NBA

De la historia a la histeria: los Knicks, una crisis inacabable

El inicio de temporada en 2-8 ha provocado el primer terremoto en los Knicks 2019-20. Pero el problema, por desgracia en la Gran Manzana, viene de mucho más lejos...

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De la historia a la histeria: los Knicks, una crisis inacabable

Por desgracia, los Knicks ya han dejado de ser hasta una mala broma para, ni atisbo de una mínima funcionalidad como organización, convertirse en el epitome de todo lo que puede hacerse mal en la gestión de una franquicia profesional. Hay toda una generación de aficionados a la NBA para la que este no es más que un equipo fallido, parte del escaparate de un Manhattan donde ha acabado siendo solo otro punto de interés turístico, ya en absoluto deportivo, de la capital del mundo. Pero los Knicks, a pesar de los pesares la franquicia más valiosa de la NBA (estimada más allá de los 4.000 millones de dólares), no debería ser eso. Y de hecho no era eso. Hablamos, respeto a la historia, de una de las fundadoras en 1946 de la BAA, cuya unión con la NBL originó la NBA en 1949. Y una de las dos únicas franquicias de la liga, junto a los Celtics, que sigue en la misma ciudad en la que nació.

Los Knicks fueron en 1979 la primera franquicia con un roster completamente negro, algo que muchos no se habían atrevido a hacer incluso algunos años después. Los Knicks solo han ganado dos anillos, en 1970 y 1973, pero no fueron dos cualquiera: fueron los de Walt Frazier, Willis Reed, Dave DeBusschere y Earl Monroe, pero también los de un Phil Jackson que allí se enamoró del estilo de juego moderno y colectivo que implantó el entrenador Red Holzman, cuya influencia (más allá de la conocidísima de Tex Winter) ayudó a perfilar al futuro entrenador de los 11 anillos y el triángulo ofensivo. Los Knicks también fueron el equipo que, con Patrick Ewing como inolvidable ancla, se molía a palos en los noventa con los Heat, los Pacers y, claro, los Bulls de Michael Jordan...

Casi dos décadas instalada en el desastre

Pero, desde entonces, esta franquicia histórica ha sido una broma tan pesada que ha dejado de tener gracia. Un equipo tan pobremente gestionado, con tantos recursos y tantos millones malgastados, que, efectivamente, hay toda una generación para la que los Knicks son solo eso, además de una eterna ocasión perdida para una NBA a la que no cuesta imaginar extremadamente feliz si tuviera a los neoyorquinos (una gallina de los huevos de oro en letargo competitivo) en primera línea de combate. De hecho sigue siendo la franquicia más valiosa, a la espera de ver dónde acaban las maniobras de los Warriors en el downtown de San Francisco, la capital de la nueva Roma tecnológica, a pesar de que no gana un título desde 1973, no juega unas Finales desde 1999 y no se mete en la final de Conferencia desde 2000.

Entre 2000 y 2019 los Knicks han tenido doce entrenadores distintos, incluido un David Fizdale que ahora peligra y que no ha hecho mucho por afirmar su puesto (tampoco fue bonita su salida de Memphis) más allá de que el sainete posterior a la estrepitosa derrota ante los Cavaliers suena a más a una de las pocas cosas en las que los Knicks han sido especialistas en los últimos lustros: la búsqueda de chivos expiatorios y un regate a las responsabilidades que emana del dueño, James Dolan, y atraviesa sin detenerse las oficinas del presidente Steve Mills y el general manager Scott Perry. Los Knicks están 2-8, son el segundo equipo que menos anota (99,2, por delante de unos Magic que al menos defienden bien), tienen el peor +/- (-10,1, un bochorno) y tienen el peor rating ofensivo y el décimo peor defensivo: -10,2 de net rating, también el peor de la NBA.

