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Motociclismo

Salvador Cañellas: “En 1968 nadie contaba con nosotros”

El piloto barcelonés abrió en Montjuïc la lista de triunfos españoles. “Fue inesperado porque entonces todo se lo repartían ingleses e italianos”, asegura.

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EN FAMILIA. Salvador Cañellas, en su casa de Santa Oliva junto a su nieto Jordi.
Rodolfo MolinaDiario AS

Salvador Cañellas ganó el GP de España de 1968 de 125cc cuando el pastel se lo repartían italianos y británicos. El piloto de Barcelona (1-12-1944) firmó la primera victoria del motociclismo español, que este agosto ha llegado a las 500 gracias a Márquez. La historia empezó en Montjuïc...

—España alcanzó en Indianápolis las 500 victorias. Todo arrancó con usted. ¿Esa frase es capaz de ponerle nervioso?

—No, pero me causa sorpresa la velocidad a la que se están consiguiendo últimamente, los plenos españoles son algo normal. Cuando me dicen ‘fuiste el primero’, pues digo, claro, a alguien le tenía que tocar. La mía fue una victoria inesperada porque entonces todo se lo repartían ingleses e italianos. En 1968 nadie contaba con nosotros.

—Viajamos a Montjuïc, 5 de mayo de 1968. ¿Su recuerdo?

—Era el inicio de los japoneses, Yamaha tenía una dos cilindros que corría muchísimo más que la nuestra. En Bultaco luchábamos contra motos con válvula rotativa, con las MZ, motos con un pelo más de salida y que corrían 50 km/h más. Cuando iba tercero vi parada una Yamaha, me parece que la de Read, y poco después la de Ivy...

—Y salió el sol en Montjuïc...

—Sí, la verdad es que se me puso bien la carrera, que al final gané por delante de Ginger Molloy. ¡Caray, fue una victoria yo diría que inesperada!

—¿Dónde está la niña de sus ojos, esa Bultaco TSS 125?

—Un día vino alguien y me dijo ‘mira, tengo tu moto de carreras, coincide con el chasis’. Y sí, coincidía, pero la horquilla, frenos, basculante, asiento y guardabarros no eran los que llevaba yo. Mi moto auténtica la tiene un coleccionista.

—Pilotó Vespa, Bultaco, Derbi o Ducati. En una carrera imaginaria hoy día, ¿cuál elegiría?

—La Bultaco TSS 125 me gustó mucho, era muy fiable, cómoda. Yo diría que elegiría entre la Bultaco y la Ducati 900.

—Márquez tiene a Lorenzo, Pedrosa o Rossi de rivales, usted tenía otros enemigos extra además de los pilotos: bordillos, farolas o aceras. ¿Montjuïc era sinónimo de riesgo?

—Mi primera carrera fue en Burriana, Castellón, pensaba ver una avenida, con protecciones de balas de paja, curvas grandes. Y al llegar me encuentro con unas callejuelas pequeñas, de metro y medio de ancho, una recta que acababa con un suelo finísimo y baldosines de esos que allí, como no llueve mucho, estaban pulidos y te reflejaban la cara. Delante una iglesia, una pared de dos metros de ancho a final de recta. Me quedé sorprendido, más que eso, alucinado y asustado. Cada año había accidentes graves y claro, yo me cansé un poco y salí al extranjero, vi cómo eran los circuitos, aquí no teníamos ninguno.

—De aquellos trazados endiablados saltamos al presente. Del 5-5-1968 al 10-8-2014. ¿Dónde vivió la victoria 500 lograda por Márquez?

—La vi por la tele y la disfruté, las motos sí las sigo, no me pasa lo mismo con la F-1, que no es tan espectacular: veo la salida pero luego no la sigo hasta el final. Pero MotoGP no me lo pierdo, las carreras son emocionantes, los pilotos van al límite. Disfruté con el triunfo de Márquez, sí.

—Una pregunta muy sencilla: ¿tan bueno es Marc?

—Sí, es muy bueno. Cuando yo corría no había tanta adherencia, sobre todo en neumáticos, y no hacía falta ir colgado de la moto. Ahora sí, ahora es obligatorio colgarse, sacar todo el cuerpo, y creo que Márquez lo hace mejor que el resto. Lo veo superior. Sabe ir al límite, algo muy difícil. En mi época había pilotos que sabían ir deprisa, pero se caían. Pero lo de ir deprisa y no caerse, hay pocos que dominen ese límite, saber decir basta, en la inclinada o en la aceleración, y Márquez se ve que lo tiene muy por la mano.

