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Los laberintos de Babá

EL REPORTAJE

Los laberintos de Babá

Babá Sulé es un hombre sencillo, tranquilo y tímido. Él solo quería jugar al fútbol. Pero su rodilla tenía otros planes. Nunca tuvo el viento de cara, aún menos aquel 20 de julio de 2020. Pero Babá sigue intentando ser feliz alrededor del balón.

El 20 de julio de 2020 era un día templado y húmedo en Coruña. Babá Sulé, utillero del Club de Fútbol Fuenlabrada, se dirigía al estadio de Riazor con el resto del staff. Iban a disponer los uniformes de los futbolistas y el material para el encuentro frente al Deportivo. Faltaban tres horas para el partido. Apenas habían comenzado a recorrer los tres kilómetros que separaban su hotel del campo cuando recibieron una llamada. “Teníamos que volver”, recuerda Sulé. Aquella llamada fue el comienzo de una pesadilla de confinamiento, COVID y acusaciones cruzadas que duró dos semanas, pero que se hizo eterna. Sin embargo, Babá Sulé ya estaba acostumbrado a los infiernos.

"Cuando vinieron a por mí, no dudé en venir, porque desde pequeño jugando en mi país mi ilusión era llegar a Europa"

“El fútbol en Ghana es distinto comparándolo con el fútbol de aquí. Ahí la preparación es otro mundo”, reconoce Sulé y añade que “por eso todos los que vienen de África quieren llegar a Europa para jugar al fútbol”. Formaba parte de la selección sub-17 que en 1995 ganó el mundial en Ecuador. En las gradas de los estadios que albergaron los partidos de la fase final se sentaban aficionados, pero también ojeadores. Entre ellos, José Antonio Martín ‘Petón’, conocido exfutbolista, periodista y ojeador de la Agencia Bahía. Petón le puso sobre la mesa una oferta para ir a jugar a España. Babá no se lo pensó un instante: “Cuando vinieron a por mí, no dudé en venir, porque desde pequeño jugando en mi país mi ilusión era llegar a Europa”.

Fichó por el Mallorca. Parecía que al fin había cumplido su sueño de competir en el viejo continente. Pero el reconocimiento médico no transcurrió como esperaban. “Tuve la mala fortuna que me infecté del virus de la Hepatitis y tuve que volver a mi país para curarme”, lamenta Sulé. Finalmente, pudo inscribirse en diciembre con el equipo insular y jugar en Segunda. Subieron a Primera y no había hueco para Babá. Estuvo dos años cedido hasta que, de forma inesperada, le llegó una oferta que no pudo rechazar: el Real Madrid.

“El fichaje por el Madrid fue algo sorprendente”, confiesa Sulé. La oportunidad le ilusionó: “Sabes que si haces las cosas bien puedes volver a unirte con el Madrid”. Todavía no tenía ficha para jugar en Segunda B, categoría en la que militaba el Castilla, por lo que jugó cedido en el Leganés. En el Estadio de Butarque fue donde su carrera se truncó para siempre.

El sueño roto

Babá Sulé se retira lesionado después de romperse el ligamento cruzado.

Jugaban un partido en casa con el Leganés con un espectador de lujo: Vicente del Bosque. El entonces entrenador del Real Madrid había ido a ojear al futbolista ghanés. “Me comentaron que tenía que hacer un buen partido porque venía Del Bosque a verme para llevarme con el primer equipo a hacer la pretemporada en Japón”. Pero el destino tenía otros planes para él. “Era el minuto 86 de partido, estaba acabando, con un balón que despejó el portero, tuve que controlar con el pecho arriba y al caer, al girar la rodilla, se me clavó ahí en el suelo y se rompió”, relata Sulé. Era la primera vez que le pasaba, él solo quería seguir jugando. Intentó continuar, pero un contrario le dijo: “Estás roto”. “Yo le dije que va”, reconoce entre risas Sulé, “pero cuando intentaba arrancar ya veía que la pierna no tenía fuerza y me caí al suelo”. La lesión era más grave de lo que pensaba: se había roto el ligamento cruzado.

"Tenía la rodilla tan machacada que lo tenía que dejar; o dejaba de jugar a fútbol profesional o me quedaba cojo"

A Babá no le gustaba usar tacos de aluminio, pero aquel día tuvo que utilizarlos porque había llovido. Ese material hizo que las botas se clavaran en el suelo y no pudieran girar. La recuperación tardó medio año, pero mucho menos su recaída. Fue en un partido frente al Ávila. Babá recuerda que “fue a controlar un balón, estaba el contrario detrás y él me intentaba quitar el balón, me tocó un poquito y después de eso intenté controlar, pero notaba que la rodilla me bailaba”. Se le habían soltado las placas de la articulación y tenían que volver a operarle. En esa operación se infectó de un virus en la rodilla que retrasó su vuelta al campo. Cuando se curó y empezó a entrenar, notó que algo le molestaba. Le practicaron una artroscopia y descubrieron que tenía un tornillo suelto en la rodilla. El médico le regaló aquel tornillo. “A mí me daba risa de todo lo que me había pasado, pero siempre digo que es parte del fútbol y hay que aceptarlo”, reconoce Sulé.