Es una temporada, conviene recordarlo, que llega tras un disgusto histórico: a pesar de ganar solo 17 partidos (en su mínimo histórico con un 20% de triunfos) se quedaron sin Zion Williamson y cayeron al 3 del draft. El tanking no les dio el premio gordo y la podredumbre organizativa y deportiva que evidenció les dejó sin Kyrie Irving y Kevin Durant, que eligieron reunirse en Nueva York pero, en un golpe especialmente duro (y cuyas consecuencias pueden ser dramáticas), hacerlo en los Nets, que desde la nada habían construido un equipo con aroma a respetabilidad y profesionalidad. Lo que no tienen unos Knicks que habían amasado más de 60 millones en espacio salarial para acabar mirando con sorpresa cuestionable (si se analiza un poco en profundidad) y melancólica los montajes que se apilaron durante la temporada: Kyrie, Durant y Zion con una camiseta de los Knicks que, entre la persecución de la gran ballena blanca de la agencia libre y sus cacareados problemas de comunicación y dirección, había dejado de llevar Kristaps Porzingis. El resultado de toda la fórmula es algo muy parecido al cero absoluto. O, por lo que estamos viendo en este inicio de temporada, a algo todavía peor y que de lo que el nuevo RJ Barrett, un rookie con trazas de jugador franquicia, puede acabar siendo, como tantos otros antes que él, más víctima que solución.

El peor equipo de lo que va de siglo

Desde 2000 (2000-2019), lo Knicks solo han jugado cinco veces playoffs y han sido eliminados en primera ronda en cuatro de ellas. En 19 años han ganado nueve partidos en eliminatorias y ahora acumulan seis temporadas seguidas sin clasificarse y con un 33% de victorias que empeora su porcentaje de este siglo, el peor de la NBA: 40% de triunfos con tres temporadas con balance ganador y dieciséis en negativo. En ese tramo, están por detrás de todos: 41,7% de victorias Hornets, 42% Wolves, 42,9% Wizards, 43,7% Nets, 44,9% Sixers y 45,25 Hawks. Los siete peores son del Este y los Knicks no solo no han sido capaces de aprovechar esa tendencia sino que la han abanderado de forma grosera. Porque hay un dato que lo hace todo más difícil de digerir:

Los Knicks son durante ese período el equipo que más ha gastado en impuesto de lujo. Así que son el que más dinero ha invertido y el que más partidos ha perdido. Así que en realidad no ha invertido, ha malgastado. No ha construido, ha dilapidado una herencia orgullosa y una capacidad económica casi ilimitada... incluso haciendo todo mal. Es difícil imaginar cuánto podrían generar unos Knicks de primera categoría en estos tiempos de bonanza exponencial de la NBA. Pero ahora mismo, cualquier planteamiento similar es, sencillamente, ciencia ficción.

Fizdale ha dilapidado, entre su final en los Grizzlies y su inicio en los Knicks, buena parte de la reputación que había amasado trabajando mano a mano con Erik Spoelstra. Desde luego, no está maximizando sus recursos ni logrando que los Knicks sean, al menos, lo que prometieron en verano: un perro rabioso que mordería todas las noches y que sería más difícil de ganar de lo que muchos esperaban. Un equipo que canalizaría la frustración del verano de 2019 y construiría una cultura pensando en el de 2021, el nuevo placebo porque será una agencia libre, como la de este pasado verano, llena de súper estrellas. Otra oportunidad para quienes quieren reconfigurar el mapa de la NBA y el nuevo horizonte para los que no tienen nada por lo que pelear ahora toda vez que en 2020 casi no va a haber primeras figuras en la pista de baile.

Fizdale, decía, no se está ayudando absolutamente nada y ahora mismo es difícil explicar cuál es su plan para que los Knicks salgan de estos próximos meses sabiendo, al menos, qué manejan realmente con su capital joven. Uno en el que Barrett y el pívot Mitchell Robinson parecen certezas y en el que aún nadie sabe muy bien quién es Frank Ntilikina más allá de una figura de culto en el Madison. O si es todavía posible (y cómo) un futuro brillante para Dennis Smith Jr, que llegó en la operación Porzingis, y un Kevin Knox que (no sé si hay que seguir incluyendo la palabra todavía) está lejísimos de lo que podría ser. Para muchos, ser sostenidamente malo se ha convertido en casi, casi garantía de un gran futuro. Es parte de la buena publicidad que tuvo el Proceso de los Sixers. Pero eso es radicalmente falso si no hay detrás una estructura que sirva como cimiento. Lo saben los Kings y los Suns, dos que tratan de salir de la zona cero. Y lo saben los Knicks: Porzingis fue número 4 en 2015, Ntilikina y Smith 8 y 9 en 2017, Knox 9 en 2018 y Barrett acaba de ser elegido con el 3.

