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La magia de Salah trasciende el fútbol: el Faraón del pueblo

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La magia de Salah trasciende el fútbol: el Faraón del pueblo

Cuando pensamos en algo lo primero que se nos viene a la cabeza es una serie de ideas tópicas. Pensemos, por ejemplo, en Egipto: las pirámides y la esfinge de Guiza, el Valle de los Reyes de Tebas, el inacabable río Nilo o el desierto que lo rodea. Todos ellos son imágenes que nos permiten ir definiendo poco a poco, en este caso, la identidad y la cultura del milenario país de los faraones. Quizás por eso haya que sumarle a la anterior lista el nombre del futbolista que ha trascendido su papel en el terreno de juego hasta convertirse en una bandera más de Egipto: Mohamed Salah.

“Él es verdaderamente importante porque es un símbolo como lo pueden ser Tutankamón o las pirámides”, decía en 2018 Mohamed Farag Amer, jefe de la comisión parlamentaria de Juventud y Deportes de Egipto. La magia de Salah va más allá de sus cualidades futbolísticas y sus escandalosas cifras, pues se ha convertido en una extraña figura, un hombre que todos los egipcios, independientemente de su clase política o nivel económico, se sienten unidos. Es por ello que el régimen de Abdelfatah Al-Sisi intenta capitalizar políticamente la figura de la estrella del Liverpool.

Antes de profundizar en esto último, quizá haya que buscar entender por qué Salah se ha convertido en la ‘cuarta pirámide’ egipcia. Nacido en 1992 en el seno de una familia humilde en Nagrig, un pequeño pueblo de 15.000 habitantes situado a 129 kilómetros de El Cairo, su historia es una de superación y compromiso que sirve de referencia para una población egipcia carente de expectativas de futuro.

Con 14 años, un ojeador del Al Mokawloon lo descubrió en un torneo celebrado en Tanta y lo reclutó para el equipo cairota. Cada día de entrenamiento era una odisea para el joven Mo: entraba a las 7 en la escuela y salía a las 9 de la mañana para poder llegar a tiempo a los entrenamientos, un viaje de cinco horas en el que era habitual llegar a coger hasta cinco autobuses distintos. “Durante cinco días a la semana durante tres o cuatro años. Empezaba a entrenar a las tres y media o a las cuatro y acababa a las seis. Luego, el mismo camino de vuelta para llegar a casa a las diez o diez y media, comer, dormir y volver a repetirlo todo”, explica Salah, “Si no hubiese sido futbolista no sé qué habría sido de mí: no tenía nada más en la cabeza y mi vida sería mucho más difícil porque lo dejé todo por el fútbol”.

Es por ello que el 11 del Liverpool no se olvida de sus orígenes y la escasez de recursos de su juventud y destina parte de su fortuna a mejorar Nagrig. Salah compró la primera ambulancia de la ciudad y desde entonces nunca ha parado de donar: ha financiado, entre otras cosas, la construcción de una escuela, un centro médico y diversos mercados solidarios que regula el consistorio local. Además, destina mensualmente 3,500 libras esterlinas (más de 70.000 libras egipcias) para ofrecer apoyo económico a los habitantes de su ciudad. “No ha cambiado, no se ha vuelto engreído. Nunca se ha olvidado de su ciudad”, dice a The Sun Maher Shatiyah, alcalde de Nagrig y manager de la Mohamed Salah Charity Foundation.

El duro esfuerzo tuvo su recompensa en 2012 cuando el Basilea organizó un partido contra la selección Sub-23 egipcia y Salah impresionó tanto que el club suizo no dudó en hacerse con los servicios del joven futbolista. Mohamed se marchaba de Egipto sin llegar a vestir nunca la camiseta de uno de los dos grandes clubes de su país: los eternamente enfrentados Al-Ahly y Zamalek; de hecho, el Zamalek rechazó fichar al joven Mo en 2011 porque “necesitaba mucho más trabajo”. Si hubiese jugado para uno de los dos, se habría ganado eternamente la suspicacia de la afición rival, pero el no haber vestido los colores de ninguno le ha servido para conquistar por igual los corazones de las dos principales aficiones egipcias.

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Mural de Salah en El Cairo.

El tercer factor clave a la hora de entender la figura de Salah es su devoción religiosa. Mohamed es un orgulloso musulmán que no duda en expresar su fe en la esfera pública, siendo habitual verle celebrar sus goles rezando. Incluso llamó a su hija Makka, de 5 años de edad, en honor a La Meca. Sus creencias no solo refuerzan su vínculo con sus compatriotas, sino que han ayudado a combatir prejuicios culturales en una época en la que la islamofobia ha crecido: un estudio reciente del Laboratorio de Políticas de la Universidad de Stanford ha demostrado que desde la llegada de Salah a Anfield, los delitos de odio en el área de Merseyseide se han reducido en un 18,9% y los tuits de carácter antimusulmán de los aficionados británicos del Liverpool se han reducido más de la mitad.