Después de esa sucesión de infortunios nunca llegó a asentarse en un equipo. Pasó por varios conjuntos de Segunda B y Tercera hasta que en 2009 colgó las botas. No fue su decisión. Sulé asegura que los médicos le avisaron de que “tenía la rodilla tan machacada que lo tenía que dejar; o dejaba de jugar a fútbol profesional o me quedaba cojo”.

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Babá Sulé pelea un balón con la camiseta del Ourense.

La retirada cogió desprevenido a Sulé. “No tuve tiempo para estudiar un curso de entrenador, tuve que buscar trabajo en muchos sitios”. Ejerció de electricista, vigilante de seguridad en El Corte Inglés y de chófer para David De Gea. Pero Babá quería seguir en la órbita del fútbol. Por eso, celebró como un gol la llamada de Miguel Melgar, director deportivo del Club de Fútbol Fuenlabrada. Le ofreció trabajar como encargado de material del club. Sulé lo tuvo claro: “No lo pensé dos veces y decidí unirme a ellos”. Una nueva oportunidad.

Sin embargo, la llegada del COVID en primavera de 2020 empujó a todo el mundo a confinarse dentro de sus casas. El trabajo de utillero perdió el sentido, un nuevo obstáculo para Babá: “En casa no tenía que hacer nada, ellos entrenaban por videoconferencia de Zoom”. Sulé colocaba conos y recogía balones siempre con una sonrisa en la boca. Pero cuando tuvieron que volver al verde después del confinamiento admite que “la cosa se complicaba más”. El protocolo limitó el contacto con los futbolistas al máximo y redibujó todas las rutinas de trabajo de los encargados de material. Pero lo peor aún estaba por llegar.

La tormenta perfecta

El 20 de julio de aquel fatídico año se jugaba la última jornada de Segunda División. El Fuenlabrada se desplazó hasta A Coruña para disputar su último partido. Los madrileños se jugaban su puesto en los play-off de ascenso a Primera, el Deportivo, descender a los infiernos de Segunda B.

"Lo peor no fue el virus, fue la tensión, los nervios"

El 18 de julio había aparecido un positivo en la plantilla del Fuenlabrada. Al día siguiente, otros tres. “Antes de viajar tuvimos que hacernos otra prueba y cuando llegamos a Coruña nos dieron el resultado”, rememora Sulé. Y argumenta que “hasta que llegamos no sabíamos lo que había”. Los azulones se mantuvieron siempre en la línea de lo que decía La Liga. El utillero lo tiene claro: “Son los que pagan el vuelo, así que no puedes decir que no viajas, porque si no, pierdes puntos”. Pero las acusaciones contra el equipo caían como una avalancha imparable.

“Como la gente no sabe lo que ha pasado, cada uno tiene su opinión, a favor o en contra, pero si tú estás dentro, sabes lo que ha pasado”, se queja Sulé. Recita una máxima que le ha acompañado siempre: “Yo siempre digo, antes de que empieces a criticar a otra persona, debes saber lo que ha pasado realmente”. Y pone la puntilla con una lógica aplastante: “Si nosotros hubiéramos sabido que había positivos, no habríamos viajado, porque estamos poniéndonos en riesgo también”. El virus no fue lo peor para Babá.

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Babá Sulé, en los vestuarios del Fuenlabrada

“Aunque sí que hubo una persona enferma, se puso bien y no le pasó nada; pero lo peor no fue el virus, fue la tensión, los nervios”, concede Sulé. Compara su estancia en aquel hotel coruñés con una cárcel: “Estabas en una habitación, no podías salir, ponían la comida en el pasillo y cogías la comida como si fueras un prisionero”. Finalmente, el partido se jugó el 7 de agosto. El Fuenlabrada saltó al campo con sólo siete futbolistas profesionales. El entrenador confeccionó el resto de la convocatoria con jugadores de las categorías inferiores. Los gallegos se llevaron el partido por la mínima después de haber entrenado en una sola ocasión durante las dos semanas anteriores. Ni el Fuenlabrada entró en play-off, ni un Deportivo, ya descendido, pudo mantenerse en Segunda. La pesadilla había acabado con un final amargo.

Las raíces de Babá

“Yo tengo un crío y cuando pasó esto, no podía estar porque me pilló aquí; era una cosa muy dura para mí, no poder estar con mi hijo, jugar y abrazarle”, lamenta Sulé. El ghanés está muy apegado a su familia. Todos siguen en Ghana. Confiesa que el fútbol ha ayudado a la economía familiar: “Con lo poco que he ganado aquí he podido mandar a mi familia, que nos ha ayudado bastante”. Recuerda que, durante el confinamiento, les hacía muchas llamadas. “Siempre me llegaba la factura y mis compañeros me preguntaban si tenía una empresa”, revela entre risas. No sabía que las conferencias con el extranjero eran tan caras. “Había unas tarjetas para llamar allí, pero yo como tenía contrato, llamaba directamente”, relata jocoso. Cuenta que esto le pasa porque “tienes la familia tan lejos, que tienes ganas de hablar con ellos, sobre todo cuando estas solo aquí”.

Babá Sulé es un hombre sencillo, tranquilo y tímido. No hace grandes alardes ni tiene anhelos pomposos. Pero sí tiene un sueño. El utillero se despide con un deseo: “Yo espero que cuando acabe la pandemia todo vuelva a ser normal”. Todos somos Babá Sulé.

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