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La explosión de Ingram, el hombre que ignoraron los Sixers

Los Sixers escogieron a Simmons por delante de Ingram en el draft del 2016. Cuatro años después, cuanto más cuestionado es el base, mayores son los halagos para el alero.

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Brandon Ingram se abraza con Josh Hart tras la victoria de los New Orleans Pelicans de la NBA ante los Utah Jazz
Derick E. Hingle USA TODAY Sports

El 23 de junio de 2016, los Sixers vieron por fin la luz. Tras tres temporadas en el averno más absoluto de la NBA, la calamidad de la 2015-16, campaña en la que finalizaron con un ignominioso récord de 10-72, fue la confirmación de que se había tocado fondo en lo que comúnmente conocemos como El Proceso. Ese caluroso jueves veraniego, apenas unos días después de que los Cavaliers de LeBron James remontaran un 3-1 en las Finales a los Warriors del 73-9 (unos tanto y otros tan poco), Philadelphia escogía en el número 1 del draft a Ben Simmons, estrella de los Tigers en Universidad Estatal de Lousiana.

Fue el fin de la aventura por los infiernos que vivió una franquicia mítica, no solo por los tres anillos que lucen en sus vitrinas (1955, 1967 y 1983) sino por los jugadores que han pasado por sus filas (Wilt Charmberlain, Julius Erving, Moses Malone, Allen Iverson...) y porque es una de las referencias de una ciudad, Philadelphia, que entiende el baloncesto. Quizá precisamente por ello el lema trust the process (confía en el proceso), apadrinado por Sam Hinkie, permitió a los aficionados de los Sixers tener la paciencia suficiente para aguantar tanta derrota y comprender que, a largo plazo, tanto tanking daría sus frutos.

Hinkie, un amante de la estadística avanzada que había trabajado junto a Daryl Morey en los Rockets, fue el responsable de reiniciar un proyecto caduco que, tras chocar en el séptimo partido de las semifinales del Este ante los Celtics (2012) y perder a Andre Iguodala (su última gran referencia), necesitaba desesperadamente reformarse. Los récords negativos fueron el pan de cada día para un equipo que, entre 2013 y 2016, sumó 19, 18 y 10 victorias respectivamente. Un desastre de dimensiones épicas que permitió que a los Sixers llegaran jugadores, vía draft, como Nerles Noel (elegido en el puesto 6 del 2013 por los Pelicans e inmediatamente traspasado a cambio de Jrue Holiday y Pierre Jackson), Michael Carter-Williams (puesto 11 del mismo draft), Joel Embiid (número 3 del 2014), Elfrid Payton (en el 10 de ese mismo año y traspasado a los Magic a cambio de Dario Saric, 12ª elección) o Jahil Okafor (3, en 2015). Muchos nombres y algunos cadáveres que han pasado de largo por un proyecto en el que solo han resistido los más fuertes.

En 2016 llegaba el hombre. Ben Simmons. O al menos estaba llamado a serlo. Lo hacía tras un año aciago que había visto como Jerry Colanguelo llegaba como Presidente de Operaciones, limitando mucho el poder de un Hinkie que acabó dimitiendo en abril con una carta de 13 páginas. El golpe de estado interno se confirmó cuando Bryan, hijo de Jerry, asumía la presidencia y se convertía en General Manager simultáneamente, manteniéndose su padre como asesor. Hinkie, desprestigiado por el horroroso rumbo de la franquicia, decía adiós a años de despropósitos deportivos pero aciertos en los despachos. Es en buena parte (y esto no debemos olvidarlo) gracias a su trabajo por lo que los Sixers se encuentran hoy donde están.

El hombre del que pasaron los Sixers

En ese draft, otro gran jugador llegaba a la Liga. Era Brandon Ingram, elegido en el puesto 2 por Los Ángeles Lakers. El alero, estrella de la Universidad de Duke, llegaba a la ciudad más glamurosa de los Estados Unidos para formar parte de un equipo que acababa de ver como Kobe Bryant, su sombra, sus 20 años en la Liga y sus 5 anillos de campeón, se iban para siempre. Se iniciaba una nueva era en Hollywood e Ingram iba a formar parte de ella.

