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El museo del Rayo y de toda una vida en franjirrojo

RAYO VALLECANO

El museo del Rayo y de toda una vida en franjirrojo

Rafael Garrido, abonado número 2, posee una colección de objetos recopilados en el último medio siglo. Trejo, Catena, Óscar Valentín e Isi lo visitaron por su 85 cumpleaños.

Para Rafael Garrido (Madrid, 15 de abril de 1937), el Rayo Vallecano es el hilo conductor de su vida y todas sus etapas, por eso protagoniza un museo único en la planta baja de su hogar. Cada pieza es un capítulo de la historia de la Franja y de la suya propia. Mientras los demás ven objetos de coleccionista, Rafa repasa con nostalgia su juventud, los primeros partidos de sus hijos Teresa y Santos y recuerda la sonrisa de su esposa Teresa, fallecida en 2010. De ahí que sus ojos se llenen de lágrimas al ver cómo ha dado forma a un lugar de peregrinación rayista.

Una obra a la que ha dedicado 50 años y que saltó a la fama gracias al programa de Telemadrid ‘Mi cámara y yo’, aunque no fue su primera vez en la tele: “Hace 30 años ya me hicieron un reportaje y aún tengo el VHS”. A raíz de esta nueva aparición, los aficionados se movilizaron y así surgió la idea de organizar una visita para más de una decena de ellos. Su aspecto exterior no ofrece pistas de lo que alberga: 295 cuadros, unos 50 banderines de peñas ya extintas, más de 200 carteles (incluidos los de la histórica UEFA y uno promocional de Alcampo con Moreno, Claudio, Mendizábal y Soto, ‘el buitre de Vallecas’), decenas de bufandas y camisetas, abonos antiguos, recortes de prensa, corbatas con la Franja... ¡Hasta el teléfono y el baño (escobilla y retrete incluidos) están tuneados! No falta detalle. Ya luce colgada la camiseta que Trejo, Catena, Óscar Valentín e Isi —su favorito, porque como él mismo confiesa: “Ya no veo bien y a él lo reconozco porque está igual de pelao que yo”— le llevaron en una visita sorpresa por su último cumpleaños. “Eso no hay quien lo haga ya. A un socio y de barrio. Los vi aquí y me emocioné. Somos pobres de dinero, pero ricos en ilusión. Estoy orgulloso del Rayo. He estado vendiendo por el centro, como representante de la marca El Potro, con mi insignia rayista y me conocían hasta las ratas. Si ibas con el pin del Madrid o el Atlético no te compraba nadie. En Barcelona me han parado por la calle y me decían que éramos los que más valíamos de Madrid”, explica.

"Vinieron los jugadores a darme una sorpresa. Eso no hay quien lo haga ya. Me emocioné"

Rafael es actualmente el abonado número 2. “No tengo prisa por ser el 1”, bromea, antes de resumir el porqué de este museo: “Esto es amor a un club. Tenía la mayoría de cosas en casa y me dijo mi mujer: ‘Rafa, esto parece El Rastro’. Llevaba razón, así que me las bajé y sin darme cuenta ha ido creciendo”. Las paredes y el techo lo atestiguan. “Ya no tengo sitio para más”, confiesa, aunque no tarda en desvelar su plan B: “¡El suelo! Con un cristal para que se vea y no se estropee”. Hay tesoros escondidos como los estatutos del Rayo, una silla que le hizo a su hijo cuando los partidos se veían de pie en el campo y fotos de su R12 y de su Chamade posterior customizados con la Franja. “Con el primero lo hice por gusto, para darle promoción al Rayo, y con el segundo, para ir a La Peineta como protesta ya que Gallardón cerró nuestro estadio y tuvimos que estar tres meses allí”, relata. Su memoria es privilegiada a los 85 años.

Esa pasión por la Franja le viene de familia y ha pasado de generación en generación. “A todos los he liado”, ríe pícaro, antes de narrar los orígenes de la saga: “Mi padre arreglaba las botas al equipo, por eso yo me he criado entre el Rayo. Me aboné con 16 años, pero lo sigo desde 1945. Antes, hasta los 14 años era gratis. Luego Ezequiel Huerta, como ejercía de presidente, me daba un papelito firmado y pasaba. Ya con 16, reuní las propinas que me daban para hacerme socio. Nunca me he quitado, ni me quitaré. Cuando terminé la mili fui a la oficina a por el carnet y me dijeron que me habían dado de baja. ¡Mira! Me cagué en su madre y, como teníamos confianza, ya me contaron que era la baja temporal”.

Rafael es también un vallecano orgulloso. El barrio marca, tanto como su Rayo, de ahí que una de sus rutinas diarias sea darse una vuelta por el estadio, al que sigue acudiendo religiosamente cada día de partido. “Me he criado en Puente de Vallecas y nos conocíamos todos. Nogales, que fue jugador allá por 1945, tenía una vaquería. El padre de Peñalva, una pajería y el mío era zapatero, por eso me llamaban Periquín... Cuando mi familia vino aquí apenas había casas. Llevamos unos 120 años en el barrio. El orgullo del vallecano es ser del Rayo, de nadie más. Lo sufro y lo vivo. Yo no soy de más equipos”, sentencia. Ese sentimiento le ha llevado a seguir la estela de la Franja por otros lugares. Lo hizo con motivo de la UEFA, aunque su desplazamiento más especial fue otro: “¡A Valencia! Era la primera vez que salía por España. Tenía 14 años y viajamos en autocar a ver al Rayo. Me costó 5 pesetas. Luego repetí con mi familia. Recuerdo que el partido era muy tarde y hacía un frío... Mi hija de ocho meses y mi mujer embarazada, tapadas con una manta...”. Rafael ha crecido de la mano del Rayo y ha conocido prácticamente a todos sus presidentes, entrenadores, jugadores... A pesar de eso, no tiene dudas cuando debe elegir a aquellos que más le enamoraron: “¡Felines y Potele! Siempre han dado la cara y han llegado a jugar sin pagarles...”. Otro con quien llegó a forjar una amistad fue Di Stéfano porque este pequeño accionista tiene aún más amigos que piezas en el museo. Y ya es decir...

"Hablo del Rayo como si fuera mi hijo... y a veces se merece un azote"

Su fidelidad a la Franja le condujo también al béisbol. “¡Ahí sí que era el único viendo al equipo!”, afirma, justo antes de formular un deseo: “Celebrar el centenario con el Rayo en Primera y poder disfrutarlo con mi gente”. Gran parte de esos momentos habitan en su museo, un álbum también de su vida, de aquellos aniversarios con las peñas, de su mujer bailando con Teresa Rivero, de sus charlas con el historiador Ignacio Nieto-Sandoval y Cota... “Hablo del Rayo como si fuera mi hijo... y a veces se merece un azote”, dice con la ternura propia de un padre. El de un museo irrepetible...

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