ROCKETS 120-BLAZERS 122

Houston, tenemos un problema

Aldridge y Lillard firman números que no se veían en playoffs desde Jordan y Pippen y acaban con los Rockets tras un partido épico, gigantesco, resuelto en la prórroga.

0

Houston, tenemos un problema”. La frase forma parte ya del ideario popular, un chascarrillo recurrente cuando las cosas se tuercen. En realidad acaba de cumplir 44 años: se pronunció el 13 de abril de 1970 desde la Apollo 13, destino la central de la NASA, cuando tres astronautas aterrados vieron como explotaban los tanques de oxígeno de su nave a 320.000 kilómetros de la tierra. Houston, tenemos un problema que en realidad son dos: LaMarcus Aldridge y Damian Lillard. Con ellos y su partido gigantesco, un río desbordado, los Blazers le robaron la inercia emocional y la ventaja de campo a los Rockets. Lo primero es importante aunque uno de los mandamientos de los playoffs exige evitar sobrereacciones tras el primer partido. Lo segundo puede ser instrumental: el Toyota Center fue una caldera pero el Moda Center, el viejo Rose Garden que tanto miedo ha dado tantas veces, será un infierno cuando la serie se traslade a Oregon.

 Estos playoffs de inicio golpista, cinco victorias visitantes, ya tienen hito que superar en términos de intensidad, emoción y una competitividad casi bélica. Se esperaba mucho de esta eliminatoria, en realidad hay que esperar mucho de todo el cuadro de un Oeste terrorífico en el que las primeras rondas parecen finales de Conferencia, y el partido no sólo respondió sino que se elevó a los altares de todo lo que engrandece este formato de competición. Desangrados después de una prórroga y casi cuatro horas de batalla destemplada, los Rockets y los Blazers se verán las caras otra vez el próximo miércoles. Porque aunque parecía una cuestión de vida o muerte, este partido sólo valía un punto, que fue un 0-1 que, eso sí, pone con el agua al cuello a los tejanos de cara al segundo partido. Otra ley no escrita de los playoffs: una serie no empieza hasta que un equipo no gana fuera de casa. Pues esta ya ha empezado. Y de qué manera.

Cuesta recordar, en un partido con quince empates y diez cambios de mando en el marcador, cuántas veces estuvieron muertos los Blazers y cuántos tiros de gracia tuvieron unos y otros. Lo que nunca olvidaremos será el partido de LaMarcus Aldridge y Damian Lillard. El baloncesto NBA es, en una de sus más puras esencias, el juego a partir de una gran pareja interior-exterior, el clásico 1-2 punch. Aquí colisionan dos de las mejores de la Liga, cuatro estrellas con galones All Star: Harden y Howard no pudieron otra vez con un Aldridge sencillamente histórico (46 puntos, 18 rebotes) y un Lillard que encontró cien formas distintas de influir en el partido (31+9+5 asistencias). Un poco de perspectiva: la última pareja en sumar más de 45 puntos uno y más de 30 el otro fue la formada por Michael Jordan y Scottie Pippen. Y sólo dos jugadores habían llegado a ese 46+18 de Aldridge en playoffs. Y los dos estaban allí: a pie de pista Hakeem Olajuwon, en cancha Dwight Howard. Aldridge y Lillard sumaron 30 de los 33 puntos de los de Stotts en el último cuarto, incluidos los 25 últimos, y otros ocho puntos en una prórroga en la que Aldridge cometió la sexta falta con un minuto por jugar y empate a 116. Camino del banquillo, le dijo a Lillard: “remata esto”. Y eso hizo el base que, da miedo pensarlo, jugaba su primer partido de playoffs… con 23 años. Si alguien dudaba de que se trata de un jugador con el don de los privilegiados, esta fue la confirmación definitiva. Perdido durante buena parte del partido entre el marcaje desquiciante del (desquiciado) Beverley, acabó abriendo vías de aguas a dentelladas, penetrando y forzando tiros libres: sumando. Y haciendo historia.

En los Rockets el partido fue una pesadilla claustrofóbica de la que tienen un par de días para escapar. Lo tuvieron negro de salida (20-27 en el primer cuarto con 12+8 de Aldridge y una pésima presentación de Harden y Howard) y tiraron después como demonios. Pero corrieron lo que corrieran, siempre encontraban a los Blazers a la vuelta de cada esquina: de 44-33 a 46-48. De 71-60 a 73-69. Y de 98-87 con menos de cinco minutos por jugar a un 98-99 con parcial de 0-11 iluminado por el Hack-a-Dwight, que crucificó a Howard en la línea de tiros libres (2/6 en poco más de un minuto) y resultó anticlimático para el ataque de unos Rockets que llegaron a la prórroga, forzada por las heroicidades de Aldridge y Lillard, con un par de canastas de un Harden que falló con el estoque al final del reglamentario y en los dos últimos ataques del tiempo extra.

 En realidad Harden y Howard no estuvieron objetivamente mal pero estuvieron peor que sus iguales del equipo rival. Y eso en playoffs es estar mal. Harden fue de menos a más con un tercer cuarto de 13 puntos pero también con muchos minutos en los que se pareció demasiado al jugador aterido de la final de 2012, la de su divorcio con los Thunder. Gastó demasiados tiros (8/28, 3/14 en triples), igual que un Howard (9/21 y 9/17 en tiros libres) que empujó a dentelladas en el último cuarto y en la prórroga pero que también se quedó corto en un partido de palos y trash talking con Robin Lopez: le quedan como mínimo tres, seguramente más. Kevin McHale, es una de sus virtudes como entrenador, movió esos sistemas que son como chicles y ganó muchas batallas de banquillo aunque sus jugadores perdieron la guerra. Finalmente se acomodó con Lin y Beverley (máxima intensidad, máximo histrionismo) como backcourt y como falso ala-pívot un Parsons que sostuvo a su equipo sólo de inicio: 17 puntos en 17 minutos pero 24 totales. Él, Beverley y Jones fueron lo mejor de los Rockets en toda la trama central del partido, y cuesta saber si es una buena o una mala noticia ante un rival que tiró mucho peor de lo que acostumbra (9/27 en triples) y que seguramente recibirá más en ataque en próximos partidos de Matthews, Batum y un banquillo que terminó con 7 puntos: 3 de Robinson en el primer tiempo, un triple de Williams en el segundo y un tiro libre de Freeland que puso el último punto del partido y cuando ya estaban eliminados por faltas Aldridge, Lopez, Howard, Beverley… El Toyota Center era por entonces un campo de batalla rastrillado, en un partido muy difícil de arbitrar pero muy mal arbitrado, por números épicos: 79 tiros libres (40 de unos Rockets que no se habían estrenado al descanso), 113 rebotes (59-54), 65 faltas personales y 242 puntos.

 El nivel físico fue un torniquete que empapó en sudor el juego. Los retos individuales abrasaron cada rincón de la pista y se peleó por cada centímetro de cancha hasta que resolvieron las grandes estrellas: el epitome de los playoffs. El partido fue un trueno: Waterloo para los Rockets, Normandía para los Blazers. Pero fue un punto, nada más. El miércoles Harden tendrá ocasión de ser más incidente que Lillard y Howard podrá ser más dominante que Aldridge. O quizá los Blazers regresen a casa con la cabeza de un gigante sobre una bandeja de plata. Son los playoffs del Oeste y son baloncesto de máximo voltaje. Del que se mastica, con el que se sufre, del que no puede uno desprenderse porque se queda pegado a la piel. Y, esa es la mejor noticia, no han hecho más que empezar.