Isidro Lángara, legendario goleador, casi se deja la vida en la insurrección obrera de octubre 1934, que obligó a suspender el campeonato de Asturias y Galicia.
El cronista deportivo del diario El Comercio anunciaba el viernes 5 de octubre de 1934 con ilusión el Sporting-Celta programado para ese mismo domingo en El Molinón. Los gijoneses venían de perder contra su eterno rival, el Oviedo, y querían resarcirse ante sus aficionados. Lo que el periodista no sabía es que, mientras escribía aquella página, miles de obreros, sobre todo mineros, hacían acopio de dinamita, armas y municiones a lo largo de la geografía asturiana. Los fusiles y las explosiones desvelaron aquella madrugada al Principado. Había estallado la revolución. Los trabajadores instauraron el socialismo durante 15 días en los que las calles Oviedo y Gijón se convirtieron en auténticos escenarios de guerra. El balón dejó de correr en los campos asturianos. Aquel Sporting-Celta nunca se llegó a disputar.
Deportivo de La Coruña, Racing de Ferrol y Celta de Vigo se tenían que medir con Oviedo Football Club, Sporting de Gijón y Stadium Avilesino en los llamados torneos superregionales, unas liguillas clasificatorias al Campeonato de España (un equivalente a la Copa del Rey durante la Segunda República) con los tres mejores equipos de cada región. Pero la insurrección lo impidió. La Federación Española suspendió la jornada y anuló prácticamente la mayoría de los partidos que se había disputado, mientras en Oviedo los mineros luchaban a muerte contra la Guardia Civil y de Asalto calle a calle, edificio a edificio.
La capital asturiana sufrió especialmente cuando vivía en aquellos años su momento más dulce en lo futbolístico. La célebre delantera eléctrica de Julio Fernández Casuco, Ricardo Gallart, Eduardo Herrera Herrerita, Emilio García Emilín e Isidro Lángara hacía las delicias de los ovetenses en el viejo césped de Buenavista con goleadas de récord. Las cifras hablan por sí solas: el histórico quinteto atacante anotó la friolera de 174 tantos en 62 partidos (una media de 2,8 goles por encuentro) en las tres temporadas disputadas entre 1933 y 1936, con Lángara como pichichi.
La revolución sorprendió al artillero vasco, como a tantos otros jóvenes, en pleno servicio militar. Lángara, que tenía 22 años, era uno de los delanteros más cotizados de España. Su fama de goleador era tal que había llegado a la Selección antes de debutar en Primera. El Tanque, como era conocido, recaló junto a Emilín, fusil en mano, en la defensa de un edificio en la céntrica calle Uría, según recogen las crónicas del momento. Su batallón resistió en aquel lugar de la capital asturiana durante nueve días. El delantero era tan famoso y querido entre los carbayones, que un minero antepuso su pasión por el fútbol a su vocación revolucionaria. “¡A ti no te tiro, que eres Lángara!”, le espetó al reconocerlo en el fragor del combate, según recoge Le Miroir des Sports, un semanario francés de la época.
En la incertidumbre de aquellas dos semanas se extendió el rumor de que Lángara había muerto en ese edificio de la capital. Nadie sabía qué pasaba en Oviedo. Ni en Gijón. Ni en las cuencas, donde las tropas del general López Ochoa, dirigidas desde Madrid por Francisco Franco, reprimían a sangre y fuego los últimos coletazos de la revolución. Pero el nombre de Lángara estaba en boca de todos los asturianos. “¿Qué va a hacer ahora el Oviedo?”, se preguntaban. Los primeros periodistas llegaron a la ciudad al rebufo de los militares y se encontraron, entre aplausos y gritos de júbilo, a un demacrado Lángara vestido de uniforme en medio de las ruinas de la ciudad. El goleador había sobrevivido y Oviedo respiraba tranquila, como si la resurrección de su ídolo les hubiera hecho olvidar el estruendo de los cañones y el silbido de las balas.
El balón tardó menos de una semana en volver a rodar, al tiempo que miles de trabajadores eran juzgados y encarcelados por los sucesos revolucionarios. La federación decidió dividir el torneo asturgalaico en dos triangulares, para facilitar los desplazamientos y agilizar la competición. El campeonato gallego se lo llevó el Celta. El Oviedo, por su parte, arrasó en Asturias, cómo no, con Isidro Lángara como máximo goleador con seis dianas en cuatro partidos. Hoy, 85 años después, el Tanque es el único futbolista español que figura en la clasificación mundial de los mejores goleadores de todos los tiempos en Primera División de la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS). Lángara sobrevivió a aquellos días en los que la revolución paró el fútbol. Y pasó de muerto a leyenda.