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AS COLOR

Gérson: El cerebro del equipo del "Jogo Bonito"

Zurdo y de fuerte carácter, la polémica y los escándalos salpicaron su vida. Gérson fue el cerebro del Brasil que conquistó el Mundial de México 1970.

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Gérson: El cerebro del equipo del "Jogo Bonito"

Daba la sensación de que había sido un general romano mandando decenas de legionarios en otra vida anterior. Todos le obedecían y él sabía lo que había qué hacer en cada momento”, dijeron de él. De Gérson Nunes de Oliveira, que pasaría a la historia con su primer nombre: Gérson, aunque el fútbol corría por sus venas mucho antes de que viese la luz el 11 de enero de 1941, en Niteroi, Río de Janeiro. Hijo y nieto de futbolistas profesionales, tuvo un gran maestro en Zizinho, uno de los delanteros brasileños del Mundial de 1950, y gran amigo personal de su padre. Conforme fue creciendo, atendía tanto al colegio como a las explicaciones familiares. Pero su objetivo estaba claro. “Yo quise ser futbolista desde que tuve uso de razón”, suele explicar. Aparte de los conocimientos que aprendía en la calle en innumerables partidos con los niños vecinos, Gérson se fue fijando poderosamente en un jugador que trataba a la pelota como si fuese una linda dama: Didí. Le fascinaba su golpeo, su manera de enviar pases largos, certeros y espectaculares, que provocaban la admiración y el deleite del público. Por aquel entonces, era un joven y zurdo futbolista que empezaba a destacar en las filas del Flamengo gracias a su mezcla explosiva de velocidad, fuerza, agresividad y talento. Un pase suyo se convertía en una acción de peligro. Poco a poco se fue extendiendo el rumor por todo Río de que Didí ya tenía sucesor. Él prefería ignorar todas las excelencias que le brindaban desde la Prensa hasta el último seguidor. Él simplemente quería ser Gérson. Pero poco a poco fue superando barreras. En 1958 debutó con el primer equipo del Fla. Al año siguiente acudió a los Juegos Panamericanos, para acudir en el verano de 1960 a los Juegos Olímpicos de Roma. En 1961 ya era titular en el conjunto rojinegro; nadie dudaba de su calidad… pero se le consideraba un jugador conflictivo: le rompió la pierna a Mauro, un juvenil del Fla, durante un entrenamiento y se rebeló contra su técnico porque éste le cambió de posición en un encuentro contra el Botafogo para que intentase frenar a Garrincha. Precisamente, el equipo blanquinegro sería su segundo equipo, y allí coincidiría con grandes estrellas como el propio Mané, Nilton Santos y Jairzinho, entre otros.

En 1962 atendió la llamada de Aimore Moreira para participar en el Mundial de Chile. Ya se le conocía por Canhotinha de Ouro (Zurdo de Oro). Muchos esperaban de él, junto a otros grandes ases brasileños, como Pelé, Garrincha y el mismo Didí, pero una lesión, su punto débil en su trayectoria futbolística, hizo que su sueño se retrasase cuatro años más. Sin embargo, Inglaterra 1966 significó un punto y aparte para una generación que había ganado dos Mundiales de manera consecutiva. Tras la lesión de Pelé, los brasileños se derritieron bajo los continuos cambios que Vicente Feola imponía. Eliminados por Portugal, los antiguos vicecampeones regresaron con la cabeza baja. Él se salvó de la quema, ya que apenas participó en un encuentro, ante Hungría, pues sufrió una crisis renal que le impidió participar más con la verdeamarelha. Pero no se desanimó. Él, junto con otras jóvenes promesas, sirvió como nexo de unión entre esa generación con una nueva que estaba formándose.

Durante ese campeonato estuvo observando detenidamente el liderazgo que ejercía el dorsal número 9 de los pross, Bobby Charlton, para con sus compañeros en el terreno de juego e intentó trasladarlo con sus compañeros del Botafogo. Así, a lo largo de los 90 minutos, no paraba de dar instrucciones, de transmitir órdenes que la mandaba su entrenador. Así surgió otro mote, el Papagaio, debido a este gusto por no parar de hablar y a su bronco carácter.

