El CSKA dibuja la depresión en Vistalegre

Euroliga | Real Madrid 54 - CSKA 58

El CSKA dibuja la depresión en Vistalegre

El CSKA dibuja la depresión en Vistalegre

El titular de la Euroliga, el CSKA Moscú, apretó los dientes ante el Real Madrid para compensar ausencias notables y superar obstáculos espinosos sin perder el hilo de la competición continental, en la que volvió a reforzarse al tiempo que dejaba una dolorosa tarjeta de visita para el titular del terreno de Vistalegre, sumido en una etapa de apreturas en la ACB y, ahora, también de fronteras para afuera.

La defensa dio aire a los blancos en una noche que no dejaba margen para las excusas pese a la categoría del oponente. No le alcanzó. Después de tres derrotas (dos en la ACB -Cajasol y Tau- y una en Europa -el Partizan serbio-), la concentración de los españoles para rehacerse de todos los problemas incrementó el rendimiento defensivo, aunque de ahí a situarse en posición de tumbar a un rival así hay una distancia abismal. Las ausencias del esloveno Matjas Smodis y del ruso-estadounidense John Robert Holden lastraban al CSKA en la misma medida que multiplicaban las opciones locales. Aún así, el CSKA, el rey del Viejo Continente, es capaz de subsistir a bajas que, en otras plantillas, resultarían demoledoras.

En el CSKA pueden ausentarse Holden y Smodis sin que los cimientos del edificio tiemblen, sin que una salida a la pista del equipo con más Copas de Europa conquistadas suponga ir al desolladero. Aún más, sin que sus posibilidades de éxito sufran una merma insalvable. El equipo dirigido por el italiano Ettore Messina ha disputado las seis últimas Finales entre Cuatro, vive en la elite, en ese escalón que los blancos hace años no rebasan.

Al Madrid le toca sufrir, mucho, y jugar, mucho, para plantar cara a las grandes locomotoras de la Euroliga. Eso estando bien. Si atraviesa por una época incierta, como es el caso, le toca oficiar algo parecido a un milagro. La segunda entrega internacional en Vistalegre alumbró algo parecido a un acto milagroso del Real Madrid porque a eso suena jugar contra los rusos y conceder 39 puntos en treinta minutos. En esa categoría, la de los sucesos inverosímiles, entra derrotar a un adversario que, privado de individualidades decisivas, es capaz de liderar el tanteador en las postrimerías del tercer corte (34-37) pese a no tener una buena noche, ni siquiera, en los tiros libres -seis de doce en esa fase- y enfrentarse a un bajón ofensivo como el provocado por la tropa blanca en sus números.

Por descontado, Messina guardaba panes y peces en la manga. Surgieron bajo el formato de rebotes. Así compensaron los rojos la falta de puntería desde la línea de personal. Los rusos firmaban veintiocho rechaces capturados tras veintinueve minutos de juego con un alucinante catorce/catorce. Habían capturado tantos balones debajo del aro propio como de la cesta anfitriona. Y los tiros libres les daban igual. El estadounidense Terence Morris desempeñó un papel fundamental en el rebote. A falta de un cuarto acumulaba ocho balones atrapados entre la jungla de brazos. Sin embargo, el CSKA acusó el abismo que el pívot le creó en el arco de triples. Al mismo tiempo que el americano presumía de sus logros dentro de las zonas, rumiaba la decepción de haberse tirado seis triples sin convertir ni uno.

El Madrid, con toda la mejoría defensiva, con toda la concentración que exhibió y con todo el derroche y el corazón que puso sobre el parqué, alcanzó el último periodo vivo gracias al cuatro de veintitrés en triples que figuraba en el sumario visitante. El CSKA también encontraba resuello en el dos de catorce desde el arco que oponía el conjunto madridista. Sea como fuere, a poco más de seis minutos para el final, los rusos demostraban una envidiable capacidad de adaptación a circunstancias muy peliagudas y, con ello, su dimensión como colectivo. Un triple del base croata Zoran Planinic, campeón de la ACB con el Tau la pasada jornada, acabó con el debate. Anotó el 40-48 en una velada de ataques paupérrimos y pasó página. En Madrid dejó la cuarto derrota consecutiva de un club que, históricamente, siente náuseas cuando la victoria no le ronda.