Aparentemente. En los tres años que el alero pasó en Los Ángeles, la sensación generalizada fue que no acababa de explotar. Había brotes verdes, mimbres que invitaban al optimismo, pero que no eran suficientes de convencer a analistas y aficionados, que vieron como la joven promesa promediaba 9 puntos por partido en su primera temporada, 16 en la segunda y 18 en la tercera, con buenos momentos defensivos y LeBron James al lado.

En ese periodo de tiempo, la historia de Ben Simmons fue bien distinta. Lesionado su primera temporada, no debutó hasta la 2017-18 (un caso parecido al de su compañero Embiid). Ganó el Rookie del Año en un debate constante con Donovan Mitchell, se hizo un nombre rápidamente, acaparó titulares tonteando con el triple-doble en cada partido y se convirtió en uno de los pilares básicos de unos Sixers que se colaban en playoffs por primera vez desde 2012 con el base promediando 16+8+8 en la regular season. Su carencia en el tiro se consideró más un mérito (por triunfar en la Liga sin él) que una crítica y todo el mundo daba por hecho que se desarrollaría hasta convertirse en una de las grandes estrellas de la competición.

El año pasado Simmons se fue a los 17 puntos por partido, cifra que redondeó con 9 rebotes y 8 asistencias. Fue All Star y avanzó, junto a los Sixers, a las semifinales del Este, cayendo ante los Raptors por culpa de un game winner de Kawhi Leonard que ya forma parte de la historia de la NBA. Sin embargo, las buenas sensaciones durante la temporada regular contrastaron con el flojo rendimiento en playoffs... las primeras críticas empezaban a escucharse.

Temporada 2019-20: cambian las tornas

Esos playoffs desmadejaron en cierta manera la opinión que muchos (o algunos) tenían de Simmons. El base, con un físico impecable y un talento innegable, hacía cada vez más obvias sus carencias y limitaciones. Buen pasador y buen defensor, es capaz de rebotear gracias a su altura, pero muchas veces da la sensación de que estorba en ataque, sobre todo cuando coincide con Embiid. El pívot, en un sistema del siempre cuestionado Brett Brown, tira muchos triples y no juega tanto al poste como (aparentemente) debería. Es imparable en la zona, pero ésta siempre está ocupada por algún jugador, que muchas veces suele ser Simmons. Los cuerpos colapsan y no todo el mundo tiene cabida en un espacio tan reducido.

Por otro lado, el juego de Ingram está siendo sencillamente espectacular. Se ha quitado presiones tras su salida de los Lakers y ha alcanzado una nueva dimensión: 26 puntos por partido, 7 encuentros por encima de la treintena y dos superando los 40. El último, anoche, ante los Jazz, donde anotó 49 (career high) para acabar con el equipo más en forma de la NBA, que colapsó en Nueva Orleans tras ganar 15 de los últimos 16 partidos. El alero está además promediando más rebotes (6,8), asistencias (4,3), robos (1) y tapones (0,8) que nunca. Lanza con un excelente 48% en tiros de campo habiendo promediado casi un 50 la campaña pasada, pero con cuatro tiros más por noche (18 por 14). Y un 41% en triples. Números excepcionales que le dejan como casi un fijo en el All Star y que le harán optar al premio a Jugador Más Mejorado (con permiso de Siakam, que aspira a repetir).

