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LOS TENIS SIEMPRE LIMPIOS

Nadal, haters y domingueros

Nadal sacando ante Medvedev.

JOHANNES EISELE

AFP

Sin él buscarlo, Nadal volvió a dar de comer a sus haters. Esos aficionados al tenis -porque si no sigues el deporte es muy difícil que no te gane para su club de fans- a los que les escuece no el propio jugador, sino lo que ha generado alrededor de sus partidos. Esos domingueros que cada final que juega Nadal se convierten en los mayores seguidores del tenis a la vez que preguntan “¿Esto es a tres o cinco sets?” o “¿Y Medvedev qué número del mundo es?”, como si ser top-10 o no determinase si será un 3-0 o un 3-2 en tie-break. Están esperando que haga un passing para gritarle a la televisión “NADALADA”, añoran los tiempos de las camisetas sin mangas y no falta la story en Instagram con un "Vamos Rafa!!!". Que nadie dude de su pasión. En fútbol los conocen como "los que preguntan a qué hora es la Champions".

Estos domingueros que hacen rabiar a los haters y avergonzarse a los más fieles (aquellos que también sufrieron con un Nadal irreconocible ante Mayer en el Godó o fueron precavidos cuando el sorteo de Madrid le emparejó con Aliassime) son el precio que tiene que pagar una figura histórica de la talla de Rafa Nadal, cada vez más cerca de ser reconocido por unanimidad como el mejor deportista español de la historia. En Nueva York fue el hombre del verano 2019 quien le obligó a sacar su cara más épica, esa que intentó evitar de todas las formas posibles. Porque Nadal cada vez intenta escapar más de esa imagen que recuerdan los domingueros, también consciente de sus 33 años.

A raíz de la incorporación de Moyà a su cuerpo técnico, Rafa cambió su dinámica de saque. De hecho, ante el ruso se le vio utilizar mucho más un saque-red al que no nos tuvo acostumbrados ni en Wimbledon. Especialmente desde el lado de la ventaja, utilizaba su saque abierto para sacar al rival de la pista y Medvedev quedaba vendido. Quien estuvo más acertado en la red (77% vs 68%) fue el español (ya hay que evitar el término claycourter para hablar de Nadal) y no el que mide 1,98 metros.

Lo reconoce él mismo y su staff: la idea es acortar los puntos con este nuevo estilo, ser más directo, más agresivo y menos el Nadal de su juventud. Medevedev también le obligó a ello, un jugador aparentemente tosco que sólo corrió cuatrocientos metros menos (6,673 kms vs 6,264 kms) que el portento físico que es el balear. No podía competirle defendiendo y el parabrisas en el que convierte muchos de sus partidos no causaba efecto ante un jugador que promedió sólo diez erros no forzados en los cuatro últimos sets. Acabó totalmente desgastado por el ciclón en el que se convirtió Medvedev (consciente de que un ritmo alto jugaba a su favor), aceptando el riesgo de los warnings y obligando al ruso a repetir algún saque por no estar listo para el resto.

Si bien no dudo de su nuevo saque a pesar de su 58% de primeros servicios en juego, mantenerse fiel a los entrenamientos y no a su esencia no fue tan fácil con el revés. Si en los últimos tiempos no ha dudado en volcarse en su revés y entrar a pista para mandar con él, cuando Medvedev empezó a remontarle el 2-0 dejó de confiar en los momentos más difíciles. Sacrificaba su posición en pista por invertirse y golpear con su drive, con el que esperaba mandar. Su revés no le corría tanto y no podía ser tan profundo para buscar el tan ansiado approach que le permitiese matar en la red, al parecer la única forma de hacerle un winner.

Nadal se cansa en cada entrevista de recordar que el tenis actual no es una carrera a tres, él no juega por ello. “Sólo hago mi camino”, y las únicas paradas de ese camino en las que no ha salido vencedor son las Finales de Londres y los Masters 1000 de Shanghái y París, con los que conseguiría un pleno del que sólo Nole puede presumir. El nuevo Nadal cada vez se acerca más a lo que esos torneos exigen de su ganador.