En el pasado reciente, y en decisiones más o menos lógicas en su momento (siempre hay una cuota de oportunismo cuando se hacen estos juicios), los Knicks eligieron a Iman Shumpert por delante de Tobias Harris o Jimmy Butler, a Tim Hardaway antes que a Rudy Gobert y a, otro ejemplo, Cleanthony Early en lugar de Nikola Jokic o Spencer Dinwiddie. En los draft hay muchos factores imposibles de predecir y muchas historias que se escriben rectas pero con renglones torcidos. Así que más significativo que el mayor o menor extravío en las elecciones es el hecho de que Charlie Ward es el último jugador que firmó una ampliación de su contrato rookie con los Knicks... y fue elegido con el número 26 en 1994. Es demoledor: Porzingis, Early, Tim Hardaway Jr, Iman shumpert, Landry Fields, Jordan Hill, Danillo Gallinari, Wilson Chandler, Renaldo Balkman, Mardy Collins, Channing Frye, Trevor Ariza... ninguna elección de primera ronda ha firmado en más de dos décadas una extensión larga para seguir en Nueva York. Resulta difícil de creer... y hasta de entender.

Un problema que va más allá del banquillo

La cuestión es que resulta irrisorio que se está planteando (otra vez) un cambio de entrenador como único movimiento necesario para templar los ánimos. El presidente Steve Mills estuvo vinculado a James Dolan ya entre 2003 y 2009 y volvió en 2013, primero como vicepresidente y general manager y desde 2017 como presidente. Entre todos esos cargos, lleva 502 partidos en la franquicia saldados con 337 derrotas. En parte, más placebo, se ha filtrado ya para los despachos el nombre de Masai Ujiri, el hombre milagro de los Raptors, con contrato en Canadá hasta 2021, cuando puede estar también en el mercado (todavía más placebo) Giannis Antetokounmpo, del que se dice que solo Ujiri puede sacar de Milwaukee siempre y cuando no medie una crisis abismal en los Bucks. Mills, yendo y viniendo, sobrevivió a los desastres que hizo en la franquicia, a todos los niveles, Isiah Thomas, incluida la demanda por acoso sexual en 2006 de Anucha Browne Sanders, ejecutiva de la franquicia que recibió 11,5 millones de una franquicia que en esos trances estableció también una pésima relación con buena parte de la (tan dura de roer) prensa neoyorquina, el Daily News a la cabeza. Mills también sobrevivió a Phil Jackson y sus espantosos tres años (2014-17) como presidente del equipo con el que fue campeón como jugador y al que regresó ya de vuelta de todo, obsesionado por instalar el triángulo ofensivo (lo que facilitó el inútil paso por el banquillo de Derek Fisher y Kurt Rambis y estropeó cualquier intento de transformación con Jeff Hornacek) y muy satisfecho con un contrato de 60 millones por cinco años con el que los Knicks quisieron probar si el Maestro Zen era poco menos que una figura totémica, un Rey Midas que lo arreglaba todo con su sola presencia. No era así, claro.

Si Fizdale no está libre de culpa y Mills carga con buena parte de ella, todos los caminos acaban en James Dolan, uno de los peores y más polémicos propietarios de todo el deporte estadounidense. Uno al que se le pasó el arroz de enfant terrible y ha derivado en uno de esos personajes que tienen tan poca talla que necesitan aferrarse constantemente a la expresión pública de su poder. Que además le vino, literalmente, porque era el único de sus hermanos que quiso hacerse cargo, en 1995, de Cablevision, la empresa que tenía el 50% del Madison Square Garden y sus equipos, Knicks y Rangers (NHL). Unos pocos años después, Dolan se hizo con el resto de lo que hoy es Madison Square Garden Co, un imperio que gobierna al estilo Nerón y que su padre, Charles, puso en sus manos dos años después de su primer paso por rehabilitación para tratar su adicción al alcohol y las drogas en una clínica de Minnesota. Dolan ha sido incapaz de reconducir una situación que no deja de empeorar y ha traicionado la historia y la herencia de una franquicia hasta su llegada orgullosa y que ha gestionado con lo que David Stern, el antiguo comisionado, definió como “un estilo no demasiado inteligente”. Antes de él, los Knicks habían estado en playoffs trece años seguidos (1987-1999). Su primer paso fue dilapidar el equipo que perdió las Finales de 1999 en el séptimo partido (4-1 contra los Spurs) y jugó la final del Este en 2000 (4-2 frente a los Pacers). Desde entonces, la segunda ronda de 2013 ha sido techo de sus Knicks.