Las comparaciones son odiosas, pero la animadversión que generan los Sixers, donde las salidas de tono de algunos de sus jugadores contrastan con su talento, se une a la inoperancia de un Simmons que ha visto como su reputación se ha puesto en entredicho. Su ausencia de rango de tiro es ya exclusivamente un problema para los suyos, que además ven como es incapaz de producir en ataque fuera de la zona y que tiene dificultad incluso para driblar a sus defensores. La llegada de Al Horford es una bendición para cualquiera, pero en Philadelphia supone tener un hombre más colapsando una zona ya de por sí muy concurrida

Además, los números del equipo y del base se están resintiendo. En los playoffs del año pasado, apenas llegó a los 14 puntos de promedio, que bajan a 11 si contamos la serie ante los Raptors, en la que estuvo desdibujado con las defensas flotantes a las que fue sometido. En la presente campaña está en 15 tantos por partido, menos que en sus dos primeros cursos. Y, aunque mantiene su número de asistencias (8,4) también ha bajado en rebotes (7,6). Y los Sixers van sextos con un récord de 26-16, por detrás de sus rivales directos y con no muy buenas sensaciones (por decirlo de alguna manera). Y sí, Brett Brown ya ha dejado claro que lo importante se juega en abril. Pero en una Conferencia Este en la que la ventaja de campo ha sido tan determinante en los últimos años, no parece que dejarse llevar sea la mejor táctica a seguir. Hay problemas en el esquema de juego y muchos de ellos están originados por Simmons, que sigue sin encontrar su sitio en ataque.

Hay más datos que demuestran los problemas de los Sixers. El rating ofensivo sube con Simmons en pista, cuando el equipo pasa de 108 a 111. Pero baja con Embiid: 110 con él en pista y 112 sin él. Ahí hay un problema. Tampoco encuentran respuestas en defensa, teórico punto fuerte de Simmons. El base está en 2,1 robos por partido, líder de la NBA, pero los suyos no mejoran en este apartado con él en pista: tienen un rating peor cuando está (108) que cuando no (105). Otro dato preocupante. El caso es diferente para Ingram, en el que los Pelicans se apoyan en ataque (pasa de 107 a 112 cuando está el alero), aunque la defensa, de las peores de la NBA, no muestre ninguna mejoría (es cinco puntos mejor sin él). 

La clave será el futuro

De una forma u otra, el debate será insustancial hasta que se descubra realmente como acaba la historia. Los Pelicans, recuperados de su pésimo inicio, tienen muy difícil llegar a los playoffs, mientras que los Sixers no dejan de ser aspirantes, por muchos problemas que tengan. Siempre es más fácil destacar en un equipo peor y este podría ser perfectamente el caso. Tampoco nadie duda de que en el contexto en el que transcurrió el draft del 2016 Philadelphia hizo lo correcto: Simmons venía de promediar en su única temporada en los Tigers 19 puntos, 12 rebotes y 5 asistencias, siendo incluido en el  primer equipo consensuado All-American, además de ser Premio USBWA al Freshman Nacional del Año, Naismith Prep al Jugador del Año, Rookie del Año de la Southeastern Conference y estando en el mejor quinteto de la conferencia. Debate, lo que se dice debate, en ese momento había poco.

Ahora puede haberlo, siempre dependiendo del punto de vista. Simmons no va a tener tanto protagonismo en un contender como Ingram, que no está en esa clase de equipo. Sin embargo, Jaylen Brown, Jamal Murray, Buddy Hield o Domantas Sabonis, que llegaron en el mismo draft que el base, están teniendo un desempeño igual o mayor al de su compañero de generación... y algunos están en franquicias que optan al campeonato. Tanta dificultad puede provocar que, muy posiblemente, el playmaker se quede este año sin el All Star que disputó el pasado.

En definitiva, tiempo de debate. El futuro disipará dudas, pero de momento, parece innegable que Simmons deberá dar un paso adelante para justificar el número 1 del draft que en su día fue. Los Sixers, ahora sin Embiid, nadan en un mar de dudas con algún ramalazo positivo que les ha permitido ganar, por ejemplo, a los Celtics. Los Pelicans por su parte, se han recuperado de un inicio bochornoso y suman 10 victorias en los últimos 14 partidos. Gentry encuentra soluciones, Lonzo carbura y ven los playoffs a tres victorias y media. Tiempo hay. Y optimismo. Sobre todo si tenemos en cuenta el nivel de Ingram... y el regreso de Zion, que está a la vuelta de la esquina. Soñar es gratis. Y en Nueva Orleans lo están haciendo. Y con motivos.