De hecho, es habitual escuchar a los aficionados ‘reds’ versionar el ‘Good Enough’ de la banda britpop Dodgy con una letra que dice: “Mo Sa-la-la-la-lah, Mo Sa-la-la-lah, if he’s good enough for you, he’s good enough for me, if he scores another few, then I’ll be Muslim too” (Mo Sa-la-la-la-lah, Mo Sa-la-la-la-lah, si es bueno para ti, es bueno para mí, si marca algunos más, yo también seré musulmán”).

Tanto su perfil individual como su rendimiento sobresaliente en el terreno de juego lo han convertido en una leyenda por méritos propios. Especialmente tras la clasificación al pasado Mundial de Rusia 2018, donde Salah anotó en el último minuto de un disputado partido ante la República Democrática del Congo un penalti que ponía fin a una sequía mundialista de 28 años. El astro del Liverpool ha conseguido que el fútbol se haya convertido para millones de egipcios en una vía de escape a la difícil realidad del país de los faraones, pero también en un recurso que el régimen de Abdelfatah Al-Sisi, que mantiene a decenas de miles de presos políticos en la cárcel y que no permite el más mínimo atisbo de disidencia, intenta capitalizar.

Asimismo, Al-Sisi procura mantenerse en el poder por todos los medios posibles. En abril aprobó con el 88% de los votos una reforma constitucional que le permitirá permanecer en el poder hasta 2024 y tener el derecho excepcional de postularse a un tercer mandato (la Constitución aprobada en 2014 establece el límite de dos mandatos consecutivos). Sin embargo, solo el 44% de la población participó en el último proceso electoral plagado de denuncias por compra de votos y donde los opositores no pudieron realizar una campaña previa a la votación. Cifras similares a las que reeligieron al exmariscal para un segundo mandato: un 92% de los votos con una participación del 44% cuya única oposición fue la candidatura de Musa 

Sin embargo, la candidatura de Musa fue la tercera en los comicios. Su lista recibió 750.000 votos (3%), mientras que más de un millón de egipcios (5%) decidió introducir una papeleta con el nombre de Mohamed Salah como voto de protesta con el régimen de Al-Sisi.

Al exmariscal no se le escapa el fervor patriótico que despierta el delantero del Liverpool y ha intentado sacar rédito político de su imagen. Cuando aún estaba en la AS Roma, el club ‘giallorosso’ firmó un patrocinio con el régimen por el que convertían a Egipto en “destino turístico oficial” de ‘la loba’. Asimismo, utilizaron su figura para adornar el avión de la selección egipcia para el Mundial 2018 y provocó un conflicto publicitario: en el avión figuraba la teleoperadora WE, del grupo Telecom Egipto (propiedad mayoritaria del Gobierno), siendo Salah la imagen de Vodafone en el país de los faraones; su agente y abogado, Ramy Abbas, confirmó en Twitter que no habían autorizado el uso de la imagen de Salah, que también publicó un tuit en el que mostraba su descontento y que generó toda una ola de apoyo al futbolista por parte de la población, que utilizó el hashtag “Yo apoyo a Salah”, que fue trending topic en Oriente Medio durante 24 horas. Finalmente, la Federación Egipcia reculó y retiró todas las imágenes del futbolista.

No fue la única vez que el gobierno egipcio, EFA mediante, intentó aprovechar la imagen de Salah durante el Mundial de Rusia. La Federación Egipcia designó Grozni, capital chechena, como base de operaciones del combinado egipcio, que debía jugar sus partidos en Volgogrado (a más de 800 kilómetros), Ekaterimburgo y San Petersburgo (más de 2500 kilómetros). Mientras otras estrellas del campeonato estaban concentradas en aclimatarse al clima ruso y en preparar sus partidos, Salah era habitualmente fotografiado junto a Kadyrov, primer ministro checheno, que incluso llegó a entregarle la ciudadanía chechena de forma honorofíca. Este último episodio fue la gota que colmó el vaso de Salah, del que la CNN contó que amenazó con retirarse de la selección porque “no desea ver su imagen usada para impulsar la imagen política de nadie”. La EFA negó este episodio y la gente volvió a posicionarse a favor de la estrella del Liverpool.

Tampoco fue de buen gusto para el gobierno de Al-Sisi la defensa a ultranza que Salah hace de Mohamed Aboutrika, leyenda del fútbol africano (4 veces mejor jugador del continente) y exiliado de Egipto desde hace dos años. El motivo de esta huida del país es que el gobierno lo acusa de financiar a los Hermanos Musulmanes, movimiento al que pertenecía el expresidente Morsi y con la etiqueta de organización terrorista desde hace años. Según Al-Khaleej Al-Jadeed, Salah está intentando mediar para conseguir un perdón presidencial para el exfutbolista.

Salah camina sobre una fina línea. Quiera o no, no solo se ha convertido en el mejor futbolista egipcio de la historia, sino en una bandera capaz de unir a todo un país. Aunque sea complicado aventurar el impacto político que Salah pueda tener, su mera existencia nos recuerda el poder que tienen los símbolos en nuestra vida.

 

 

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Mural de Salah en la isla de Zamalek, en el corazón de El Cairo.

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