Dolan ha sido un líder tan horrendo que una búsqueda en Google arroja decenas de resultados sobre sus peores decisiones, los contratos más ridículos que aceptó firmar y sus momentos más embarazosos, de los peores su enfrentamiento público con Charles Oakley, uno de los grandes ídolos del Madison Square Garden. Entre amagos de pelea y vetos al exjugador, arreciaba el ya clásico “sell the team” (vende el equipo), poco menos que un grito de guerra de una afición harta de no ser ya ni un mal chiste, estupefacta cuando su franquicia se disculpó públicamente por no haber podido hacerse con Kyrie y Durant, helada ahora por esperpentos como la abismal derrota ante los Cavs y la apresurada comparecencia pública de Mills y Perry forzada, entre bastidores, por un Dolan que necesitaba mandar el ruido en otra dirección. Pero ni eso se le da especialmente bien.

Dolan echó a Jeff Van Gundy (el último técnico que ha llevado al equipo a las Finales) y a Lenny Wilkens (el segundo entrenador con más victorias en la historia de la NBA) en 2005, el año en el que dio a Jerome James un contrato de cinco años y 30 millones sin más razón que los buenos minutos de este en los anteriores playoffs, con los Sonics. James solo fue titular en 20 partidos con unos Knicks en los que Dolan nunca ha ofrecido a Patrick Ewing nada que no fuera un puesto en el organigrama técnico del afiliado en la G League y en los que nunca hizo migas con Donnie Walsh, que trató en 2008 (sin suerte) de dar la vuelta a los despachos de la franquicia.

Bajo la supervisión de Dolan se firmaron contratos ya célebres, por nefastos, como el de Latrell Sprewell (5x62 millones) o el de 100 millones por seis años para Allan Houston, que no jugó dos de ellos (en los que cobró 40 millones) por culpa de las lesiones. Un negocio tan malo que la NBA introdujo la Allan Houston Rule para que las franquicias pudieran cortar a un jugador sin que su sueldo cargara en su payroll. Y más, claro: el traspaso por Eddy Curry es considerado uno de los peores de la historia. El pívot firmó por seis años y 60 millones, solo disputó 10 partidos en los tres últimos y su llegada obligó al traspaso de tres jugadores y un lote de picks del que salieron después LaMarcus Aldridge y un Joakim Noah que los Knicks acabaron firmando... en 2016, con 31 años y por unos ilógicos 72 millones por cuatro temporadas. Noah acabó disputando solo 53 partidos con una franquicia a la que llegó demasiado tarde.

El feo paso de Zach Randolph, la poco calculada salida de Jamal Crawford, la amnistía usada con Billups y no con Tyson Chandler o Amare Stoudemire, la llegada de Steve Francis cuando ya se contaba con Stephon Marbury y la incapacidad de encontrar un base de primera categoría después, el precio demasiado alto pagado por Antonio McDyess, la salida demasiado tarde y a cambio de demasiado poco de Carmelo Anthony, la apuesta por Andrea Bargnani.... es infinita la lista de errores, la suma de dinero invertido y el volumen de talento desaprovechado por los Knicks en la era Dolan. Ahora, en una temporada marcada por las heridas del verano y en la que era obvio que se iba a necesitar un toque extra de mano derecha, los Knicks vuelven a estar en llamas por la vía rápida, solo diez partidos (la mayoría espantosos, eso es cierto) después y con un tinglado del que no parece que nadie vaya a salir bien parado. Una vez más. Porque el problema, y es dolorosamente obvio, es una cultura absolutamente tóxica y forjada a imagen y semejanza de un propietario obtuso en lo deportivo y peligroso en lo humano. Uno que maneja como un niño caprichoso e inestable uno de los grandes emblemas de todo el deporte mundial. Algo que los Knicks todavía son muy a pesar de su dueño. Pero esa es, ahora mismo, la palabra clave: todavía. Tic tac, tic tac...