mi carrera fui un lobo con piel de cordero, pero cuando mi carrera acabó, quedó el lobo. Dejé de cortarme el pelo, de afeitarme, me centré solo en los pensamientos que había en mi mente. Y no sabía ni siquiera que lo que me pasaba tenía un nombre. Y los bucles se convirtieron en insomnio. Y el insomnio en paranoia, y la paranoia en delirios de grandeza, y los delirios de grandeza en ataques de pánico. Me vuelvo bipolar. No duermo, tengo exceso de energía, hago lo que surge, mi mente acelera y mi cerebro se viene abajo. Tengo alucinaciones, veo visiones, oigo voces. Creo que quizá Dios me esté hablando. Y entonces empiezan los arrestos, empiezo a hacer saltar alarmas. Estuve tan mal que me ingresaron en centro psiquiátrico y yo ni sabía qué estaba pasando. Como en las películas: estaba en una habitación blanca y había médicos y enfermeras atándome a una cama y poniéndome inyecciones. Era aterrador. Solo suplicaba que no me hicieran daño porque pensaba que no había razón para que me pasara eso. Pensaba que habían pillado a la persona equivocada.

Algo de toda esa experiencia hizo que me rompiera del todo. Y empecé a preguntarme quién era. No sabía dónde estaba la persona que había sido, llegué a pensar que era un clon. Que era mi cuerpo pero el que estaba dentro no era yo. Le creé una personalidad. Le puse número de teléfono, email... empecé a escribir a gente diciendo que ese era yo con otro nombre, pero que no se lo dijera a nadie. Estaba compartimentando todo el trauma y el miedo que en la NBA externalizaba en los partidos. Y habrá gente riéndose. Seguro que tú eres normal, ¿verdad? Veis a la gente por la calle que necesita ayuda y pasáis de largo. Salieron así del útero de sus madres. No son como tú porque tú eres diferente. Tú no vas a acabar así, ¿verdad?

¿Verdad? Nah. Las enfermedades mentales afectan a todo el mundo. A cada comunidad, a cada persona. O a ti o a alguien a quien conoces le van a tocar en algún momento. Lo mío no fue de repente, fue un proceso lento y gradual que acabó fuera de control porque no sabía cómo pedir ayuda. Lo tenía dentro pero no sabía qué estaba experimentando. No sabía que tenía nombre. No sabía que había gente que me podía ayudar. Pensaba que estaba atrapado en el purgatorio para siempre y así es como acabé con una soga en mi cuello y a punto de morir. Pero la realidad es que no quería morir, solo no quería soportar el dolor. Por extraño que suene, que me arrestaran me salvó la vida. Me arrestaron cuatro veces en cinco meses. Estas fuera de mis cabales. Así que el juez me impuso una terapia de 18 meses. Terapia, hijos de puta. Primero pensé que una pérdida de tiempo. ¿Cómo iba una señora mayor a saber lo que estaba pasando? No había nada que pudiera decirme. Y de hecho, casi no lo hizo. Pero yo tuve que sentarme en una silla y soltar toda mi mierda. Y desde entonces me siento mucho mejor. Hice seis meses extra de terapia, por mi cuenta y porque quería hacer. Me ayudó, me hizo darme cuenta que mi objetivo no tenía que ser la perfección sino la aceptación y la tranquilidad de espíritu.

Y sé que para los deportistas profesionales eso puede parecer una chorrada, puede parecer débil. Se nos entrena para pensar así. Casi se nos lava el cerebro. Y si cuento esto es solo porque sé, de verdad que sé, que hay jugadores que necesitan ayuda. A ellos les diría que no se preocupen. En serio, que no se preocupen, busquen ayuda, vayan a terapia y suelten su mierda. Que no se preocupen por nada más, por lo que dice nadie, por las redes sociales...

¿Has visto lo de Ben Gordon? Se volvió loco’. Sí, cabronazo. Me volví loco, pero no para siempre. Fue una fase y recibí ayuda. Y sigo trabajando en ello. Aún hay cosas de las que no me atrevo a hablar, pero esto es un comienzo. Espero que ayude a alguien. Y si te está afectando leer esto, no hagas lo que yo. Busca ayuda. Porque no estás loco, tío. No eres material dañado. Solo eres un ser humano, como todos los demás”.