NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Objetivo indiscreto

Una expulsión con atenuante

Edimar y Crespo agarraron a Cristiano Ronaldo antes de la roja al jugador portugués del Real Madrid. Por supuesto que no hay disculpa para su reacción, pero sí hay entorno.

Actualizado a
Una expulsión con atenuante
CANAL+

Vaya por delante que Cristiano Ronaldo se equivocó gravemente y merece un castigo. Un jugador de su categoría, de su influencia, de su experiencia y de su edad (a ocho días de cumplir los 30) no puede ni debe perder los nervios en un campo de fútbol, especialmente si su arrebato compromete la victoria de su equipo en un partido, que finalmente serán varios. Hoy sabremos cuántos.

Dicho esto, nunca está de más ampliar la mirada, y no para justificar o disculpar, sino para entender mejor. Si esto fuera un juicio tipo Hollywood, la fotografía de nuestro compañero Javier Gandul podría ser aportada como prueba de la defensa y guardada en un sobre transparente.

Prosigamos. Antes de sufrir el episodio de enajenación que ahora se discute, Cristiano Ronaldo fue agarrado por Edimar y Crespo con firmeza policial y absoluta falta de disimulo. Para mayor escarnio, la acción, como bien puede apreciarse, tiene lugar dentro del área pequeña. De existir el doble penalti esa es la pena que el árbitro debiera haber señalado, paso previo a la doble expulsión de los desaforados infractores.

Reacción. Frenado en su carrera (“detenido”, para ser más exactos), alejado ilegalmente del gol y frustrado por una mala tarde futbolística y un mal mes sentimental, Cristiano pateó a Edimar y golpeó a Crespo; ahora sabemos que la segunda víctima no fue casual. No hay disculpa, insisto. Sabemos que la violencia no es una respuesta admisible, aunque también debemos aceptar que, en ciertas situaciones, el diálogo es una contestación improbable.

En un mundo ideal, Cristiano hubiera reprendido a los defensores del Córdoba y ellos se habrían disculpado sinceramente. El incidente, es muy probable, hubiera terminado en broma y risas: “No hay quien te pare Cris, casi llamamos a Ghilas para que nos ayudara a agarrarte”.

Pero el mundo real dista mucho del que pintan en Winnie the Pooh. Los cuerpos que no están rellenos de peluche se revolucionan cuando suben las pulsaciones y las cabezas se calientan en proximidad de los árbitros distraídos. No es disculpa, lo repito de nuevo. Se trata, simplemente, de poner en práctica el proverbio indio: “Si quieres saber lo que pienso, camina un rato con mis zapatos”.

Es fácil suponer que los jueces que hoy dictarán sentencia, además de eminencias en sus especialidades, serán lectores de diarios deportivos, por trabajo o devoción. Es posible que se topen con la foto de Javier Gandul en el café matutino y detengan la mirada en el agarrón, acción inmediatamente anterior a la patada que han de juzgar. No harán comentarios, pero agradecerán el dato.

No existen los hechos aislados. Cristiano es arrogante en defensa propia: de niño se burlaban de él por su acento y decidió hablar con goles. En algún momento entenderá que la venganza está cumplida y relajará el gesto; entonces será más feliz y menos certero. Ese mismo día, los lectores de prensa deportiva echaremos de menos los viejos tiempos, cuando le bullía la sangre.