Carlos brilla con luz propia

Con 15 años. La primera vez que conocí a Carlos Sainz tenía 15 años (él, porque yo tenía unos pocos más). Fue en Cheste e iba acompañado por su padre. Habían venido a ver a Alonso a los test de pretemporada y nos alojábamos en el mismo hotel. Mi buen amigo Alvarito (cámara de Antena 3) y yo tuvimos la suerte de ser invitados a cenar con ellos, con Fernando y su familia. Cena que nunca olvidaré. Y creo que Carlos tampoco.

Muy tímido. Era muy tímido, apenas hablaba y sólo lo hacía si se dirigían a él. Él observaba atentamente, pero sobre todo, no perdía de vista lo que hacía su ídolo Alonso. Atendía, sin perder detalle, sus primeras impresiones sobre Ferrari, escudería en la que acababa de aterrizar tras años soñando con ello. Y el sueño de Carlos, mientras le escuchaba, era justamente poder seguir sus pasos algún día.

Con Alonso. Cinco años y medio después de esa cena, ese joven se sentó en el Hospitality de McLaren al lado de Fernando, vestido con la equipación de Toro Rosso, y le preguntó sin titubear: “¿Sabes quién es el español mejor clasificado en el Mundial?”. El asturiano puso cara de poker al principio, pero inmediatamente se rió y le dijo: “Tú, me alegro, pero el Mundial es muy largo, no te relajes”. La pregunta era la primera a lo largo de una entrevista que se hicieron mutuamente en el pasado GP de Mónaco y que dejaba ver la complicidad que hay entre ambos pilotos.

Seguro de sí mismo. Carlos ya no es aquel niño callado y tímido. Ahora es piloto de F-1. Ha alcanzado su sueño y se le ve seguro de sí mismo y muy maduro para su edad. Tiene esa inusual habilidad de reponerse a la adversidad con una cabeza fría que sólo vi en Alonso. Quizás lo aprendió de él. Quizás por eso, Carlos olvidó pronto esa luz que no vio en el pit-lane que obliga a los pilotos a ir al pesaje da la FIA y que le robó ese merecido octavo puesto en parrilla. Estoy segura que entonces recordó la increíble remontada que su ídolo Fernando hizo en el año 2010 a lomos de su Ferrari desde el pit-lane hasta la sexta posición.

Adelantar, una proeza. Sangre fría y a adelantar, una tarea que es una proeza en un circuito ratonero como el de Mónaco. Y si no, que se lo digan a Hamilton, que no pudo con Vettel ni con neumáticos nuevos cuando su equipo la pifió con la estrategia. O a su compañero Verstappen, que se las vio muy felices después de adelantar al propio Sainz y a Bottas con mucha astucia. Pero con Grosjean calculó mal y el sucesor de Ayrton Senna, según Helmut Marko, terminó contra los muros.

A vueltas con la lechuga. Me pregunto, si para preparar la remontada, Carlos quitaría la lechuga a ese wrap (especie de rollito) que come antes de cada carrera, como le aconsejó Alonso durante esa entrevista que se hicieron en Mónaco: “La lechuga se digiere muy mal. Tú quita la lechuga y ya verás lo bien que sales”. La arrancada para Carlos esta vez fue especialmente fácil. Tranquila. Sólo. Desde el pit-lane. Sin la emoción de ver cómo se apagaban los semáforos. Pero esa luces que no vio no le impidieron brillar.