Miguel Briseño

Una gran recompensa para el ‘Titán’ mexicano

La vida le ha dado una recompensa a Gustavo Ayón en el mejor momento de su carrera. El menor de una familia de cuatro hijos, creció en el diminuto pueblo de Zapotán, en el Estado de Nayarit, al oeste de México. Rodeado de sembradíos, vacas, pollos y tierra, todos los elementos de la vida rural mexicana. Practicó el baloncesto durante su niñez en los torneos entre los pueblos colindantes. Nunca vio un partido de NBA en esa etapa, y por lo tanto, no figuraba como sueño. Al llegar a la adolescencia, emigró a Puebla para inscribirse en la universidad, donde integró el equipo de voleibol. Al desarrollar la altura muy superior al promedio de la media mexicana, Ayón se enfocó al deporte en el que triunfaría. De los Halcones de Xalapa, a la aventura europea, al Fuenlabrada, y a la NBA a finales de 2011. Los Hornets lo ficharon con la condición de que se pagara su propio traspaso, y así sacrificó ingresos. Nunca logró estabilizarse en Nueva Orleans, ni en Orlando, ni en Milwaukee, donde sufría por el clima y la poca población de mexicanos. Las lesiones y los programas que le exigieron subir y luego bajar de masa muscular lo frenaron. En 2013 hizo el torneo de su vida al comandar a México de regreso a un Mundial. Eso le valdría llegar a Atlanta, donde se lesionó en un hombro. Al quirófano y la selección en peligro. Su voluntad lo evitó y México ganó de nuevo en un Mundial tras no hacerlo en 40 años.

Miguel Briseño es periodista de Televisa.