WARRIORS 96-CLIPPERS 98 (1-2)

Paul y Griffin conquistan la Bahía

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NBA

Poco más de 550 kilómetros separa Los Angeles de la populosa Bay Area, la Bahía de San Francisco que bulle entre la idiosincrasia del Pacífico y la riqueza colorida de su melting pot racial y cultural. Distintas idiosincrasias, L.A. y el área de San Francisco, pero muchos y muy soleados lugares comunes, al noreste de ambas la esquinada capital, Sacramento. Los benignos baños de sol de Oakland se transforman en fundición de altos hornos en el retumbante Oracle Arena cuando llegan los playoffs y los Warriors sacan las pinturas de guerra. Uno de los cubiles más ruidosos de la liga y un lugar donde hemos visto milagros que siguen congelados en algún rincón de nuestras retinas. Allí, al ritmo del nellie ball inventando por Don Nelson y llevado a su quintaesencia por Baron Davis, rindieron armas en 2007 unos Mavericks que venían de ser finalistas en 2006 y de ganar 67 partidos en Regular Season. El año pasado les tocó a Nuggets probar el sabor de lo imposible que esta vez sintieron en el cogote unos Clippers que escaparon a tiempo.

El partido deja un millón de historias y noticias buenas y malas para todos. Para los Clippers, la recuperación del factor cancha, la constatación de que en tramos completos de partido son más que los Warriors y la certeza de una de esas victorias que tienen que cimentar lo único que aún no tiene este equipo: la mentalidad ganadora que casi nunca impregnó su camiseta. Y un dato que da alas: en series que marchan 1-1, el ganador del instrumental tercer partido avanza ronda en casi el 77% de los casos. Para los Warriors, que añoran terriblemente a Bogut, queda el orgullo, el regreso a la competición tras la anterior barrida (138-98) y la certeza de que pudieron ganar un partido que no debieron ganar. En el que firmaron un 6/31 en triples, perdieron 17 balones y concedieron un 50-68 superado el ecuador del tercer cuarto y un 86-94 a falta de menos de tres minutos. Saben que no pueden frenar a un Griffin que bailó (32 puntos) sobre la tumba de David Lee y al que sólo han minimizado las faltas, en el primer partido, ni evitar sin Bogut el reinado de terror de DeAndre Jordan (22 rebotes y 5 tapones, 45 y 15 en los tres encuentros). Y saben que seguramente dos de los tres mejores jugadores de la serie llevan la camiseta rival: Chris Paul y Griffin. Pero también que haciendo un millón de cosas mal tuvieron el tiro para ganar el partido, con 96-98 y casi 8 segundos de tiempo. La última jugada les da además motivos para sentirse agraviados, gasolina sobre el fuego de una serie a la que si algo le sobra, es carburante.

En esa última jugada, Curry intentó uno de esos triples en fade away que él normalmente mete como quien silba y Chris Paul colaboró para convertirlo en un air ball con una defensa bestial pero con un pie en cada lado de la frontera de lo legal. Rozó el codo de Curry con el brazo, cuerpeó al límite e invadió la zona de aterrizaje del rival. Una acción que quizá en otro momento del partido sería señalada sin duda. O casi. De la que Curry dijo que era falta “al menos al 50%” y que Mark Jackson aprovechó para abrir la veda del cuarto partido con la sutileza del predicador: “No espero una disculpa de la liga mañana…”. Esa jugada pudo propiciar un vuelco increíble, motivo para la esperanza de los Warriors y para que se escamen los Clippers. Viendo el partido tuvieron que ganar antes y tuvieron que ganar mejor.

El plan de Doc Rivers funcionó durante más de tres cuartos hasta un despegue supersónico tras el descanso: de 43-46 a 47-65 en diez minutos, con seis pérdidas de balón locales y diez puntos seguidos de un Griffin al que en su versión actual, de jugador integral, no puede para Jermaine O’Neal fuera de la zona y no puede parar David Lee en ningún lado. De la lluvia de puntos de Griffin y el trabajo albañilería de Jordan surgió una brecha que mantuvieron los puntos quirúrgicos de los exteriores: primero Redick, después Crawford y Collison. Ese plan de Doc Rivers pasa por asfixiar en una pelea ultra física a Stephen Curry, con relevos de Barnes para un Chris Paul que, recuerdo, ha estado tres veces en el Mejor Quinteto Defensivo y que aportó sacrificio e intangibles antes de aparecer en los últimos minutos con ocho puntos que evitaron una remontada tan imposible que estuvo a punto de suceder.

Al contrario que en sus versiones más recordadas de los últimos veinte años y al contrario de lo que sugiere la varita mágica de Stephen Curry, estos Warriors son más fiables en defensa que en ataque. Y desde ahí, a partir de una pelea de perros rabiosos dirigida por Iguodala y Draymond Green, la Bay Area se aferró al milagro con tanta fe que casi comba la realidad. Green se pasó de revoluciones varias veces, incluida una falta innecesaria a Griffin con 93-96, sobre el reloj de tiro y a falta de 26 segundos. Pero sin sus palos, su energía y sus gritos, el partido hubiera muerto mucho más manso. Curry no había anotado ningún triple en tres cuartos y medio, pero anotó tres en una carga final que incluyó dos literalmente sobrehumanos, el último cayéndose y con Matt Barnes encima. Thompson era una escopeta de feria que finalmente acertó con 9 puntos casi seguidos, su segundo triple de la noche (2/11) y buenas lecturas al poste cuando quedaba emparejado con Paul. Así hasta la jugada final: un partido de distintas direcciones concentrado en el tiro de Curry, que pudo hacer mejor la pizarra de Jackson, y la defensa asfixiante y al límite, o justo por encima de él, de Paul.

Pero los playoffs, y Kobe Bryant siempre insiste en ello, son una cuestión de ejecución. Hay tramos cuesta abajo y ascensos al Everest, hay vuelcos y trances de anotación sobrehumanos. Remontadas incalculables y hundimientos imprevistos. Pero más allá de todo eso, una buena ejecución es lo que hace regular y sostenible a un equipo a través de los cambios climáticos de las series a siete partidos. Así que los Warriors no deben concentrarse tanto en las heroicidades o las protestas como en ese 6/31 en triples (tras el 4/19 del segundo partido) o en esas 17 pérdidas (tras las 26 del segundo…). Y en cómo minimizar a Griffin, quitarle algún rebote a DeAndre Jordan y evitar que Paul lleve a rebufo a Stephen Curry. Los Clippers mandan y parecen desde luego un equipo más profundo, con más talento y desde luego mejor entrenado. Pero queda serie, tanta como decida que queda el cuarto partido, casi un jaque mate warrior. Momento para otro milagro en movimiento en el melting pot de la Bay Area.