Monstruos

Monstruos

La muerte del zoólogo Jordi Magraner, asesinado por unos desconocidos en Chitral, un remoto valle del norte de Pakistán, ha hecho reaparecer entre nosotros a un viejo mito que llegó a Europa de la mano de los primeros exploradores y alpinistas que recorrieron el Himalaya: el Yeti. Cuando encontró la muerte, Magraner llevaba más de diez años investigando en aquella zona la posible existencia de ese ser bípedo cubierto de pelo que aterroriza a los habitantes de esta cordillera. En la región de Chitral es conocido como barmanu, mientras que en el este de Tíbet le denominan jemo y nosotros lo conocemos como el abominable hombre de las nieves.

También Reinhold Messner ha dedicado mucho tiempo y energías a investigar este fenómeno zoológico después de su encuentro fortuito con un extraño animal en el Tíbet. En su libro titulado Yeti, que ha publicado en España la editorial Desnivel, Messner llega a la conclusión de que la palabra yeti equivale a un compendio de leyenda y realidad zoológica. Es un nombre genérico para todos los animales más o menos monstruosos que alguna vez han vivido en el Himalaya. Pero también es la suma de las ideas alimentadas por las leyendas y los mitos locales a lo largo de los siglos.

El gran alpinista considera que lo más similar al famoso yeti que había encontrado en sus largas investigaciones fue un animal similar a un oso, disecado a la entrada de un monasterio lamaísta en el Tíbet oriental. Sin embargo, lo que quizá acabó con la vida de Jordi Magraner no tiene nada que ver con la zoología y sí con un monstruo mucho más dañino y peligroso: la intolerancia. Ivan Ineich, profesor de Jordi en el Laboratorio Zoológico del Museo francés de Historia Natural, ha declarado que cree que detrás del crimen, más que un robo, hay razones de fanatismo religioso. Magraner se había implicado mucho con los problemas y la defensa de los Kalash, con quienes convivía durante sus investigaciones.

Esta ancestral cultura se ve acosada por la presión del entorno que pretende que olviden sus tradiciones y creencias y adopten la fe musulmana, imperante en Pakistán. Cuando hace un tiempo estuve visitando los agrestes valles Kalash en la frontera con Afganistán, donde se ha visto confinado este asombroso pueblo de religión animista, pude comprobar que esta presión no es nada metafórica y afecta a sus medios de subsistencia y su acceso a la educación. Incluso se han instalado altavoces en sus pueblos para que escuchen la llamada a la oración preceptiva para los musulmanes. Proteger en todo el mundo la diversidad cultural de la intolerancia y el afán uniformador y el derecho a que pueblos como los Kalash decidan su propio camino debiera ser tarea primordial de todos nosotros, si no queremos que se conviertan en mitos como el propio abominable hombre de las nieves. Sería una pérdida cultural que no nos podemos permitir.