El deseo del forofo

Estoy rodeado de buenos madridistas, desde Jorge Valdano a Tomás Roncero, pasando, en este periódico y en El País, por gente como Carlos Boyero o Alfredo Relaño, Ángel S. Harguindey o Santi Hernández; a todos ellos les alabo el gusto, pues el Real Madrid es probablemente, como dicen Roncero y otras autoridades, el mejor equipo del mundo. Lo que pasa es que yo soy del Barça, el Barça de Gonzalo Suárez y de Luis Suárez y por tanto tengo más memoria de mi equipo que del equipo contrario, así que las gestas azulgrana me conmueven más que los triunfos blancos.

El aficionado está destinado a ser un forofo; la existencia del contrario nos pone a menudo en nuestro sitio. Nosotros creíamos que habíamos tocado la gloria, hace tantos siglos, cuando Evaristo le marcó aquel gol inmortal a Domínguez..., y resultó que al año siguiente aquel azulgrana fulgurante tenía la camiseta blanca. Hoy mismo se enfrenta Luis Enrique desde el banquillo barcelonista al equipo en cuyos colores parecía un jabato de Cibeles. De modo que la historia del fútbol es la de un enamoramiento con decepciones. Un joven aficionado, y excelente escritor, David Gistau, me decía el otro día que no podía desear que ganara el mejor, tan solo, sino que ganara el Real Madrid, que es su equipo. ¿Y ganará? El Madrid está equipado para la gloria esta vez. ¿El Barça? El Barça también lo está. Les habla un forofo. Para la ciencia, en el fútbol, ni las matemáticas.