Una historia en tres palabras: boxeo, convento y peluquería. Peluquería de señoras, para ser exactos. Esas tres palabras se mezclan en la vida de Agustín Senín, rara avis en el deporte español, un púgil que lo ganó todo y se retiró invicto, lo que suena raro, y cuyo punto cumbre en su carrera llegó el 10 de agosto de 1971. Aquel día disputó el título europeo del peso gallo, ‘leitmotiv’ del reportaje que AS Color le dedicó y que aquí recogemos. Noche de verano, ambiente de gran velada en la Plaza de Toros de Vista Alegre de Bilbao. Al otro lado del ring un tipo de Liverpool, ciudad que en aquella época contaba con el glamour de unos Beatles que también peinaban flequillo como él. Su nombre, Alan Rudkin, defensor del título, un hombre cuyos mejores tiempos quizá ya eran pasado, con fama de playboy y metal en sus puños. Pero ni siquiera así pudo frenar a Senín, que decoraba su carrera con el apelativo del ‘Tigre de Irala’.
El buen aficionado español al boxeo ya conocía a Rudkin. No había Internet entonces, pero sí libros de boxeo y anuarios. Y una memoria en la que los combates se seguían disputando cada vez que uno los recordaba. El británico había perdido cuatro años antes, el 27 de abril de 1967, en el Palacio Municipal de Barcelona, entonces con Hamed Mimoun Ben Alí como vencedor final. La ortodoxia definía a Rudkin: la guardia alta y en línea, un boxeo tradicional en el que era difícil entrar, pero ni aún así... Senín le llevó a la lona en cuatro ocasiones antes de que los jueces dieran al español ganador a los puntos. Un triunfo abrumador, incontestable. Senín se erigía así en el cuarto campeón europeo español en la categoría del peso gallo, en una lista hasta entonces escrita por Carlos Flix, Luis Romero y Hamed Mimoun Ben Alí.
“Ahora ingresaré en un convento. Permaneceré en él un mes”, dijo Senín tras el combate. Los quince asaltos contra Rudkin requerían de una paz que el boxeador vasco (criado en la popular calle de Las Cortes, La Palanca, como se conocía a mediados del siglo XX al barrio chino de Bilbao) no podía encontrar sobre un cuadrilátero. Los periódicos hablaban de él, le buscaban nuevos retos en el futuro, ponían sobre la mesa posible ofertas para el asalto a un título mundial (casi dos millones de pesetas, en torno a 12.000 euros, dicen que ofreció un promotor británico por disputar el Mundial en el Royal Albert Hall en el año 72), pero...
Nada de eso llegó, porque Agustín disputó sólo seis peleas profesionales más, hasta el 27 de septiembre de 1972 (Antonio Sassarini fue su último rival), y se retiró. Él, que había sido olímpico en Tokio 64, guardó los guantes. Y encontró las tijeras. Dejó el gimnasio y los sparrings y abrió una peluquería de señoras en Bilbao. Y hasta hace nada allí seguía el negocio, con un cartel blanco con caracteres en rojo (su nombre) que esconden la leyenda de un púgil atípico, que decidió poner fin a su carrera deportiva cuando estaba invicto. Cuando no conocía el amargor de tener que ver cómo es el rival al que el árbitro levanta los brazos en señal de vencedor.