Ni Almería ni Murcia: este el lugar de España al que llegó el tsunami más devastador de la historia del país
Cádiz quedó sumergida a consecuencia del Gran Terremoto de Lisboa, que tuvo lugar el 1 de noviembre de 1755 y destruyó gran parte de la capital portuguesa.
El fuerte terremoto en la península rusa de Kamchatka y las recientes alertas de tsunami en países del Pacífico como Japón, Chile, China, EE.UU. y Hawái han despertado un temor latente: ¿podría España sufrir una catástrofe similar? Lo cierto es que ya ocurrió. El 1 de noviembre de 1755, un terremoto de magnitud 9 con epicentro en el Cabo de San Vicente, en el suroeste del Atlántico, sacudió violentamente la tierra durante varios minutos. Destruyó gran parte de Lisboa, provocó entre 60.000 y 100.000 muertos en varios países y desencadenó un tsunami que sumergió gran parte de Cádiz.
El seísmo, conocido como el Gran Terremoto de Lisboa, se produjo en torno a las 09:30 horas del Día de Todos los Santos y fue tan potente que se sintió en toda la península ibérica, el norte de África, ciudades centroeuropeas como Hamburgo, e incluso algunas islas atlánticas. Además de dejar una profunda huella física, fue un evento de enorme impacto social, filosófico y científico, considerado el origen de la sismología moderna. Voltaire y Kant lo reflejaron en su obra, y en España se documentaron sus efectos en más de 1.200 localidades.
Aunque Lisboa acaparó los titulares con escenas espeluznantes como el derrumbe de conventos que sepultaron a cientos de religiosas, fue Cádiz la ciudad española más golpeada por la segunda parte de la tragedia: el tsunami. Apenas una hora después del temblor, el mar se retiró repentinamente varios cientos de metros y regresó con una ola de más de 15 metros que arrasó la costa. Antonio de Azlor, gobernador de Cádiz, describió con horror: “A las 11 en punto se oían voces por toda la ciudad, diciendo: ‘¡El mar se traga la tierra!’”.
En Cádiz, donde vivían unas 45.000 personas, el impacto fue brutal. Según la historiadora María Eugenia Petit, las olas penetraron por la Caleta y destrozaron más de 600 metros de muralla, anegando barrios enteros como el de la Viña. Se calcula que hubo entre 200 y 400 muertos, aunque otros recuentos elevan la cifra a más de 2.000. Paradójicamente, los que escaparon fueron los que más sufrieron. Un marinero sueco describió lo vivido como “el acontecimiento más trágico que hayan contemplado ojos humanos”.
El milagro, la memoria y la advertencia
Uno de los episodios más recordados fue el llamado milagro de la Virgen de la Palma, cuando el párroco salió con el estandarte de la Virgen gritando “¡Hasta aquí, madre mía, y no más!”, tras lo cual, según los creyentes, el mar retrocedió. Este hecho se conmemora aún hoy con una placa en la calle de la Palma. También fue decisiva la actuación del gobernador Azlor, quien organizó la defensa de la ciudad y evitó saqueos, pasando la noche vigilando montado a caballo, según consta en los documentos de la época.
A día de hoy, sabemos que el terremoto y el tsunami de 1755 son fenómenos que, aunque poco frecuentes, pueden repetirse. Como advertía en 2001 el geofísico José Manuel Martínez Solares del Instituto Geográfico Nacional, “si se repitiese este fenómeno tendría un elevado coste en pérdidas económicas y humanas”. De hecho, fue el tsunami, y no el temblor, el que provocó la mayoría de muertes. Con el actual desarrollo urbano e industrial de nuestras costas, el impacto sería hoy devastador.
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La documentación sobre la tragedia, conservada en el Archivo Histórico Nacional, demuestra la magnitud del desastre. El propio rey Fernando VI, que sintió el temblor en el Monasterio de El Escorial, mandó hacer una encuesta nacional para recopilar datos. La historia nos dejó no solo cifras y ruinas, sino también una advertencia.
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