Estados Unidos 96 - Lituania 68

La dictadura del tercer cuarto

Otra vez Estados Unidos jugó un primer tiempo discreto y otra vez lo bordó después, rompiendo el partido a su antojo en el tercer cuarto. Lituania, borrada del mapa.

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ATLAS

No hay, desde luego no ha habido hasta ahora, quien le aguante el pulso cuarenta minutos a Estados Unidos. Ni treinta. No lo hubo en Bilbao y no lo ha habido en Barcelona. Queda Madrid y la gran final y quedan Serbia o Francia, pero la sensación es que los rivales acaban fulminados en cuanto los estadounidenses quieren. Así de sencillo. Los partidos se deciden en un pestañeo, un puñado de minutos en el que se concentra lo mejor del Team USA: defensas ultra agresivas, robos, intimidación y velocidad supersónica en ataque. Esos minutos cruciales suelen llegar tras el descanso y después de medio partido en el que los rivales se han dejado el alma para hacer la goma hacia la segunda parte, un frustrante viaje a ninguna parte. En los partidos de cruce, Estados Unidos ha saldado esos terceros parciales con un 24-11 a México, un 37-22 a Eslovenia y un 33-14 a Lituania.

Así que EE UU ya está en la final después de ocho triunfos (61 seguidos en partidos oficiales, 18 sin fallo en Mundiales) en los que ha cerrado con diferencias siempre por encima de la veintena y en una descomunal media de 32,5 puntos. Números que regresan a los legendarios equipos de Barcelona 92 y Atlanta 96, destrucciones quirúrgicas y maniáticas de selecciones que acaban sistemáticamente reducidas a escombros. 43-35 al descanso, 61-39 en el minuto 25. Tres canastas en juego de Lituania en todo el tercer cuarto, 17 de Estados Unidos, que se encontró sin oposición en cuanto aceleró en un cambio de ritmo demoledor con el paso por vestuarios como eje y Harden como metáfora perfecta: ni un punto hasta el descanso, 16 en el tercer cuarto.

Lituania ha ganado dos veces a Estados Unidos desde su regreso en 1992 y le ha complicado la vida unas cuantas veces más, la última en Londres 2012 (99-94 tras remontada auspiciada por LeBron). Esta vez se esforzó hasta donde pudo con un planteamiento de partido muy físico, cerrado, basado en pelear el rebote para controlar el ritmo y en atacar a partir de Valanciunas. El pívot de los Raptors llegó hasta donde pudo, con un buen relevo de Kuzminskas en el segundo cuarto. Pero el equipo báltico acabó en los deprimentes números de casi todos los rivales de Estados Unidos, finalmente indistinguibles: perdió 21 balones, permitió 18 rebotes de ataque en su aro y chocó contra el muro móvil de contrición que es la defensa estadounidense: 39% en tiros de dos, 11 (2/18) en triples.

Como ante Eslovenia, Estados Unidos pasó de un primer tiempo muy discreto a un segundo extraordinario. De fallar casi todo en cinco contra cinco y cometer muchas personales innecesarias, a despegar con la gracilidad de una mariposa y la pegada de un rinoceronte: fue la segunda mayor paliza jamás vista en semifinales de un Mundial. La eficiencia de Klay Thompson abrió la primera brecha antes de las apariciones progresivas de Curry, Harden e Irving (35 puntos entre los tres en el segundo tiempo por los 33 de Lituania).

Hace cuatro años, en Turquía, Estados Unidos demolió a los lituanos también en semifinales con una barbaridad de partido de Kevin Durant (38 puntos, 9 rebotes). Esta vez bastó con otro de sus despliegues corales y energéticos que dejan a los rivales sin respuesta, ni técnica ni desde luego física. Llega la final y ni siquiera asomarán como amenaza freelance los tanques interiores de España o Brasil, teóricas aspirantes que dieron el petardazo en cuartos. Estados Unidos jugará como unánime favorita, con una cascada de armas que le tiene a punto de revalidar el título y con la baza de esas palizas exprés que está repartiendo en su por ahora incontestable dictadura de los terceros cuartos.