Garriga, la pasión de un rebelde

Hacía calor aquella mañana en un circuito del Jarama prácticamente vacío. Sólo se escuchaba el sonido ronco de una Cagiva 500, uno de esos motores de dos tiempos indomables. Garriga se bajó de ella, se quitó el casco, sonrió y me dijo: ‘¡Cómo corre este bicho!’. Se le iluminó la mirada y disfrutó del momento de la forma que solía hacer. Tenía 23 años y se iba a convertir en piloto de la clase reina, muy joven e incluso sin demasiada experiencia en grandes premios, que le llegaría después. Pero así era él, todo pasión, talento y con ganas de devorar el mundo, como ese Comecocos que se hizo famoso en lo alto de su casco.

Siempre le tuve cariño y se lo guardaré también ahora que se ha ido. Yo, lo puedo confesar con el beneplácito del paso del tiempo, iba con Garriga en aquel duelo épico y mundialista que mantuvo en los años 80 con Sito Pons. Me gustaba cómo pilotaba Garriga y también como vivía. Un buen tipo, rebelde pero soñador, valiente aunque débil. Y el destino no le quiso sonreír, buscó esos resquicios de su carácter y le robó de golpe lo que era su sueño, dentro y fuera de las pistas. Injusto. Triste. Descanse en paz.