VALENCIA 75 - BARCELONA 77 (2-3)

El Barça, de la tumba al Clásico

Histórico partido de Huertas, que juega los 40 minutos, lidera al Barcelona (22 puntos, 9 asistencias) a su octava final de ACB consecutiva y anota el tiro decisivo sobre la bocina.

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Baloncesto. Salido de la nada, como una extraña flor entre el cruce de balas y un constante asalto de bayonetas e impactos de mortero. Después de cuatro partidos siderúrgicos y bestiales, mucho más tensos que vistosos, una de las eliminatorias más extrañas e igualadas de la historia de la ACB (resultado final tras cinco partidos: 347-347) se resolvió en el último segundo de un quinto encuentro que fue hermoso, poético en los aciertos y en la sangre derramada por los dos equipos sobre la Fonteta. Baloncesto. Sólo habrá un finalista y será el Barcelona como pudo ser el Valencia. La diferencia, después de 200 minutos de extenuante batalla de atrición, fue una de esas elevaciones sobre un pie de Marcelinho Huertas un instante antes de que sonara la bocina. Sólo un tiro del que tiene el copyright podía resolver un partido en el que todo lo bueno que le sucedió al Barcelona tuvo que ver con él. Anotó el 75-77 evitando una prórroga que apuntaba a dantesca. No descansó ni un segundo, nada, y terminó con 22 puntos (7/10 en tiros de dos), 5 rebotes y 9 asistencias. 31 de valoración. Huertas venía, conviene recordarlo, de dos horribles partidos en el Palau, donde combinó 4 asistencias por 4 pérdidas y 6 de valoración total. Como su equipo: de la tumba a la final. Baloncesto.

Cambiar todo para que nada cambie: Xavi Pascual se acabó aferrando a su núcleo duro cuando venían peor dadas. Después de un primer cuarto en el que los dos equipos se tomaron medidas como si no llevaran diez días bailando sobre el abismo, el uno pegado al otro y a puro empellón, el partido se tiñó de naranja a partir del segundo: 41-30 en el segundo parcial, 49-39 en el tercero. Era el minuto 23 y fue el techo del equipo de Perasovic, que empezó a acumular personales y cansancio, a producir con sufrimiento y a mover los pies, casi sin darse cuenta, al ritmo de Huertas. El base del Barcelona dirigió una coreografía prodigiosa que reactivó a un equipo que durante dos cuartos y medio había sido el mismo grupo desnortado y consumido de los partidos del Palau. Sus puntos y su dirección cambiaron la inercia. Su insistencia en el pick and roll activó a los pívots… su fe, en definitiva, fue una llamada a la camiseta y el escudo. Somos el Barcelona, vamos a jugar al baloncesto. A zancadas, la inercia ya era azulgrana al final del tercer cuarto: 57-61. De ahí, a un casi decisivo 67-73 ante un Valencia al borde del desahució que murió anotando dos triples y una canasta de Sato tras dos rebotes de ataque a falta de seis segundos: 75-75, epitafio de un maravilloso Valencia. El resto fue Huertas.

En pleno vaivén y con los nuevos naufragando (Papanikolaou, Nachbar, Lampe…), el Barcelona que sacó el cuello del sudario fue un recuerdo del último gran Barcelona: Huertas, Navarro, Tomic y Lorbek. Entre los cuatro, 88 de valoración y casi 128 minutos en pista. Navarro falló mucho pero no dejó nunca de jugar (7 asistencias), Lorbek tuvo un déjà-vu decisivo en el segundo tiempo y Tomic se rebeló contra la desgracia que era un ala de cuervo sobre su cuestionado carácter. Tardó en entrar al partido pero lo hizo a base de mates. Y pasó de tres canastas en juego y 8 puntos en los dos partidos de Barcleona a 20 puntos (6 en el último cuarto) y 8 rebotes. Pascual redujo a la mínima expresión su rotación y entregó una de sus principales ventajas teóricas pero recuperó a su equipo, que no insistió con los triples (3/11, 23/98 en la eliminatoria), arregló algo el descosido de los tiros libres (10/15) y cogió menos rebotes pero cogió casi todos los importantes ante un rival orgulloso pero que al final rozó la asfixia. Cambiar todo para que nada cambie: el Barcelona, el baloncesto…

Para el Valencia Basket queda el aplauso y esa extraña mezcla de satisfacción y dolor que provoca la gesta incompleta, el suelo que de repente no está bajo de los pies en el peor momento. Ha jugado una eliminatoria tremenda que remata una temporada histórica. Ha participado de un Waterloo imposible saldado con cinco triunfos visitantes en cinco partidos. Lo nunca visto. Y recuerdo que ha jugado sin Dubljevic ni Aguilar y que perdió en el tercero a Sato. Contra todo y después de viajar en un ataúd al Palau, no cayó hasta el último segundo del quinto partido, literalmente. Se le fueron diluyendo Lafayette, Van Rossom o Lishchuk pero le sostuvieron de una manera emocionante Doellman y Sato. Ahora pensará que todo fue para nada. Pronto se dará cuenta de que no es así, nada más lejos de la realidad.

Pero el finalista es el Barcelona. Lógico tras el segundo partido, inverosímil tras el cuarto. Xavi Pascual ha salvado su racha en semifinales (y quizá algo más), que ya está en siete de siete. Su equipo jugará la octava final de ACB consecutiva, que son dieciséis en línea entre las tres competiciones nacionales. Lleva cinco seguidas de Copa y Supercopa, ahora ocho de Liga. No falta a una final doméstica desde la Copa del Rey 2009. A esa genética, a esa historia ganadora que pisoteó en el Palau, se tuvo que agarrar para seguir siendo el Barcelona. Y lo hizo sobre los hombros de Huertas, el voluntario cuando hacían falta héroes y el jugador cuando hacía falta baloncesto. De su mano y desde la tumba, a la final y a otro Clásico.