Poco a poco empezó a cosechar triunfos, tanto a nivel de club como con la selección, a la que llegó Joao Saldanha, un polémico antiguo periodista y que exigió a Joao Havelange, entonces máximo mandatario en la CBD, carta blanca en su trabajo. Una vez aceptado, Saldanha se reunió con varios jugadores, incluido Pelé, que había renunciado a seguir defendiendo los colores brasileños hastiado de todo. Su primer mandamiento fue rotundo: “Sólo quiero goles. Con goles se gana, y lo único que importa ahora es ganar”. Dicho y hecho, los jugadores brasileños se entregaron en cuerpo y alma a acatar los deseos de su entrenador. Faltaba tiempo para el próximo Mundial, pero había que ir perfeccionando un sistema adecuado a base de encuentros amistosos.

En uno de ellos, Gérson fue el principal protagonista. Corría el verano de 1969 y Brasil se medía a Perú en Maracaná. Con los visitantes ganando 2-0, Gérson cometió una durísima entrada sobre De la Torre, con resultado salvaje: le había fracturado la pierna. Se organizó una tángana espectacular. Los jugadores peruanos se retiraron a sus vestuarios, negándose a jugar más. Sólo la intervención de Joao Havelange, que bajó a templar los ánimos, hizo que el partido continuase. Los brasileños remontaron y acabaron venciendo 3-2.

Pero no todo era miel sobre hojuelas. La máxima estrella, Pelé, y el seleccionador no se llevaban bien. La baraja en estos casos se suele romper por la parte más débil, y más si peca de ingenuo. En abril de 1970, Brasil se medía a Bulgaria en un partido amistoso, y a Saldanha no se le ocurrió otra cosa que dejar en el banquillo a Pelé. Sostenía que éste tenía la vista deteriorada (que era miope fue la excusa esgrimida), que Leao tenía los brazos cortos (era el portero) y que Gérson tenía problemas psicológicos (era el constructor de juego). Pelé salió a jugar en la segunda parte… con el 13 a la espalda. Eso le hizo mucho daño al seleccionador, y más al acabar el encuentro en tablas (0-0). Ese encuentro dejó abierta una herida entre los jugadores y la prensa brasileña. Los medios se quejaron del juego, de la escasez de ocasiones, de los fallos de los puntas, de que se ralentizaba el juego más que otorgarle velocidad, de la ausencia de líderes en el campo. Gérson, uno de los acusados, volvió a mostrar su personalidad: “Este Mundial lo va a ganar Brasil. La única manera que no lo ganemos será rompiéndole una pierna a Pelé, un brazo a Tostao, la cabeza a Rivelino o quebrando mis rodillas. Aquí hay mucho periodista interesado en que fracasemos, pero eso nos motiva aún más”. Tres días después, Mario Lobo Zagallo le reemplazaba como seleccionador. Todo eso provocó que los jugadores vivieran en un ambiente muy tenso entre ellos mismos. Zagallo, conocedor de la situación, decidió que la solución partiera de los propios jugadores. Así, en el hotel Das Palmeiras de Río de Janeiro, en la habitación de Pelé, se reunieron cinco jugadores: Clodoaldo, de fortísima personalidad, más el propio Pelé, Gérson, Tostao y Rivelino. Daba la curiosidad de que estos lucían el dorsal número 10 en sus respectivos equipos. Tras varias horas, hubo acuerdo: jugaron los cinco. Rivelino sería extremo izquierda, Jairzinho (que había empezado de 10 en el Botafogo), el extremo derecha. A esa delantera se la llamaría La delantera de los cinco dieces. Pero, además, el propio Gérson, Pelé y Carlos Alberto formarán un trío que el masajista Américo denominará Las Cobras. Se iban enterando de los problemas que tenían sus compañeros de Seleçao e intentaban ayudarles a resolverlos. Ellos eran las cabezas visibles de un grupo programado para ganar el tercer entorchado mundialista brasileño, algo que nadie había logrado hasta ese momento. Una de las primera noches, el trío se acercó a Zagallo y le pidieron permiso para reunirse con todos los jugadores, seleccionador incluido. Éste accedió y se colocó en un discreto segundo plano. Estando ya todos reunidos, el trío comenzó un debate filosófico sobre el fútbol. Para ellos existían tres estilos: el futebol- força (fútbol-fuerza), que era el que iban a utilizar selecciones europeas como Inglaterra y Alemania. El segundo era el futebol de resultados (fútbol de resultados), típico de Italia, y el tercero, el futebol-arte (fútbol-arte), que sería el que utilizaría Brasil, bajo la mirada cómplice del seleccionador. A ese grupo les entrenaba físicamente el capitán Claudio Coutinho, que había pasado varios meses en las instalaciones de la NASA estudiando sus métodos de entrenamiento. Unía así la magia brasileña con la fuerza física europea. La mezcla perfecta.

