Hasta 2004 se creyó que el primer metal nacional conseguido en unos Juegos correspondía a Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, Marqués de Villaviciosa: una plata en la modalidad de tiro de pichón, en París 1900. La historia es, como poco, curiosa. El Marqués, todo un personaje de aquella época, hombre polifacético, se encontraba en la capital francesa, de visita en la Exposición Universal por una cuestión de vinos. Llevaba su escopeta, contempló la oportunidad de inscribirse en la competición (España no envió delegación) y sólo le derrotó el australiano Donald McIntosh. En 2004, en una revisión de su medallero, el Comité Olímpico Internacional (COI) otorgó un oro en París a los pelotaris Amezola y Villota —en cesta punta—, mientras que retiró la plata de Pedro Pidal, al haberse tratado de una prueba con recompensa económica, algo contrario al espíritu amateur de los primeros Juegos. Sin embargo, el Comité Olímpico Español (COE) mantiene la presea de Pidal, durante tantos años considerada la primera medalla conquistada en unas Olimpiadas. Así que el tiro de pichón se ha practicado en nuestro país desde mediados del siglo XIX, sobre todo dentro de la realeza y a través de las personas de clase más pudiente.
Comenzó como una moda procedente de Inglaterra y Francia, a medio camino entre la caza y el deporte. Jerez de la Frontera fue la ciudad pionera. Allí se fundó en 1868 el Gun Club, institución que posteriormente se convertiría en la Real Sociedad de Tiro de Pichón. De 1900 a 1906 existió una zona donde la nobleza y los políticos se ejercitaban en Madrid, traspasadas las tapias del Retiro, un área en la que el Atlético también jugó sus primeros partidos, aún como equipo sucursal del Athletic de Bilbao. Por aquellos campos se veía a menudo al Infante Carlos de Borbón. El Club de Tiro Somontes, en la carretera de El Pardo, la mejor instalación de la capital, data de 1931. Sufrió la Guerra Civil Española, que detuvo sus actividades varios años. Ahora abre los martes, jueves, sábados y domingos, de once de la mañana a ocho de la tarde. Su aspecto se ha modernizado, aunque conserva intacto el aroma tradicional de los cazadores de antaño, con sus animadas charlas en el bar. En junio de 1971, el número seis de AS Color le dedicó un reportaje, firmado por el compañero Chema. “No hablamos de un deporte caro”, decía el presidente de Somontes, Paco Urquijo. Pero sí que lo es: el tirador debe disponer de licencia de armas en vigor, y de otra federativa para esta disciplina, de su correspondiente escopeta, además de comprar los cartuchos y las aves, apuntarse en los distintos certámenes, alquilar una cancha o formar parte de una sociedad. Con los fríos números en la mano: obtener la licencia de armas supone unos 100 euros; la licencia federativa consta de dos partes, la cuota de afiliación (mediante un pago de 10 euros anuales) y la cuota de participación (20 euros por cada tirada); inscribirse en una competición oficial cuesta desde sólo 50, hasta superar los 1.000 euros; un pájaro vale entre 5 y 10 euros; un buen cartucho, casi 5; una escopeta se puede adquirir por 1.500 euros, aunque su precio asciende hasta los 20.000 para las más sofisticadas; por último, si no se pertenece a ningún club, cuyo abono suele rondar los 900 euros al año, reservar una pista para prepararse en un turno de mañana o de tarde oscila entre 10 y 30 euros. Ante estas cuantiosas cifras, queda patente que el tiro de pichón no se encuentra al alcance de cualquier bolsillo, y menos en estos tiempos de incertidumbre.
No obstante, no menos importantes son los premios que se reparten a lo largo de esta temporada 2012: 1,2 millones de euros entre Mundial, Europeo, Copa del Mundo, Copa del Rey, Copa de España y las cinco pruebas puntuables y sus dos finales del Campeonato de España y el Gran Premio de España, gestionados por la Federación de Tiro a Vuelo. En la campaña de pichón de 2011, el Campeonato de España reunió a más de 1.600 participantes diferentes. El Gran Premio de España, a 1.100.
Otro enemigo de esta modalidad, aparte de la crisis económica, es el movimiento de defensa de los animales. Las asociaciones ecologistas han intentado en numerosas localidades y provincias, y logrado en pocos casos, prohibir el tiro de pichón. “Está mal visto, se critica de manera reiterada el estrés que padecen las aves, pero contamos con no menos argumentos y fundamentos legales, medioambientales y sociales que acreditan y consolidan la existencia de este deporte cinegético”, justifican en Somontes. Y ahí siguen, desde 1931, a las duras y a las maduras.