—Usted ganó en motos pero en su calidad de polifacético, también en rallys, turismos o camiones. Y en sidecar.

—Sí. Realmente empecé con una Vespa 125, en subida de montaña. Luego Jesús Cirera me propuso competir con aquel sidecar en el que yo hacía de paquete. Era una Vespa preparada, al principio todo el mundo se reía, pero con ella ganamos a las Bultaco y a las Mondial que corrían entonces.

—Pero el sidecar le aburría...

—Sí, además correr en Vespa no era tan divertido, porque como lleva motor lateral, el peso hace que en las frenadas se ponga un poco de lado, no es muy estable, rueda pequeña, y tan pronto como pude me compré... bueno, mi padre me compró un velomotor, una Derbi, y la preparamos y empecé a correr con ella. Luego con una Montesa Impala de un amigo a la que para subidas de montaña puse un manillar de motocross que luego copió más gente.

—Y empieza a multiplicar. De dos a cuatro ruedas: rallys o turismos. ¿Disfrutaba igual?

—Aquellos trazados con bordillos y árboles no me apetecían, y tuve la ocasión de correr la Copa TS con los R-8 de Renault y luego los Ford. Fue una decisión difícil cambiar las motos por los coches, pero había corrido con las Derbi y se rompían mucho. Lo malo es que a partir de aquel momento ya no se rompieron y empezaron a ganar. Me sentí un poco decepcionado.

—¿La adrenalina es igual en moto que en coche?

—Yo disfrutaba mucho con los Fórmula, el 1430 o el 1800, y por los circuitos. Era una lucha de tú a tú, podías preparar el coche, afinarlo. Pero los rallys no me gustaban tanto, sobre todo porque se corría de noche, por un tema de seguros, de doce a ocho de la mañana, con poca gente viéndonos.

—Y sigue multiplicando ruedas y llega a los camiones. ¿Cómo fue la experiencia del Dakar?

—En el RACC, un alumno me planteó ir al Dakar y lo hicimos con un Range Rover de serie. Sin asistencia, en 1985, acabamos en 14º lugar, muy buen resultado. Pensaba que el Dakar era un rally y cuando llegué allí parecía una guerra, la retirada de los alemanes de Rusia. Había que correr al máximo pero cuidando la mecánica. El planteamiento era: ‘Tengo que hacer 15.000 kilómetros pero sin pisar el taller, porque allí, en África, si no te lo arreglas tú no te lo arregla nadie’. Te pasabas ocho horas en la cola de repostaje, no dormías, el desierto era tremendo. Luego viví la aventura con un camión, un Pegaso con el que gané la categoría y fui tercero en la general.

—Y ahora, cuando se sienta frente al televisor, ¿con qué disfruta más?

—A mí lo que más me gusta no es sentarme ante el televisor, sino ponerme al manillar o al volante. Conducir me gusta y quizá al revés que mucha gente, me relaja. ¡Y además no te lleva nadie la contraria! La moto es más excitante y quizá más deportiva. En coche, para que tengas prestaciones similares a las de una moto, has de irte a un coche muy caro.

—¿Y si ya no le queda más remedio que ver la tele?

—Elijo el Mundial de motos, que es emocionante, sobre todo ahora que llega una banda de cinco, seis o diez pilotos en un segundo. Fabuloso.

—Parte de culpa tiene, al margen de los pilotos, la gestión de Carmelo Ezpeleta.

—Claro, Carmelo hace una gran labor, además le conozco bastante. Recuerdo cuando estaba preparando un coche y él trabajaba enfrente. Por las tardes se pasaba a verme. La evolución del Mundial ha sido espectacular, de eso no hay duda.

—Tanto como el crecimiento del motociclismo español.

—Sí y la sensación que me deja es que el tiempo vuela. Es que hablamos de 500 victorias españolas: un disparate, son muchísimas.

—Enhorabuena por la parte que le toca, fue usted quien puso ese motor en marcha.

—Muchas gracias. Ya le digo que a alguien le tenía que tocar. Esperemos seguir disfrutando con las victorias españolas.