Esa selección acabaría ganando el Mundial con un juego simplemente brillante, moderno y dinámico. Gérson fue uno de los causantes, aunque una nueva lesión, en su gemelo derecho, estuvo a punto de dejarle sin participar. Disputó el primer partido, ante Checoslovaquia, y no volvería a aparecer hasta los cuartos de final, enfrentándose a Perú. Luego Uruguay e Italia en la gran final, en la que marcó el segundo tanto que desequilibraba el título. Su selección se ganó el favor de los mexicanos, haciendo gala de un juego alegre y vistoso y gracias a un sutil juego de relaciones públicas y confraternización con la propia población azteca, diseñada por el propio Havelange. Él se ganó el cariño de la gente de Niteroi, antes de protagonizar otro escándalo: volvió a partir otra pierna, esta vez del corinthiano Vaguinho, pero en esta ocasión fue en un lance de juego.

Pasó a jugar al Sao Paulo y al Fluminense, equipo que adoraba desde niño y donde se consagró como el mejor especialista en conseguir goles de falta directa. Terminaría retirándose en 1974, pidiendo romper su contrato con el Flu para ocuparse de su mujer, Maria Helena, y de sus dos hijas, Patricia y Cristina. Empezó otra carrera, esta vez en los medios de comunicación: comentaba los partidos para diversas radios en Rio de Janeiro, pero ni retirado se salvaba de polémicas. La penúltima la protagonizó al anunciar una marca de cigarrillos. El fumar fue otro hábito que nunca abandonó. Se cuenta que en los descansos de los partidos había un empleado del club en el que militaba que le esperaba con un cigarro encendido para que pudiera terminárselo. Pues bien, él tenía que decir una frase mientras apuraba uno: “Lleve ventaja usted también”. Enseguida le sacaron de contexto la frase. Le acusaron de crear una tendencia por la cual los brasileños eran gente sin escrúpulos, dispuestos a obtener el máximo beneficio, de querer sacar ventaja de todo. Aunque intentó defenderse, fue duramente criticado. Incluso se promulgó una Ley, que rápidamente fue bautizada como la Ley de Gérson, por la que ningún futbolista podía anunciar marcas de tabaco.

La vida le golpeó duramente al perder a una de sus hijas en un trágico accidente de tráfico. Hoy día sigue trabajando como comentarista deportivo en la radio, al mismo tiempo que tiene una asociación llamada Projeto Gérson, donde trata de ayudar a los niños más desfavorecidos de su Niteroi natal, a la que nunca quiso abandonar pese a contar con ofertas para jugar en Europa. Nunca le atrajo esa idea. Para él, el fútbol europeo era físico, y él prefería la habilidad, la viveza, la alegría, la picardía...

Ahora recuerda aquellos seis encuentros del Mundial de México cada vez que mira la camiseta que cuelga en la pared de una de sus oficinas. Está firmada por el resto de sus compañeros. Tras la final, salió corriendo rumbo al vestuario. Allí comenzó a llorar. Luego se fue al vestidor de Italia, saludó uno a uno a sus rivales y le dio otra camiseta suya a Facchetti. Es la memoria viva que dejó como legado una selección que aún permanece en las memorias de todos aquellos que los vieron jugar. “Con aquel equipo, hubiésemos ganado tres Mundiales más seguidos. No había jugadores como Pelé, Tostao, Jairzinho, Rivelino... Ni los ha habido y no los va a volver a haber nunca”, asegura. Palabra de Papagaio. Palabra de Gérson.