Sonrisa de Mas en el palco de plutócratas

Una estupenda final con un prólogo odioso, la tremenda pitada al Himno, al joven Rey, al que su esposa no acompañó en el trance. Hay que entender la pitada, ¿cómo no? nacida del recelo de ciertas proporciones de la población en dos espacios concretos de este viejo país hacia la idea común de España. Había un fondo serio de profunda protesta, de libre expresión, vale. Un fondo nacido de la vieja pulsión antiespañola con amplio respaldo en ambas zonas y acrecentado por el descaro de las clases dirigentes de aquí, de allá y de acullá, enriquecidas a base de miserabilizar la vida de los de abajo.

Me pareció particularmente desagradable la sonrisa cínica de Artur Mas, arquetipo de esa plutocracia que reventaba el palco, donde todos compartieron abrazos y croquetas pero no pitos, que sólo fueron para el rey debutante. Me desagradó el ensañamiento de la pitada, en parte procedente de un gentío quejoso por lo que hay y en parte de los paniaguados de los nacionalismos reunidos, entre los que se repatieron silbatos. Y me desagradó la postura meliflua de ambos clubes, antes y después. Esta Copa la ofrece el Rey, la entrega el Rey. Eché en falta que ambos presidentes lo hubieran recordado.

Pienso que les ha faltado a ambos valentía moral. Como pienso que le faltó sentido de Estado a Florentino para pedirles un pronunciamiento a ambos antes de negarles el Bernabéu para este partido. Tengo la mala sensación de que entre unos y otros estamos dando espacio a un envalentonamiento sin riesgo que ha convertido lo que es una ofensa para muchos, la pitada al Himno, en una juerga sanferminera para unos cuantos. Tampoco es solución Antiviolencia. Ese es un organismo tan largamente desacreditado que cuanto menos aparezca en una cosa tan seria como esta, mejor para todos.