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¿Por qué se producen los terremotos y cómo se pueden detectar?

Cuatro de cada cinco seísmos se producen en las costas del océano Pacífico, zona que se conoce como el “Anillo de Fuego”

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People work at the site of a collapsed building, in the aftermath of a deadly earthquake in Kahramanmaras, Turkey February 8, 2023. REUTERS/Stoyan Nenov
STOYAN NENOVREUTERS

Desde los albores de la humanidad, los terremotos han sido uno de los accidentes naturales más temidos por el hombre. Esto se debe, sobre todo, a su carácter fundamentalmente impredecible y a su potencial destructor. Los ejemplos de seísmos que, en apenas unas horas, han reducido ciudades enteras a un manojo de escombros se cuentan por cientos. Por mucho que avanzan las técnicas de construcción, los protocolos de prevención y el grado de conocimiento de estos fenómenos, parece que no se ha conseguido aún paliar los males ocasionados por el temblor de la tierra. Buena prueba de ello son las desastrosas consecuencias del terremoto que ha sacudido Turquía y Siria.

Aunque todo el mundo tiene someras nociones de lo que es un seísmo, no está de más recordar los mecanismos que accionan este indeseado agitar de los suelos. En términos generales, un terremoto es un temblor de intensidad variable ocasionado por la fricción o los movimientos de las placas tectónicas.

Las placas están en continuo movimiento, pero afortunadamente en la gran mayoría de los casos estos procesos son imperceptibles para el ser humano. Esto se debe a que la tensión liberada no siempre es lo suficientemente grande como para atravesar la espesa capa de roca de la corteza terrestre. No obstante, cuando las ondas sísmicas tienen el empuje suficiente para alcanzar la superficie, la tensión se libera en forma de violentas sacudidas. En bastantes ocasiones, estos episodios no van más allá de causar leves estragos materiales. Pero todos los años el mundo recibe la triste noticia de algún seísmo de proporciones catastróficas.

Anillo de Fuego

Hay zonas del planeta más propensas a sufrir terremotos que otras. Un área especialmente peligrosa es la costa del océano Pacífico. A esta porción del planeta se la conoce como el “Anillo de Fuego”. Cerca de cuatro de cada cinco seísmos se desatan en este amplio y peligroso perímetro. Países como Japón han sufrido mucho a lo largo de su historia por culpa de los violentos envites tectónicos. El último que puso patas arriba al gigante nipón fue en 2011, que dejó más de 15.000 muertos.

Aunque no es lo más frecuente, la actividad humana también puede desatar vibraciones en las entrañas de la tierra. Especialmente cuando se hacen excavaciones a gran profundidad o en zonas muy sensibles de la corteza terrestre.

Hay muchos sitios del globo que están en continua amenaza. Son aquellos atravesados por alguna falla. Es decir, una zona donde la tierra se fractura y existe fricción entre placas tectónicas. Algunas son más peligrosas que otras. Por ejemplo, una región tradicionalmente agitada por el mal de los temblores es el estado de California. Y es que todo el territorio está atravesado por una falla de más de mil kilómetros de longitud, la famosa falla de San Andrés. El terremoto de Turquía y Siria fue ocasionado por los movimientos tectónicos de la inestable falla de Anatolia.

Métodos de detección

Como son viejos conocidos, el ser humano ha desarrollado y perfeccionado métodos para detectar o incluso tratar de predecir los seísmos. El más utilizado es el del sismógrafo. Se trata de una máquina que es capaz de identificar los movimientos en las entrañas de la tierra y que registra la duración e intensidad de los temblores. Es un instrumento con siglos de antigüedad, que ya era empleado, en una forma más rudimentaria, antes del nacimiento de Cristo. Aunque los principios esenciales del mecanismo se mantienen, los avances y nuevos conocimientos han permitido que estos sean cada vez más sofisticados y precisos. No obstante, esto no impide que muchos de los terremotos de alta intensidad sean eminentemente impredecibles.

Una vez ocurrido un temblor, se le suele asignar un valor en la famosa escala de Richter, que sirve para valorar la fuerza liberada por la sacudida del suelo. Cuanto más alto puntúe en la escala, más energía se ha liberado en el proceso de fricción de las placas tectónicas. Por ejemplo, el de Turquía alcanzó un 7.8, lo que se cataloga como un “terremoto de fuerte impacto”.