El principio de una nueva era

Ciclismo | Tour de Francia 2007

El principio de una nueva era

El principio de una nueva era

afp

Alberto Contador fue coronado en París. Subió al podio como campeón, mejor joven y miembro del mejor equipo. Seis españoles entre los diez primeros.

Ocurre cada año. Cuando observamos al campeón subido al podio pensamos que sólo por ganarse la atención de París ya valdría la pena recorrer 3.550 kilómetros. Tan importante como ganar el Tour es despejar los Campos Elíseos y apoderarse del marco urbano más imponente que existe. Hay algo de coronación napoleónica en ese acto. Y la asociación de ideas no es casual. Siglo y medio antes de que el Tour eligiera ese escenario para proclamar a sus vencedores, Napoleón mandó construir allí el Arco del Triunfo, como recuerdo a la batalla de Austerlitz (1805) y cumpliendo así lo prometido a sus soldados: "Volveréis a casa bajo arcos triunfales".

Es fácil suponer que cuando en 1975 la organización del Tour decidió trasladar la entrega de premios a este lugar mágico pensó que la victoria de Bernard Thevenet sería el inicio de una larga lista de triunfos franceses. Se equivocaron. En los últimos 32 años La Marsellesa ha sonado nueve veces en el podio del Tour, mientras que el himno estadounidense se ha escuchado en diez ocasiones y en siete el español.

Quiero destacar la grandeza del decorado para resaltar la solemnidad de un momento que no sólo paga, sino que obliga. Del mismo modo que el compromiso del Soldado Ryan fue merecer el sacrificio de quienes cayeron por salvarlo, el campeón del Tour, Alberto Contador, está obligado a utilizar su victoria para rescatar al deporte que lo ha señalado. Ya no vale comportarse igual, ya no sirven las declaraciones tópicas sobre los triunfos típicos. Se da por hecho que los padres ayudaron y que la familia animó, pero es el Tour, sacudido por la expulsión de Vinokourov y Rasmussen, atacado en su más profunda credibilidad, quien merece un auxilio.

Entiendo que la emoción del momento impidió que Alberto Contador dedicara al mundo unas palabras de esperanza durante su intervención en el podio y comprendo que la falta de experiencia le arrebató el discurso que hubiera inspirado la portada de los periódicos franceses, tan necesitados de fe como el resto de aficionados. Lástima. Aunque habrá más oportunidades.

Impacto.

Insisto. Debemos empeñarnos en que esta victoria trascienda el deporte, con la única intención de que el ciclismo vuelva a ser un deporte sin sospechas y sin química, sin la permanente amenaza de los laboratorios que ocultan y los que descubren.

Hace un año titulamos esta crónica como "El podio del cambio", y no cambió nada. El propio Tour dedicó a esta última edición un epígrafe que era un deseo con exclamaciones: "¡Rehacer el mundo!". Pero el mundo sigue deshecho. Por eso, una vez que se ha dado un paso, limpiar la superficie más evidente y dolorosa, es imprescindible dar el siguiente. El Tour lo hará y su guerra contra la UCI es la primera revolución. Pero necesita adhesiones y ciclistas que convoquen el concilio. Y no hablo de una cruzada moral (no sólo), hablo de salvar el negocio, las carreras, los patrocinadores, la ilusión.

A esta hora destacamos la actuación española en el Tour, con seis españoles entre los diez primeros de la general, pero de nada servirá eso si no se corresponde con la continuación del entusiasmo. Es cierto que las audiencias respaldan al Tour y es verdad que las cunetas se llenaron de gente, pero en ese apoyo conviene distinguir al Tour del ciclismo y al deporte del espectáculo, incluso del morbo. Será en la Vuelta cuando se comprobará el efecto de esta convulsión, será en los Mundiales, si es que finalmente se celebran.

Ciclistas como Alberto Contador o Amets Txurruka, declarado el corredor más combativo, se merecen un futuro que no ponga en cuestión ni su esfuerzo ni su talento. Son ellos, Astarloza, Arroyo, Cobo, Gutiérrez, los que conforman el pueblo soberano del ciclismo, la mayoría absoluta y cualificada. Son ellos los que deben advertir el problema y solucionarlo, los que todavía no han sido atrapados por la fama.

Hemos ganado el Tour (todos) y no quisiera resultar amargo, pero la fiesta no debe cortar las llamadas de socorro. En juego está que sigamos celebrando, que sintamos a Contador como un héroe y los héroes, lo recuerdo, sirven para lanzarse en sus brazos con la seguridad de que no te dejarán caer al vacío.

El milagro.

Hemos logrado lo más difícil. Cuando nuestro ciclismo parecía agotado después de los partos de Perico e Indurain, hemos encontrado a un chico que es un campeón de consenso incluso para los franceses. De hecho, cumple el retrato robot de los campeones con una generosidad muy poco frecuente. Al encanto de su normalidad une la excepción de una enfermedad que pudo acabar con su vida, un origen que no despierta suspicacias (viva Pinto) y una cara que no provoca celos.

Y adornando todo eso, un fabuloso talento de escalador. Contador se ganó nuestro corazón cuando atacó en el Galibier y poco importa que fuera atrapado después. Luego, sus ataques sucesivos alimentaron una fidelidad que ni siquiera puso en peligro el zarpazo de Rasmussen en el Aubisque.

Después de esas demostraciones de casta, de esa recuperación del honor y de la indentidad, el Tour casi es lo de menos. Se celebra, naturalmente, y se destaca la victoria con el mayor despliegue de medios, con brindis y castañuelas. Pero después de nueve victorias españolas resulta imposible no aspirar a una victoria diferente.

Fue un gran Tour, seguro, pero podría ser mucho mejor todavía si se siguiera corriendo. Entonces sería el primer Tour de una nueva era, un Tour recordado para siempre y un campeón que se distinguió de todos los demás.

Esa foto con el Arco del Triunfo a la espalda merece un respeto y una lucha. Ese podio que se refrescó con la lluvia de París debería ser inolvidable. Entonces, también entrarían en la historia Evans, el primer ciclista que pareció rechoncho al finalizar el Tour, y Leipheimer, el primer americano que pareció modesto.

Fue un gran día que comenzó la noche anterior, cuando los miembros del equipo Discovery festejaron la victoria virtual de Alberto Contador con un banquete de hamburguesas y refrescos de cola, saltándose las normas y las dietas. Un gran día, sin duda, que arrancó con toda la normalidad posible, con la repetición de los hábitos que rodean la última etapa del ganador del Tour.

Pero no debería ser un día más. Los trofeos que recibió ayer Alberto Contador le servirían para decorar el salón de su casa, pero no son recuerdos, son recordatorios. Ahora que lo has logrado, merécelo.