El Everest sufre un secuestro

Una nueva tragedia se ha producido en el Everest hace unos días, algo de temer como ya he escrito en este espacio. Una avalancha se ha cobrado la vida de 16 sherpas que trabajaban en la temible Cascada de Hielo del Khumbu, no muy lejos del Campo 1. Hay además al menos 8 heridos. Todo esto forma parte del circo mediático y comercial en el que se ha convertido la montaña más alta de la Tierra y no debería considerarse como un accidente de escalada sino como un accidente laboral, producto de, básicamente, tres factores: la comercialización, la banalización y la presión ejercida por el turismo de montaña en el Everest. Hace tiempo que, al menos por la vertiente nepalí, el alpinismo no existe en el Everest. Sin duda hay consideraciones interesantes a la hora de reflexionar sobre este accidente, como ocurre en otras profesiones de riesgo, que ha lanzado a los trabajadores de la montaña a pedir más dinero y seguridad; ni más ni menos que lo que ocurre en la minería o en la construcción. Tienen todo el derecho —y el deber— de hacerlo, como cualquier otro trabajador. Todo apunta a que este año ya se ha acabado la temporada si los sherpas deciden no volver al trabajo, como al parecer ya han hecho, por respeto a los compañeros fallecidos.

Lo que ha puesto de relieve este accidente es que las medidas del gobierno de Nepal no han servido. El año pasado el intento de linchamiento de tres alpinistas europeos sirvió para que muchos dejasen de seguir manteniendo la imagen de los sherpas con ese ideal romántico de la montaña. Y para darse cuenta de que el Everest está secuestrado por agencias comerciales en connivencia con el gobierno. Está muy lejos este accidente del de 1922, en el que murieron 7 sherpas por un alud, y que Georges Mallory nunca se quitó de su alma pues en aquellos tiempos los alpinistas eran responsables de todo.

Hoy el valle del Khumbu es un gigantesco negocio turístico y la codicia es el motor de la economía. No sería reseñable si no fuera porque el monopolio de las agencias comerciales conduce a corruptelas, masificación y banalización de la montaña. Aglomeraciones en el campo base, con más de mil personas, lo que implica la contaminación de parajes que deberían estar protegidos, y a la enorme masificación de turistas de montaña sin conocimientos necesarios. A la concentración de muchas personas expuestas a aludes, cambios de tiempo, enfermedades por falta de oxígeno... En el momento del alud más de 150 personas se encontraban en la zona. Es cuestión de tiempo que se vuelva a producir otro accidente. Si no se cambia el modelo de negocio, los sherpas seguirán muriendo. Y los alpinistas no deberían volver al Everest. No es una cuestión de altitud o valentía, sólo de dinero.