El fútbol tiene el alma de los niños

El fútbol es de los niños; luego se hacen adultos, cambian de alma, o sitúan su alma en otro sitio, y todo tiende a desbaratarse. Pero en el fondo del fútbol, mirando, jugando, siempre hay un niño, al que se tiende a llamar El Niño. Ahí lo tiene: El Niño Torres, Fernando Torres, ya camino de donde solía. Hace casi una década dijo que estaría siempre en el Manzanares, y la vida luego le dio muchas vueltas, hasta que ahora ya lo tienen otra vez a la orilla del río.

No ha tenido otro Niño el Atlético de Madrid desde que se fue El Niño por antonomasia. Tuvo a Óliver, pero no le duró nada, porque al fútbol (al modesto y al grande) le duran muy poco los niños. El Madrid tuvo un niño duradero, El Niño Raúl, con el que se atrevió Jorge Valdano, que es como un niño grande del fútbol, por eso mira con esos ojos tan grandes, asombrados de que el fútbol, a pesar de sus mixtificaciones, conserve el fulgor que nos hizo quererlo desde niños.

El Barça conserva a su niño, El Niño Messi. Pero como es tan raro (es raro, misterioso; desde la escuela, donde no hablaba) lo llamaron en seguida en función de su estatura, no de su edad. Así que jamás ha sido el niño, sino la mosca, o la pulga, o el conejo duracel. Pero es un niño; ahora hablan de los misterios de Messi. No tiene ningún misterio: es que es un niño, sigue siéndolo, y su diatriba con la vida tiene que ver con esa circunstancia: ha crecido, eso es indudable, pero a él le hubiera gustado ser como Oscar, el protagonista de ‘El tambor de hojalata’ de Gunter Grass: un niño toda la vida. Muchas de las cosas que hace Messi tienen que ver con eso, con la rebeldía por no ser ya un niño.

Todos tienen su niño, pues; el Athletic ha tenido a Munian, y siempre le nace un niño al gran equipo de Bilbao, porque los suyos los conocen desde que empiezan a jugar. Nacen siendo atléticos y no son otra cosa que atléticos toda su vida, aunque la ventolera del dinero los lleve de un sitio a otro, para volver, tantas veces, al mismo sitio.

El caso de El Niño Torres es especial, porque ha conocido, en el fútbol, la angustia y el desdén, pero no ha dejado de ser deseado por los suyos para que vuelva. A mí me parece conmovedora esta pasión de los aficionados atléticos madrileños porque vuelva el muchacho, cuando ya no es un muchacho, cuando sólo ellos ya lo llaman Niño. Los aficionados creemos que no pasa el tiempo, y los futbolistas también viven ese espejismo. Cuando Di Stéfano fue llevado por Bernabéu a la tiniebla exterior creyó, con Kubala, que los años no pasaban; ellos nunca fueron niños, niños del fútbol, en sentido estricto, pero, como Maradona, sintieron que era imposible envejecer. Envejecieron.

Ahora les toca a Manolete y a los restantes aficionados del Atlético comprobar si El Niño ya es, por lo menos, un adolescente. O un joven. Les costará imaginar que ya es un hombre que viene cansado de una guerra. Creerán que viene del recreo. Y no, no viene del recreo, me parece.